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Categoría: Aventuras

En la calle que conduce al rio

Desde la esquina, aún antes de llegar, los árboles de Mango y las Cayenas dejaban adivinar la casa donde viví por muchos años.
Pero no como aquellos años de mi niñez, cuando corría por los jardines y atravezaba el comedor con el enfado de mi abuela. Ya no se oye la risa de mi madre y el canto de mi padre, ni los llorosos gemidos de mi hermana la cual yo fastidiaba con ahinco. No, ya no existe siquiera la fuente de Lirios flotantes llenos de renacuajos y de alguna que otra guayaba que se desprendían de lo alto de la mata, justo dentro del tanque. Mi casa, mi antigua casa, al final de la calle que conduce al río, ya ni siquiera es Río, hoy convertido en un riachuelo sucio y mal oliente. Cuando en otrora saltaba de piedra en piedra para atravezar su cause y llegaba justo donde la escuela artesanal tenía un apiario y me deslizaba a escondidas para deleitarme con sendos frascos de miel que terminaban en una diarrea espantosa o en vómitos.
Mi casa, aquella que albergó mis sueños, era grande, como mi abuelo, grande para correr y esconderse, grande para hacer diabluras de niño travieso y grande para enamorar a mi vecina.
Pero lo mas impotante es lo que sucedió un día.
Diciembre, por cierto, vispera de Navidad.
Aquella mañana, como siempre mi abuelo,quién se levantaba desde muy temprano a regar las plantas (que como dije al principio eran muchas)comenzó a buscar a alguno de sus nietos para que le ayudara con la bomba de extracción de agua. Cabe decir que el agua que se utilizaba para regar era obtenida de un tanque inmenso que estaba en la parte trasera de la casa, el cual tenía una manivela que mediante movimientos continuos (hacia adelante y hacia atrás) impulsaba el agua a través de una manguera muy larga. Al principio era relativamente fácil la operación, pero al cabo de unos minutos comenzaba a ponerse pesada la tarea del bombéo y los bracitos de niño se endurecían a cada instante, aún cuándo se cambiaba de brazo a cada momento.
Pues bién, mi queridicimo abuelo esparcía el agua hasta la última planta existente en nuestra casa. Como podrán comprender, todos nosotros, cada vez que mi abuelo agarraba la manguera, nos escondíamos para no ser el favorecido en dicha taréa. No obstante, siempre algún incauto nieto era atrapado en su inocente pasada.
Aquella mañana, después de manipular la bendita bomba (esta vez me tocó a mí), mi abuelo me dice:
- Hijo, ven para que me ayudes a reparar la Jaula del loro -
- ¡ay abuelo! tu sabes que no me gusta ese loro -
- tranquilo que no te va a pasar nada - me dijo
- ¡pero abuelo ese loro no me quiere!
- Anda no sea necio y ayúdame.
Bueno, la historia del miedo al loro comenzó tiempo atrás: "Lorenzo, era un loro que desde que tengo memoria, siempre estubo en esa jaula y muy pegado a mi abuelo. Desde niño, veía como mi abuelo, introduciendo el dedo índice por entre la reja de la jaula, llamaba al loro diciendole: "lorito, lorito, ven para sacarte los piojitos" y el loro se desplazaba desde donde se encontraba y se acercaba al dedo de mi abuelo; ponía su cabeza recostada contra la reja y erizaba las plumas mientras mi abuelo le rascaba la cabeza.
Esto me impresionaba y me extaciaba contemplarlo al punto que mi abuelo siempre lo hacía en mi presencia. Un día, parado solito frente a la jaula, metí mi dedo en la reja y comencé a llamarlo: "Lorito, lorito, ven para sacarte los piojitos" y el loro me miraba con su cara de lado, y me miraba y me miraba pero no se movía. "Lorito, lorito, ven para sacarte los piojitos" y le movía el dedo por entre la reja.
Buén rato pasé en este insistente tema, hasta que ¡al fin! el loro comenzó a caminar hasta mi dedo. Se acercó, pero no recostó su cabeza como siempre lo hacía con mi abuelo, esta vez llegó directo a mi dedo y me pegó tremenda mordida.
¡ay! ¡ay! gritaba yo con el dedo prensado entre el pico del bicho ese y nada que me soltaba.
En mi desesperación halé mi mano con tal fuerza que casi le paso la cabeza del ingrato loro a través de la reja y mientras el loro caía al piso yo corría donde mi mamá con mi dedo sangrante".
Desde entonces le agarré fobia a Lorenzo el loro de mi abuelo.

CONTINUARA.
Datos del Cuento
  • Categoría: Aventuras
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