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Tengo aproximadamente 28 años de edad, ¿desde cuándo?, no lo sé, no recuerdo muy bien, desde hace un siglo, tal vez un poco más, ¿Cómo es posible?, tampoco lo sé, es difícil pensar en eso cuando tienes sed, o cuando tienes que cuidarte de la policía, de las investigaciones, del ambiente laboral, pues mi situación económica desde un principio no ha sido muy buena, siempre he tenido que trabajar y siempre he trabajado de noche.
Alimentarme nunca ha sido un problema, porque siempre hubo personas que sacrificar para no morirme de hambre, por lo menos al principio; después me dediqué a estudiar, para trabajar en los hospitales. No recuerdo en cuántos hospitales he trabajado para robarme la sangre de los bancos, me alimento de sangre refrigerada para no tener que sacrificar una vida más, me lo prometí a mí misma.
Tengo un departamento que me compré con los ahorros de mi larga existencia; es pequeño pero acogedor, de interés social, lo que tenía ahorrado no me dio más que para uno pequeño; lo decoro una amiga decoradora.
Aquella noche terminaba de arreglarme cuando sentí que no debía presentarme a trabajar, fue extraño que yo presintiera algo, yo no tengo esa clase de poder.
Me quedé paralizada, con la mirada fija en la pared roja, apreté muy fuerte las manos. Reaccioné cuando escuché cómo rasgaba la blusa que me iba a poner, la miré e hice un movimiento con la cabeza, tome otra blusa, la primera que saqué del closet y me la puse con un pantalón de mezclilla negro ajustado, una chamarra de piel negra a la altura de la cintura y botas vaqueras negras.
Sin pensar en otra cosa, me fui directo a trabajar, no quería que me atormentara lo que sentí, así que traté de relajarme y seguir con mi rutina.
Estaba sedienta, pues las noches anteriores no me pude alimentar bien, las ultimas semanas no se abasteció el banco de sangre como suele suceder, hubo pocos donadores de sangre y un maldito que doblo turnos.
Me subí al autobús, me senté en el mismo lugar de siempre, en el penúltimo asiento frente a la puerta de bajada; la mayoría de los asientos se encontraban ocupados, me llamo la atención un hombre que venía frente a mí, con una gorra y ropa sencilla, -quizás venga de su trabajo, –pensé.
Su vestimenta deja suponer que tenía un oficio decente, observe cómo se iba comiendo una garnacha, dichoso él, que puede comer lo que sea, a la hora que sea, en donde sea.
Lo odié y lo envidié, porque podía hacer algo tan simple que yo no podía.
No prestaba atención a nadie, comía, y no le interesaba otra cosa más que lo que se llevaba a la boca, mantenía la mirada fija a través del cristal de la ventanilla, -como si hubiese algo importante que mirar, -pensé.
Un hombre de unos treinta y dos años, se subió y vino a sentarse a mi lado, era de mediana estatura, bien parecido, sentí su mirada que era diferente a la de los demás; quizás fue que le gusté, yo lo miré y no le quité los ojos de encima hasta que pidió permiso de pasar y sentarse a mi lado, se sonrojo con las mejillas rojas, se veía aun más guapo, -ha de ser muy penoso -pensé, me recorrí para que se sentara.
Su aroma era fascinante, las aletas de mi nariz palpitaron, se me hizo agua la boca, quería seducirlo, besar su garganta, su cuello atlético me invitaba a que lo mordiera a que succionara hasta la última gota de sangre, pero al ver su rostro reflejado en la ventanilla, tan guapo, la mirada tan inocente, me contuvieron.
Hacía años que no veía a un hombre como éste, tan pulcro, vestido con tanto esmero.
El aroma que desprendía su cuerpo, era delicioso, cuando lo miraba de reojo inmediatamente giraba el rostro en otra dirección.
El autobús circulaba por la avenida, mis instintos sintieron el peligro, recordé lo que sentí momentos antes de salir de casa, apreté con fuerza la mandíbula, me rechinaron los dientes, pero nadie me volteó a ver.
El camión frenó en una esquina, tres hombres de mal y recio aspecto subieron, uno de ellos se encaminó hacia la puerta trasera, le clave la mirada y sin más aparto la suya mirando a los pasajeros del asiento trasero.
Las manos me empezaron a temblar, intenté tranquilizarme mirando fijamente en el cristal de la ventanilla, en el reflejo los vi sacar sus armas, uno de ellos se quedo en medio pasillo y el último a un lado del chofer, algo le decía, vi el movimiento de sus labios. Los tres al mismo tiempo, con una coordinación exacta, comenzaron a gritar.
Toda la gente se sobresaltó aterrada, apreté con más fuerza la mandíbula, las manos me temblaron y los brazos también, aunque soy una muerta viviente, sentía mí sangre fluir y hervir, ¿Cómo es posible que pase algo así? Si con el poder que Dios, Satán, o quien sea me concedió, yo no abusaba de nadie, porqué estos miserables lo hacían. Por segunda vez traté de tranquilizarme, para que no se diera cuenta el hombre sentado a mi lado.
El asaltante caminaba por el pasillo quitándoles sus pertenencias a los pasajeros, dos mujeres sentadas en la parte de atrás cerca de la puerta de bajada, se veían histéricas, una de ellas al borde del llanto, el tipo se acercó a ellas con una navaja en la mano, les arrebató sus cosas, siguió con los demás, al percatarse que ni yo, ni mi compañero de viaje hicimos movimiento alguno, se acercó a nosotros y puso una pistola en la mejilla de mi acompañante, enfurecí.
Lo miré, quizás no vio mi furia porque iba drogado; me miro con unos ojos vidriosos y perdidos.
De la nada le dio un puñetazo en la cabeza a mi acompañante, al tiempo que intentó quitarle la cartera, la furia invadió mi cuerpo, hice un movimiento tan rápido, que en medio segundo me encontré frente al asaltante, sus ojos se abrieron como platos al ver el odio en los míos, impresionado dio un paso hacia atrás e intentó apuntarme con el arma. De soslayo vi al hombre guapo alzar las cejas, mientras yo detenía el brazo del tipo, apreté con mi mano la suya, sus dedos crujieron gritó de dolor, la pistola cayó al suelo, con mi otra mano, lo agarré fuertemente del cuello y lo levanté varios centímetros del suelo, mis dedos se hundían en su cuello hasta que empezó a escurrir un líquido rojo, mis colmillos crecieron, sentí cómo mis ojos cambiaban de color ya que ardían como en llamas, las aletas de mi nariz se agitaron con el olor de la sangre; quería morder a ese hombre y beberme toda su sangre, hacía unos ruidos como si se estuviera ahogando; la fuerza de mis dedos, se hundía cada vez más en su garganta.
El asaltante perdía el conocimiento en mis manos, cuando sentí como una picazón en el costado izquierdo, miré de reojo, el otro asaltante al ver que desangraba a su amigo con las manos, me había enterrado una navaja, antes de que la sacara para volverla enterrar, le detuve la mano, al tiempo que le rompía el cuello a su amigo girando la muñeca con fuerza lo solté, el cuerpo de un tipo despreciable caía al suelo sin vida.
Giré y vi el rostro asombrado del asaltante drogado, su mirada era incrédula porque no me hacía daño la navaja que me había clavado.
Apreté con toda mi fuerza la mano que sostenía el puñal, sintió el dolor, empujé su mano hacia afuera para zafarme la navaja que escurría de sangre, mi herida cerró de inmediato.
El hombre aterrado soltó el arma, le di un puñetazo que se hundió en la nariz y la boca, su rostro quedó desfigurado por el impacto, estaba muerto antes de caer al suelo.
El tercero de los asaltantes disparó en dos ocasiones, perforándome el pecho; subí la mirada, vio mi rostro, monstruoso, dio media vuelta huyo despavorido del autobús; iba a perseguirlo cuando mi guapo vecino se paró frente a mi tapándome el paso, alzaba las cejas ante mis colmillos filosos, mis ojos rojos, mi nariz arrugada y las cejas hundidas.
Lo miré a los ojos, y sentí una paz en mí como jamás la había sentido, mi rostro se relajó y volvió a ser hermoso, pero estaba furiosa y sedienta, a la velocidad de la luz, me baje del autobús tras el último asaltante para alimentarme.
Mientras corría, miré hacia atrás, mi guapo vecino se había bajado también del autobús, para verme.
Nunca podre olvidar la expresión en su rostro, era una expresión de ya nunca volveré a verte.
Dicen que los cambios son buenos, pero cambiar de hospital no lo fue; ¿Qué podía hacer? Una noche mientras le entregaba dos bolsas de sangre al jefe de urgencias, llegó una ambulancia con un hombre mal herido, los paramédicos entraron al área de urgencias.
Cuando vi de quien se trataba, corrí hasta la camilla, le tomé la mano. Me miraba con una mirada extraña, una enfermera nos separo con mucho esfuerzo, seguí su mirada, sus ojos me querían decir algo, algo que yo sabía pero que no entendía.
En cuanto me desocupé, volví al área de urgencias, mi hombre guapo ya no estaba, pensé lo peor, hasta que una de las enfermeras me informó que se encontraba en medicina interna. Habían controlado la hemorragia, no requería entrar a quirófano, pero necesitaba sangre, lleve a medicina interna lo que necesitaban para que de inmediato hicieran la transfusión.
Estaba recostado con los ojos cerrados, no podía verme, me senté a su lado y apoyé mi mejilla en su mano, con cuidado me incline sobre él.
Me atormentaba el recuerdo de sus ojos llenos de terror cuando los camilleros lo cambiaban de camilla, nunca había visto a un hombre con una mirada así, no quería separarme ni un minuto de él.
Se acercaba mi hora de salida, estaba por salir el sol y me tenía que ir, pero no lo hice, me quedé a su lado, no me importaba si moría envuelta en llamas, realmente no importaba si moría, en ese momento lo único que quería era estar a su lado.
Antes de que entraran los primeros rayos de sol, él se movió, por unos instantes abrió los ojos, me miró y se sonrió, inmediatamente los cerró y movió la cabeza hacia el otro lado, la venda que le rodeaba el cuello se aflojó revelando sus heridas, estaba a punto de hablarle a una enfermera, cuando vi las dos pequeñas marcas en el cuello, mis manos comenzaron a temblar, estuve a punto de explotar en furia, pero hice todo lo posible por controlarme, respiré hondo y me tranquilicé.
Cuando la luz del sol toco mi piel, pensé que moriría, pero no ardió mi cuerpo en llamas, ni me quemé, ni exploté en mil pedazos; sentí una gran debilidad, mi piel se puso blanca, casi transparente, me escurrió un poco de sangre de la nariz, pero no me importaba si estaba cerca de él, los ojos se me empañaron, pensé que eran lágrimas pero al limpiarme vi que era sangre, de mis ojos brotaba sangre.
Sin que nadie me viera, fui al banco de sangre para robarme unas cuantas bolsas, no me recuperé por completo pero sí lo bastante para volver a verlo. Cuando volví unos doctores le hacían preguntas acerca de las heridas. Lo abrumaban, quise correr en su auxilio, cargarlo entre mis brazos, llevármelo de ahí, pero no lo hice. Me fui a mi departamento para descansar.
Era media noche cuando volví lo encontré aún despierto, dos grandes agujas clavadas en cada brazo, le introducían agua salina con medicamentos, y sangre.
Me acerque hasta quedar a su lado de mi amado, ya no era sólo mi vecino guapo, ya sentía algo más que atracción y deseo, había algo que ocupaba el gran espacio en mi pecho que durante años estuvo vacío, ahora estaba lleno de amor, amor hacia ese hombre que sólo había visto una vez y que ahora estaba al borde de la muerte; mi corazón le pertenecía.
No sintió mi llegada, mantenía su mirada en un punto en la pared, cuando tomé su mano en la mía, volteó a verme y me sonrió, me apretó la mano, un pequeño apretón que decía cuanto apreciaba que me encontrara en esos momentos con él.
-Con eso no te vas aliviar.
-Voy a morir, ¿verdad? Cuando te vi aquella vez en el autobús, no lo podía creer, te vi convertirte en…
-Un monstruo.
-Un monstruo, muy bello… no me dejes morir.
Me tomó de la mano, me miró de tal forma que no me pude negar.
Le mordí la palma de la mano, en instantes empezó a convulsionarse y su corazón se detuvo, lo desconecté para que nadie se acercara a tratar de reanimarlo, me rasgué el labio inferior y me acerqué para besarlo, reaccionó antes de que mis labios tocaran los suyos, fijó sus ojos en los míos y nos besamos, al hacerlo bebía de mi sangre.
Fue el beso más hermoso en toda mi existencia, fue como entrar a una fantasía, no existía nada ni nadie, sólo nosotros dos, y nuestro amor, un mundo, un espacio, las estrellas para nosotros y nadie más.
Las noches posteriores me acompañaba a mi trabajo, se había convertido en algo habitual, hasta que se volvió a repetir un episodio como en el que lo conocí.
Viajábamos en autobús, él quería comprar un auto para no tener que viajar en transporte público ni pasar los desordenes corporales que nos causaban los rayos del sol. De pronto cinco tipos mal encarados se subieron al autobús, con armas de fuego en mano, gritando que era un asalto. Nos volteamos a ver mi amado y yo, nos surgió una mueca en el rostro, el me sonreía y yo a él.
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