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Valle Escondido es una hermosa ciudad rodeada de montañas que, parecen protegerla de las inclemencias del clima y de otros sinsabores. Su clima es cálido y lluvioso, la mayor parte del año. Lo que hace de su gente, alegre y entusiasta. Cordial, emprendedora y sobre todo colaboradora.
Se han apoyado en los desastres naturales como los ciclones, que han inundado Valle Escondido. Los sismos, que raras veces llegan a preocupar a su gente. Pero, que aun así, los hace estar pendientes, cuando esto ocurre. Las olas de calor...
Como es una ciudad pequeña, todos se conocen. Y una gran mayoría mantiene algún parentesco, salvo aquellos visitantes que los últimos años llegaron para quedarse. Pero que se han ganado la confianza de los oriundos de esta peculiar ciudad.
Como aquella ocasión, en que una ola de vándalos pasó, desde las ciudades cercanas, realizando asaltos a casas habitación. Durante varios días, ocurrió sin que nadie pudiera estar seguro de lo que pasaba. Al principio las fechorías sólo pasaban por las mañanas, cuando las casas se hallaban deshabitadas. Luego empezaron a suceder los atracos por las tardes. ¡Cómo si adivinaran en qué momento se encontraban desocupadas!
Gregorio Mena, el alcalde, citó a los ciudadanos al salón del palacio municipal. Pero asistieron mujeres en su mayoría. Y muy pocos hombres. Los demás se quedaron ocultos en sus casas. Mientras en el palacio, se discutía la manera de capturar a los ladrones - Lo que había sido una estrategia pre planeada - cada casa habitación quedaba protegida por algún ciudadano de Valle Escondido.
Los delincuentes ni siquiera sospecharon que los habitantes de Valle Escondido, fueran tan unidos. Incluso enviaron a la reunión que hizo el alcalde a uno de los suyos, para estar al tanto de lo que planeaban. Mientras que el resto de los malhechores, se disponía a robar todo lo que pudiera de los edificios habitacionales que consideraban sin gente.
Fueron detenidos ocho de los diez criminales. Y fueron juzgados y sentenciados. Por lo que los fugitivos ya no volvieron por esos rumbos... ni de paseo.
Aquella tarde, cuando la mayoría de los pobladores de Valle Escondido, volvía de sus labores cotidianas... Una ola de calor empezó a sentirse. Como aquella ocurrida doce años atrás. Donde lo único que les quedaba hacer para soportarlo era, además de abastecerse de agua y ventiladores, andar vestidos con prendas minúsculas. Es decir, que poco les importaba salir a la calle con poca ropa o en prendas interiores.
La mayoría de sus pobladores era gente de campo. Así que los campesinos, se marchaban en calzoncillos a cultivar los campos. Las campesinas se quedaban en casa, también en ropa interior. Y todos los demás trabajadores andaban así. Los más recatados usaban pantalones cortos, tanto en hombres como mujeres. Pero todos, hombres y mujeres de cualquier edad, con el torso descubierto. Nadie soportaba tanto calor en el cuerpo. Y como tenían años de conocerse, no había pudor que se los impidiera.
Esa tarde era así. Y a medida que avanzaba la tarde, la temperatura se incrementaba. El calor se hacía más intenso y era algo que no había ocurrido la vez anterior. A las tres de la tarde, se veía a la gente, comer en el exterior de sus casas. Ya fuera en el traspatio de su casa, si lo tenían, como en el frente. Colocaban mesas y sillas en la acera. Los ventiladores no ventilaban lo suficiente. La escasa brisa de la tarde, los orillaba a estar en el exterior.
A las cinco de la tarde, el viento pareció esfumarse. Por lo que la sensación térmica aumentó. Algunos jóvenes empezaron a desprenderse de la poca ropa que tenían. Pronto, se miraba en las aceras del frente de las casas, personas totalmente desnudas. Unos sentados en sillas de madera; otros, en el suelo.
A las siete de la noche, Jorge Ruz llegó a su casa. Porque él trabajaba en Palacio municipal y su hora de salida era a las seis y media. Por lo que caminaba las cinco cuadras hasta su casa. Pero no siempre demoraba treinta minutos para llegar. Sólo que con ese clima, ¿Quién tenía prisa? Iba con la trusa blanca de algodón y el torso descubierto. Poco antes de llegar, tuvo la sensación de que algo le había caído a la cabeza. Como si algún ave despistada lo hubiese bautizado. Sólo que le dejó la sensación de un piquete eléctrico. Lo que le hizo voltear hacia arriba. Se detuvo unos segundos y contempló un cielo completamente despejado. Con algunas estrellas visibles y ningún pájaro en todo lo que abarcó su vista. Continuó su camino algo intrigado y sin dejar de sentir aquella extraña sensación en algún pequeño punto de su cráneo. El calor que sentía era constante pero llegó un momento en que le pareció dejar de sentirlo, sobre todo cuando levantaba unos milímetros su frente. Y ese pequeño punto de calor, se incrementaba cuando miraba al piso.
A las once de la noche, la temperatura empezó a descender. Una suave brisa fresca se dejó sentir por todo el pueblo. Los que estaban despiertos, se arrodillaron, agradeciendo al cielo. Media hora después, el clima de Valle Escondido había vuelto a la normalidad. Incluso, la brisa refrescaba todos los resquicios de las habitaciones. Las familias enteras volvieron al interior. Y se arroparon de nuevo.
Jorge Ruz, estaba por acostarse. Pero aquel malestar en la cima de su cráneo no lo dejaba tranquilo. Recordó que, al levantar la frente, el malestar se desvanecía.
- Dormiré con la frente hacía arriba - Pensó, con cierto sentido del humor
Sin embargo, se recostó y la sensación de calor no lo dejó. Se levantó y empezó a caminar por la recámara, por el pasillo, por la sala... Una ventana de la sala estaba abierta. Y se podía ver desde ahí, un hermoso cielo azul, decorado con las primeras nubes y una gran cantidad de estrellas. ¡Un maravilloso espectáculo!, que lo hizo acercarse lentamente a la ventana. Por un instante se extasió contemplando aquella maravilla de la naturaleza. De pronto, vio pasar una estrella fugaz...
- ¿Una estrella fugaz, con tanta cauda? - Se dijo a si mismo - ¿Y con tanta luminosidad? ¿Y si no es una estrella fugaz? ¿Si es un cometa? Pero de los cometas se sabe con antelación, por los astrónomos. Ya hubieran informado de la existencia de éste. ¿Y si lo hicieron y yo no me enteré? Tal vez fue la razón de la ola de calor...
Fueron varios minutos más los que Jorge permaneció al pie de la ventana. Luego, dio media vuelta y se marchó a su cuarto. Durmió plácidamente. El malestar de su cráneo había desaparecido.
Era un cometa lo que había visto Jorge. Sólo que no lo sabía. Porque no supo, que hace más de ocho meses, en los noticieros, lo habían anunciado. No fue muy comentado ese acontecimiento en el pueblo porque únicamente salió en el informativo de las dos de la tarde de aquel día. No se le dio mayor importancia. Y Jorge Ruz nunca se enteró.
Pero aquello que experimentó Jorge aquel martes, traería sus consecuencias. Aunque nadie en Valle Escondido, ni el aludido lo presentía. Porque los días subsecuentes transcurrieron en un ambiente agradable. De hecho, los campos florecieron como nunca.
Continuará
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