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Categoría: Románticos

En busca de la felicidad

EN BUSCA DE LA FELICIDAD


En algún lugar donde el asfalto se tiñe de verde, los árboles danzan al son de una muda canción y en sus frías noches, las estrellas hacen de hermosas farolas que impregnan con una luz mortecina las estrechas callejuelas, un joven mece su pierna distraído sobre la ventana de su acogedora casa de piedra y verde musgo. Su mirada distante, observa bajo las estrellas la suave caricia de la brisa y la belleza que le brinda la noche, las casas dispuestas sin orden sobre una colina, muestran unos pequeños resplandores que se observan tras sus ventanas, producidos por el fuego de algunas familias reticentes como él a dejar de disfrutar de esa magia que es la noche. El joven Elian además disfrutaba de una espléndida vista gracias a la situación de su casa en lo alto de la colina, pudiendo deleitarse con el suave brillo plateado del río junto a un bosque que se mece suavemente en una amorosa danza con el viento. En ese momento el joven piensa que no podría ser más feliz, y se recuesta en su lecho con una sonrisa en el rostro, la vida es perfecta, sin tristeza.

Los sueños le acompañan hasta la mañana siguiente, unos madrugadores rayos de sol se cuelan entre las rendijas de su carcomida persiana y el alegre canto de un gallo vaticina una mañana memorable. Mientras se viste llega hasta su cuarto el inconfundible olor de las tortitas recién echas, por lo que se apresura a bajar a desayunar, desciende las escaleras de fría piedra y desgastada madera y se introduce en el salón. Ahí le aguarda su madre, que le deposita un cálido beso en la frente, el joven recibe con impaciencia el beso de su madre para a continuación sentarse en la mesa de madera y dar buena cuenta de las tortitas. Al acabar el desayuno se incorpora y se dispone a salir para realizar una serie de recados que su madre le había encargado, pero antes de poder alcanzar el pomo, la vieja puerta de madera se abre con un chirrido y una figura se recorta entre el resplandor de la mañana, su padre entraba por la puerta cargado con troncos de madera para que no falte calor cuando el manto de la noche se cierna bajo sus cabezas. El alegre joven se cuela entre su padre y el marco, logrando así salir al exterior, no sin antes recibir un cariñoso capón propinado por su padre. Se monta en su bicicleta, que había pertenecido a dos generaciones de la familia y cuya estabilidad pendía de un hilo, y se precipitó calle abajo.
Mientras descendía el joven se deleitaba sintiendo el aire sobre su rostro, decidió cerrar los ojos por unos instantes con la intención de disfrutar ante la sensación de volar, lo que le costó un desafortunado incidente con el lechero al impactar con el carro de este, haciendo añicos algunas vasijas, pero el joven no se detuvo, por lo que el malhumorado lechero comenzó a gruñir y berrear hasta que el joven, aun aturdido, girara dos manzanas más abajo.
Ya en la tienda de la “vieja bruja”, como cariñosamente la recordaba desde la infancia (por poseer la señora una prominente verruga en la nariz), comienza a llenar una pequeña cesta con los productos que su madre le había mandado, junto con algún que otro regaliz que ocultó disimuladamente en el fondo de la cesta. La señora le cobró la compra y sus labios formaron una amplia sonrisa mientras observaba alejarse al muchacho, sabiendo perfectamente el pequeño botín que ocultaba el joven.
Elian ascendía ahora sonriente la pedregosa calle del pueblo con un regaliz en la boca y una cesta en la parte trasera de su bicicleta.
Cuando se encontraba a mitad de camino (y después de haber dado algún que otro rodeo para no encontrarse de nuevo con el lechero) el joven se detiene en una de las calles, sintiendo curiosidad al observar un número inusual de gente. Al acercarse más, descubre un afluente de personas que no paraban de entrar y salir de una casa que él conocía muy bien, aún recordaba las tardes que había pasado jugando de niño en aquel portal con su inseparable amiga Esperanza y que ahora además de sentir una gran amistad por ella empezaba a notar algo más en el fondo de su corazón. El joven dejó cuidadosamente su bicicleta en la pared y se introdujo en la casa, al cruzarse con las personas, Elian comenzó a sentir una profunda tristeza que le manifiestan los presentes. Pero nada pudo causarle más dolor que lo que presenció a continuación, Esperanza, con un largo vestido negro, se encontraba en el pasillo sentada en un banco, su rostro estaba escondido entre su regazo y su larga melena rubia la cubría como una hermosa cascada dorada, sus hombros eran presa de una profunda agitación y unos tenues sollozos emergían de ella, sollozos que al joven se le clavaron como espinas en el corazón, por lo que se acercó a la joven, esta, al sentir la presencia del chico, alzó su rostro, sus preciosos ojos verdes se encontraban brillantes por las lágrimas, sus labios se movían espasmódicamente y diminutos diamantes surgían de sus ojos formando pequeños surcos en sus mejillas. Esperanza, al ver que se trataba de su querido amigo, se abalanzó sobre él, dejando tras de sí una estela plateada de lágrimas. Ya en los brazos del joven, comenzó a llorar.

Elian pasó el resto del día consolando a Esperanza, sin mucho éxito, pero no podía hacer mucho mas, pues el dolor por la muerte de una madre no desaparece nunca. Al parecer, la madre padecía en silencio una grave enfermedad que le ocultaron a Esperanza para que sufriera lo mínimo posible.
El joven regresó a su casa por la noche abatido, y se dirigió directamente a su cuarto, sus padres conocedores de la triste noticia no se extrañaron de que su hijo no bajara a cenar y no lo molestaron. Elian se encontraba de nuevo apoyado en el marco de su ventana con la vista perdida en el horizonte. El canto de los grillos intentaba animar una noche de tristeza, de pronto, un viento inusual brotó de la nada y agitó al joven, las hojas de los árboles acariciaban la brisa produciendo un agradable sonido, las estrellas refulgían con fuerza y Elian se sintió embriagado de una profunda tranquilidad. Cuando todo volvió a la normalidad, el joven se sentía bien, se sentía feliz, tenia una idea, a partir de ese día dedicaría todo su esfuerzo para que los demás se sintieran como él se sentía en ese momento, feliz, y comenzaría con Esperanza.

La mañana siguiente Elian estuvo muy ocupado con las distintas tareas que debía realizar, después de comer, el joven se montó en su bicicleta y descendió colina abajo. Pasó la tienda de la “vieja bruja” y se dirigió al río, concretamente a un lugar secreto que le enseñó su padre y que el joven solía utilizar cuando quería estar solo. Tiró la bicicleta junto a una vieja caseta de madera y comenzó ha andar entre la maleza, unos instantes después y tras apartar unas tupidas ramas, el joven llegó a su destino, el río fluía ha escasos metros de donde se encontraba, una pequeña cascada y el constante vaivén de los árboles formaban una mágica orquesta mientras que la maleza creaba a su alrededor verdes murallas que hacían prácticamente imposible el acceso al paraje. Elian se recostó a la vera de un gran manzano y observó, distraído, los blancos galeones que surcaban el hermoso cielo azul. El joven se quedó absorto en sus propios pensamientos y comenzó a preguntarse que podría hacer para ayudar a Esperanza, como podría lograr transmitirla la felicidad que él sentía en ese momento, tenia que encontrar la felicidad.

Elian miraba cariñosamente como, al otro lado del río, un hermoso conejo blanco bebía de sus aguas y se relamía distraído las orejas, cuando recibió el impacto de una manzana en la cabeza.
- ¿Por qué me has tirado una manzana?- preguntó al árbol un irritado Elian.
Pero para su sorpresa, no fue el árbol el que contestó, sino el conejo blanco, que le dijo;
- El árbol no te a tirado la manzana, te a invitado a que te deleites saboreando su delicioso fruto.
Elian miró extrañado al conejo que le dedicó una amplia sonrisa y a continuación desapareció como por arte de magia. El joven, impactado por las inusuales artes mágicas del conejo, trastabilló con una raíz del árbol y calló al suelo.
Justo en el momento del impacto Elian despertó, una pequeña mariposa de vivos colores estaba posada sobre su bota y le miraba intensamente, el joven seguía acurrucado bajo el árbol, el río estaba más embravecido y los árboles se mecían con mayor intensidad, vaticinando una inminente tormenta. Elian alzó con pereza la vista y se percató, gracias a la leve luz que se colaba entre las copas de los árboles y las oscuras nubes que se congregaban sobre él, que la tarde ya estaba muy avanzada.
El joven se apresuró a desandar el camino de ida, recogió su bicicleta y ascendió de nuevo colina arriba.
Después de cenar y de haber tenido una agradable conversación con sus padres frente a la chimenea, Elian había subido a su cuarto y se encontraba sentado distraídamente de nuevo en su ventana, observando su vista preferida del pueblo. Las nubes rugían y una leve cortina resplandeciente cubría al pueblo como un hermoso manto de perlas, los rayos de la noche cortaban el oscuro cielo, dejando tras de sí el estruendo de una rabia contenida. Hoy no había visto a Esperanza en todo el día, su intención había sido la de buscar la felicidad y transmitírsela a su amiga, pero no era tan fácil como parecía en un principio.

A la mañana siguiente Elian se despertó sobresaltado, había tenido pesadillas con conejos que aparecen y desaparecen, el joven agradeció que ya fuera de día y se incorporó para asomarse por su ventana. Al abrir las persianas, su cuarto se llenó de un agradable olor a rocío, el arco iris se veía con intensidad sobre el río y las nubes se alejaban, dejando paso al perezoso sol, que ya salía no sin esfuerzo de entre las montañas.
Elian desayunó con voracidad un gran bocadillo de jamón que su padre le había preparado y salió para ver a Esperanza. Al llegar a su casa la encontró sentada en el comedor, tenía el cabello completamente enmarañado, llevaba una camiseta de su padre que la quedaba considerablemente grande y unos pantalones de seda blancos. La joven, al ver a Elian se ruborizó e intentó hacer algo con su pelo, pero pronto desistió en su inútil intento y dejó caer pesadamente de nuevo los brazos sobre la mesa. El joven, que no se percató de la reacción de Esperanza, se sentó frente a ella con alegría y intentó levantarla el ánimo.
Pasaron juntos toda la mañana, sin conversar apenas, Elian se entristecía al ver tan deprimida a su amiga, la felicidad de su rostro parecía haber desaparecido por completo, por lo que, después de comer se dirigió de nuevo a su escondite secreto.
Una vez allí el joven se recostó de nuevo en su lugar favorito y comenzó a pensar, ¿cómo podría transmitirla la felicidad?, él era feliz, pero no sabía donde había encontrado la felicidad.

Elian miraba fijamente el río cuando de pronto un enorme pez saltó del agua y le salpicó toda la ropa, el joven, sorprendido, se quedó mirando el agua y una vez más el pez brincó sobre la superficie dejándole completamente empapado, Elian se incorporó y le preguntó al pez;
- ¿Por qué me salpicas?.
- El pez no te está salpicando -contestó una voz a su espalda- te invita a que te zambullas con él en el río.

El joven se dio la vuelta y encontró a un sonriente árbol que le miraba con extraña dulzura, una rama de este, le empujó al río sin que a Elian le diera tiempo de reaccionar.
Al sentir el contacto del frío agua abrió los ojos, sus ropas estaban secas y el agua en calma, una pequeña hormiga le producía un agradable cosquilleo en la mano y unos pájaros cantaban alegremente en alguna rama cercana.
Elian se preguntaba de regreso a su casa cual sería el motivo de aquellos extraños sueños que le aturdían y no dejaban concentrarse en su principal cometido, encontrar a la felicidad.
Esa noche Elian decidió dar un paseo por el pueblo, hacia una de esas noches en las que no hace ni frío ni calor y sientes que podrías estar andando hasta la mañana siguiente, observando las silenciosas calles, deleitándote con el reluciente brillo de las luciérnagas y escuchando los tenues silbidos del viento en todas direcciones. Tan ensimismado estaba en sus pensamientos que no se percató de a donde se dirigía hasta que se encontró frente la casa de Esperanza, su primera intención fue la de abandonar el lugar, pero algo le llamó la atención, una leve luz refulgía en el cuarto de la joven. Se acercó silenciosamente a su ventana y asomó la cabeza, la joven se encontraba sobre su escritorio, una pequeña vela a su lado irradiaba un tenue fulgor que apenas iluminaba la estancia, tenia la cabeza apoyada sobre sus brazos y observaba fijamente una foto sobre la mesa. Elian sabia perfectamente de quien era esa foto y noto como de nuevo la tristeza le embargaba, la joven derramó una ultima lágrima sobre la foto y apagó la vela con el leve resoplido de un llanto contenido.
El joven se marchó desolado, tan triste se encontraba que no quería regresar a su casa, se introdujo en su escondrijo y la tristeza emergió de sus ojos en forma de oleadas de dolor.

El viento resoplaba con furia a su alrededor, trozos de ramas y hojas volaban en todas direcciones, el joven corría despavorido sin dirección alguna, ella le llamaba, pero no sabia a donde dirigirse, una sombra le perseguía entre los árboles y acortaba distancias,
Elian corría con todas sus fuerzas pero no conseguía despistar a la sombra. Esperanza le llamaba cada vez con más intensidad pero los árboles le impedían ver más allá, el cansancio comenzaba a ser insoportable, siendo esta la causa de que resbalara con una rama suelta y se desplomara de bruces contra el suelo. El joven temblaba muerto de miedo, la sombra se cernía sobre él, Elian cerró los ojos y esperó el fatal desenlace. Una masa uniforme procedente de la sombra y que se asemejaba a un brazo le asió por el hombro y le levantó.
El padre de Elian observaba con preocupación al joven, este se encontraba desparramado sobre la hierba y se movía convulsivamente, como si estuviera luchando una batalla interior. Su padre, que sabia por lo que pasaba su hijo, lo cogió por los hombros y lo llevó de regreso a casa.

Elian abrió los ojos sobresaltado y completamente desorientado, no sabia muy bien como había ido a parar a su cuarto, pronto comenzó a recordar y supuso que su padre, preocupado por lo tarde que era, había salido a buscarle. Se levantó perezosamente de la cama y un escalofrío le recorrió el cuerpo al sentir el gélido contacto de la fría piedra bajo sus pies. Bajó silenciosamente las escaleras, se puso un baso de leche y se recostó en el sofá. El sol aún no había salido y la chimenea hacia tiempo que se había consumido, solo quedaba los resquicios de las brasas que refulgían con un leve brillo bajo un manto de cenizas, las cortinas estaban realizando un sinuoso baile bajo el ritmo de la brisa mientras un par de hojas se fundían en una armoniosa danza de gráciles movimientos.
Elian se sentía cansado, cerró los ojos y se dejó hipnotizar por el suave cántico del viento.
El joven Eli se encontraba en la cocina, jugaba con cochecito de madera que su abuelo le había tallado, lanzó el cochecito por el pasillo (que no era más que un rectángulo con cuatro ruedas a los lados) y lo persiguió hasta el salón donde se encontraban sus padres conversando, su madre le cogió con dulzura, le mantuvo sobre su regazo y lo llevó escaleras arriba, a su cuarto, donde le introdujo en una bonita cuna de madera en cuyos barrotes habían tallados una serie de ositos multicolores. El joven Elian, que tendría unos dos años, jugaba distraídamente en su cuna con un limón de peluche, cuando una voz le dijo;
- ¿Seguro que estas buscando en el lugar adecuado?, a veces las cosas se pueden ver de formas diferentes, todo depende de nosotros mismos, de nuestro interior, si la felicidad se encuentra dentro de ti, no busques en el exterior.

Elian se sobresaltó y miró hacia donde provenía la voz, un payaso le miraba directamente a los ojos, sentado cómodamente al fondo de la cuna y apoyado sobre uno de los barrotes.
El joven comenzó a gemir y una lágrima surgió de sus jóvenes e inocentes ojos.
- Recuerda Elian que la felicidad no se encuentra en la forma de vivir la vida, sino en la forma de ver la vida.
Elian comenzó a llorar.

El sonido de una voz armoniosa despertó al joven soñador, su madre preparaba la comida en la cocina mientras canturreaba distraídamente una alegre canción. Elian se levantó perezosamente del sofá y se asomó por la ventana, los brillantes rayos del sol cegaron momentáneamente al joven que tubo que parpadear varias veces para acostumbrarse al brillante fulgor del exterior. Al volver a asomarse divisó a un par de pájaros que revoloteaban en la inmensidad del maravilloso cielo azul junto a una vieja torre de piedra procedente de la catedral. La grandeza que presentaba la catedral hacia sentirse a Elian insignificante frente a la majestuosidad de los multicolores rosetones que circuncidaban el edificio entre los gruesos contrafuertes, adornados con las más variopintas figuras de santos y pasajes bíblicos. Las casas que rodeaban la catedral tenían unos pequeños balcones que estaban cuidadosamente decorados con hermosas flores, formando un aura multicolor alrededor de la catedral. Elian tubo una curiosa idea, no sabía si serviría para mejorar algo pero le excitaba la idea de poner en marcha su romántico plan esa misma noche.
Después de cenar, Elian comentó a sus padres que quería dar un paseo por el pueblo, se alejó calle abajo entre la inmensidad de la noche y se dirigió directamente a casa de Esperanza. Esta dormía plácidamente en su cuarto, Elian se agarró a la ventana y se inclinó para observarla, su diminuto cuerpo de porcelana estaba recostado sobre su cálido lecho, sus largos cabellos cubrían como olas doradas una pequeña almohada y sus frágiles hombros asomaban con timidez bajo las sábanas. El joven se quedó extasiado, no supo cuanto tiempo estuvo observándola, hasta que un ruido al fondo de la calle le previno de que alguien se acercaba, lanzó una última mirada a Esperanza y bajó de la repisa, no sin antes depositar una rosa junto a la mesilla de noche de la joven que se encontraba bajo la ventana. Elian se alejó entre las sombras con una gran sonrisa, imaginándose el dulce despertar de su amiga.
La leve corriente que azotaba el cuarto de la joven hacía que la rosa se meciera suavemente sobre la mesilla, un pequeño pétalo de esta se desasió del abrazo de los demás pétalos y revoloteó lentamente por el cuarto, descendiendo con silenciosa tranquilidad hasta acariciar con ternura la mejilla de la joven y posarse a su lado, haciendo más dulces sus sueños.

Motas de polvo danzaban sobre su cabeza entre los rayos del sol como jóvenes bailarinas con largos vestidos blancos que se alzan formando espirales, dejando al descubierto las gráciles piernas de las bailarinas que sonríen de ilusión al sentir la pasión con la que impregna de alegría cada día la mañana. Elian, tumbado en su cama, observa perezosamente la hermosa danza mientras se imagina de mil maneras distintas el rostro de Esperanza al ver una rosa junto a su lecho.
Elian estaba solo en casa y disfrutaba de un suculento desayuno cuando alguien llamó a la puerta, Elian se incorporó algo molesto al tener que interrumpir su desayuno y se dirigió a la puerta. Al abrirla el joven palideció, el lechero se encontraba al otro lado, este, al ver al joven desgraciado que le había hecho perder cuantiosos beneficios el otro día, cambió su comercial sonrisa por un gesto de ira mientras alzaba un dedo acusador seguido de un fuerte ¡tuu!. Sonido que el asustado Elian apaciguó con un portazo en el rostro del desdichado lechero. Este no se lo debió de tomar muy bien, puesto que, después de que sonaran unas cuantas vasijas al hacerse añicos contra el suelo, al joven le pareció oír algo relacionado con una hacha que el hombre guardaba en su trastero y el pescuezo de alguien que Elian sospechaba. Por lo que no tenía ninguna intención de reabrir la puerta, se sentó de nuevo en la silla y siguió disfrutando del desayuno ajeno a los portazos que surgían del exterior.
El día trascurrió muy deprisa y Elian no se atrevió a ir a ver a Esperanza, pues sería demasiado sospechoso y ella se daría cuenta de que él era el que había depositado una rosa en su mesilla. De todas maneras aunque hubiera querido visitarla no le habría sido posible, puesto que su madre había hablado con el lechero y en consecuencia estaba castigado sin salir de casa.

La mañana del día siguiente, Elian se despertó antes de que saliera el sol, se puso sus deshilachados pantalones vaqueros, una camiseta blanca de manga corta y salió silenciosamente a la calle. Bajó rápidamente la calle principal hasta llegar al ayuntamiento, donde giró a la izquierda. Se encontraba en una calle estrecha sumida en una densa oscuridad, el joven andaba con pasos rápidos y seguros, quería llegar lo antes posible a su destino por miedo a que Esperanza se despertara. Al llegar a la calle de la joven un tremendo ruido hizo palidecer al muchacho, que se quedó completamente inmóvil, como si intentara confundirse con uno de los muchos restos de muralla que se encontraban por todo el pueblo, herencia de sus antepasados románicos. Un gato había hecho caer la tapa de un contenedor metálico de basura al hacerse con las raspas de un pobre pescado. Elian no se movió de donde estaba, no sabía que hacer, el ruido posiblemente había despertado a Esperanza, pero no podía quedarse hay parado, tenía que arriesgarse, no podía echar por tierra sus meditados planes. Se acercó a la ventana de la joven y observó complacido como Esperanza dormía plácidamente. Dejó la rosa sobre la mesilla y se dispuso a marcharse, pero algo le llamó la atención, un papel arrugado se encontraba sobre la mesilla, Elian pensó que se trataba de una nota para él por lo que alargó el brazo con esfuerzo y la cogió. En su interior había escrito el inicio de lo que parecía una triste poesía;


“La muerte compone al son de la tristeza,
tonadas de olvido y desolación
que pregonan con infame pasión
surcos de dolor que se derraman con presteza.”


El sentimiento que infundían las palabras hizo que Elian sintiera una profunda presión sobre su pecho, pero pronto vio las cosas de otra manera, memorizó los versos y depositó de nuevo la hoja en la mesilla, cuidando de que se encontrara en la misma posición en la que la había encontrado y regresó a su casa con alegría mientras intentaba recordar la poesía de la joven.

El día pasó muy deprisa, Elian se encontraba en su cuarto rodeado de folios estrujados, doblados y llenos de tachones. No conseguía plasmar sus sentimientos en el papel y la inspiración no le obsequiaba con su presencia.
La noche le hizo presa, Elian dormía sobre su escritorio con el rostro sereno, un sentimiento reposaba a su lado en forma de papel, en el que se encontraba la magia de la poesía fundida en un cálido abrazo con la pasión y el sentimiento que yacen en el fondo de un joven corazón, en el que se podía leer;


“La muerte compone al son de la tristeza,
tonadas de olvido y desolación
que pregonan con infame pasión
surcos de dolor que se derraman con presteza.

Cruel espina que se clava en el corazón,
con amor puede ser vencida
cierra las llamas de tu herida
y abre paso al mundo de la vida y la ilusión.”


Una punzante molestia en el cuello del joven hizo que se despertara, la incómoda postura con la que Elian se había dormido hizo que su cuello resonara con un leve traqueteo mientras miraba aliviado por la ventana, por suerte el sol aún no había salido y podía dejar en la mesilla de Esperanza una nueva rosa con la poesía que tanto le había costado plasmar. Así lo hizo, esta vez se limitó a dejar disimuladamente la rosa en la mesilla, pues el pueblo empezaba a despertar. Elian fue sorprendido de regreso a su casa por el amanecer, que se alzó tras su casa con un leve fulgor rojizo que comenzó a difuminarse, transformándose en un naranja claro que se mostraba esplendoroso entre las pocas nubes que se mecían a esas horas con los pliegues de las corrientes de aire.
El joven se quedó un rato observando el amanecer, después se internó en su casa y se dispuso a realizar sus tareas.
Elian se encontraba recostado en el parque del pueblo, esperando a que su padre llegara del trabajo para acompañarle a casa. El sol empezaba a decaer y la noche se iba haciendo presente poco a poco, el joven observaba su hermoso pueblo, veía como el panadero se disponía a sacar su última hornada, el quiosquero empezaba a recoger los periódicos de la tarde y el lechero bajaba calle abajo con una sonrisa en el rostro que Elian supuso sería porque no se habían encontrado en todo el día. Tras el lechero, una figura llamó la atención al joven, Esperanza descendía la calle a toda velocidad, llevaba una pequeña camiseta de color azul y los mismo pantalones de seda con los que Elian la vio la última vez, la joven corría como las olas del mar, con gráciles movimientos acariciados por el viento, una hermosa rosa roja adornaba la oreja izquierda de la joven y Elian se sintió alegre al ver de nuevo a Esperanza. Esta detuvo al lechero con una leve sonrisa y le pidió un par de vasijas que el hombre, gustoso, se dispuso a coger de inmediato. Pero Elian no se sintió satisfecho del todo, el rostro de la joven había recuperado el color, pero la alegría de su espíritu aun no había emergido. Estuvo apunto de ir a saludarla, pero esta se marchó a toda prisa con las vasijas calle arriba sin percatarse de la presencia del joven, por lo que Elian se quedó observando el contoneo de las caderas de Esperanza que se mecían suavemente con el movimiento hipnótico propio de las las copas de los árboles cuando la brisa acariciaba sus ramas.
El padre de Elian apareció poco después, agotado por el duro trabajo en la cosecha y ambos se dirigieron a su casa, pero Elian se retasó a propósito, pasando por casa de su abuela que se encontraba dos calles más abajo para que esta de diera una nueva rosa para esa noche.
El sol irradiaba con su magia las callejuelas del pueblo, los pájaros danzaban y revoloteaban entre las nubes, todo brillaba con esplendor, las flores emergían de las entrañas de la tierra como estrellas multicolores, la gente caminaba de un sitio para otro con la vista perdida en la inmensidad de la belleza que se mostraba ante sus ojos. Elian salió a la calle y bajó a la plaza mayor, donde solía encontrarse con los amigos del pueblo. Allí les encontró, sentados en un banco con una bolsa de pipas, se unió a ellos y estuvieron hablando sobre una cueva que uno de ellos había encontrado en una montaña perdida. Después cambiaron de tema y comenzaron a hablar de Esperanza, uno de sus amigos, un joven de largas melenas con ojos relucientes y tupida perilla, comentó que la joven quería irse del pueblo, que solo la traía dolorosos recuerdos. Elian se quedó mirando a su pintoresco amigo mientras su mente volaba por las nubes, ¿y si todos sus esfuerzos no habían servido para nada?, este pensamiento atormentaba al joven. Se despidió de sus amigos y se dirigió a casa, le pidió a su madre que le hiciera un bocadillo, poniendo como excusa que se iba todo el día con sus amigos de acampada, cogió un cuaderno, un lápiz y se marchó con su destartalada bicicleta.
Elian decidió que había llegado el momento de culminar su plan, bajó a gran velocidad las calles del pueblo en dirección al bosque y se internó entre la maleza. Al llegar a su apreciado escondite, el joven se sintió más relajado, se apoyó en una roca y sacó el lápiz y el papel. Tenía que escribirle una carta a Esperanza, una carta que la hiciera que la felicidad se apoderara de la joven, haciendo remitir el dolor y las ganas de abandonar el pueblo. Pero las palabras no conseguían plasmar el sentimiento deseado, el día estaba muy avanzado y Elian no había escrito una palabra. Se instó a sí mismo a relajarse, desvió la mirada del papel y se fijó en el río, las dulces aguas acariciaban las rocas de la orilla, minúsculos pececillos aparecían y desaparecían en su interior, Elian sonreía disfrutando de estos pequeños saltarines cuando le vino a la mente uno en concreto, un pez que formaba parte de su imaginación, recordó el extraño sueño que había tenido en ese mismo lugar, desvió la mirada hacia el árbol que tenía a su espalda, una manzana se encontraba a los pies del manzano y la mente de Elian comenzó a comprender que hay varias formas de ver la vida, por lo que comenzó a escribir;






Querida Esperanza;

Los sueños son las palabras de nuestro corazón, palabras que a veces nuestro cerebro no es capaz de comprender, yo te escribo desde mis sueños para que lleguen a tu corazón esperando que tu mente los comprenda.
El dolor es una sensación que como un rayo atraviesa nuestro corazón dejando una dolorosa herida en forma de sentimiento, la muerte de un ser querido es sin duda el mayor de los dolores. Pero las ganas de vivir no deben ser olvidadas, la felicidad reside en tu interior, todo depende de cómo veas la vida, tu vida. El corazón de tu madre ahora reside en tu interior, sigue viviendo pues ahora ella forma parte de ti.
El camino del olvido no traerá la paz a tu corazón, en cambio el camino del amor sanará con el tiempo la herida que ahora reside en tu interior.

Yo te puedo enseñar ese camino, pero solo si tienes intención de recorrerlo, si eliges este sendero reúnete conmigo al atardecer, cuando el sol de paso a las estrellas allí donde los santos reposan para toda la eternidad y el río fluye con hermosura hacia la inmensidad.



Elian de camino a casa dejó la rosa más bonita de las que disponía su abuela, la rosa iba arropada con pasión impresa en papel y se deslizó suavemente entre la ventana de la joven.





Y con esta carta llega a su fin el relato, una historia que se perdió en el olvido y que ahora solo es recitada por jóvenes enamorados. Los finales de esta historia son muchos y muy variados, pues cada uno ve la vida de una manera y en consecuencia su cuento es distinto al de los demás. Pero dos teorías son las más comentadas, una es que la joven, desgarrada por el dolor y la agonía en la que se había convertido su vida, perdió toda esperanza ante su futuro y se marchó a vivir en algún lugar lejano donde los recuerdos no la atormentaran, pudiendo así vivir en paz.
Pero otra teoría es respaldada por los ancianos del pueblo y los propietarios de “la vieja bruja”, (que ahora no era más que otro “mercadona”). Sostenían que el joven Elian.......


Elian nunca se había sentido tan nervioso en toda su vida, dos horas antes del atardecer, paseaba nervioso en su cuarto de un lado para otro, pensando que lo más seguro es que ella no apareciera, ¡ni siquiera sabia quien era!, por momentos estuvo tentado de ir a su casa y contárselo todo, pero no pudo, no supo muy bien por qué, quizás fuera por miedo al rechazo o porque no soportaría volver a ver sus ojos sin vida, no sabía exactamente por qué pero prefirió dejar las cosas tal como estaban. Ahora su preocupación era si realmente se atrevería a aparecer en el lugar acordado y si lo hacía, ¿qué la diría?, no sabia muy bien como expresar sus acciones, podría intentar explicarla sus sentimientos pero esto no era nada fácil, ¿qué diría?, ¿que resplandecía como el hermoso polen amarillo entre los pétalos de una rosa negra?, no, ni siquiera sabía muy bien el significado de estas palabras que surgían de su interior. “El cerebro a veces no comprende las palabras del corazón”, se dijo con ironía recordando las palabras de su carta.
En un arrebato de valentía, Elian salió decido de su casa, arrebato que fue remitiendo a medida que se acercaba a la catedral. Miraba con recelo en todas direcciones, tenía la extraña sensación de que todos le observaban en un momento en el que le hubiera gustado que todas las personas desaparecieran, todas... menos una. Por fin llegó a la catedral, en el mirador no se encontraba nadie y la catedral estaba cerrada, ella no había acudido. Elian se sentó en las desgastas escaleras que dan pasó a la deslumbrante catedral y observó, desolado, el paisaje que le rodeaba. Un par de pájaros, daban gráciles saltos en la plaza del mirador, mientras se perseguían el uno al otro luchando por las migas de pan que se encontraban en el suelo. Sobre ellos, tras la valla de piedra que daba fin al mirador, se extendía un vasto océano verdoso solo interrumpido por el paso de las cristalinas aguas del río y más allá, las montañas cubrían el horizonte mientras el sol se ocultaba solitario entre las entrañas de la espesura. El cielo había adquirido un tono rojizo que impregnaba con dulzura sobre las copas de los árboles,
Pero Elian no se sentía con ánimos de admirar el paisaje, bajó la vista y observó los escalones que se encontraban bajo sus pies, que en estos momentos le parecían más interesantes que cualquier otra visión. El joven intentaba contener una lágrima que amenazaba con surcar su mejilla cuando un olor a rosas hizo que Elian alzara su rostro, el sol prácticamente había desaparecido tras las montañas, un fuerte viento se había desatado y las estrellas empezaban a resplandecer en el cielo, los árboles se mecían con la luna por la caricia de la fuerte brisa y unos pequeños focos situados bajo la valla iluminaron con una luz mortecina el mirador. Y en su centro, como si de otra estrella se tratara, una joven se asomaba con la vista perdida en las montañas. El viento acariciaba sus largos cabellos dorados y los hacía ondear en prefecta armonía, un largo vestido blanco de fina tela cubría con ternura el cuerpo de la joven mientras se agitaba también en un vano intento de unirse a la danza de la naturaleza. La joven llevaba un papel arrugado que protegía del sinuoso viento entre su regazo. Elian se incorporó, la joven no se había percatado de su presencia ya que se encontraba sumido en la penumbra en lo alto de las escaleras, bajó los peldaños con torpeza pero en completo silencio y se acercó a la joven cuidando de que esta no se diera cuenta. Se quedó a un palmo de distancia tras la espalda de la joven, la fragancia de esta y el fulgor de las estrellas llenaba de magia la noche y a Elian le daba miedo estropear el momento, pero no pudo contenerse.
- Esperanza - dijo con la voz entrecortada.
Ella se volvió sobresaltada por la fantasmagórica aparición del joven, sus ojos llenos de lágrimas observaron a Elian mientras se apartaba del rostro los mechones que perseguían al viento.
Juntos, en una muda conversación, se dijeron todo, que no fue nada, pero que significaba mucho y contemplaron como el sol se despedía por completo mientras las estrellas sonreían de alegría mientras la luna les acariciaba sonriendo al observar como un desolado corazón encontraba de nuevo la felicidad.




¿Que es de la vida sin el amor que da un corazón que cure tu herida?


FIN
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
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1 comentarios. Página 1 de 1
Pau 2
invitado-Pau 2 25-01-2005 00:00:00

"EN BUSCA DE LA FELICIDAD" (BORJA QUINTANA) Relato laberíntico,con toques mágicos, extenso y arduo como parece ser el camino en busca de la felicidad...y el deseo de compartirla con quien no la ve. Pau

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