¡Jajajaja!, la risa del malicioso Gurin sonaba una y otra vez a través de los árboles, unas decenas de metros por delante del morro del blanco corcel.
De repente hubo silencio. Entonces el caballero escuchó el viento entre las hojas, y el cercano ululato de un búho. Al rato volvió a sonar la voz del monstruo:
- ¡Trasgos de Hadrastur, un hombre ha entrado en vuestro bosque!¡¿Habéis oído?, un humano pisa vuestro suelo sagrado!.
Al oír tales gritos el caballero sintió un espeluznante escalofrío, ¡Trasgos!.
Con la espada en alto, clavó los ojos en la oscura maleza que le rodeaba, en espera de un posible ataque. Mientras tanto, el Gurin continuó riéndose a mandíbula batiente.
Unos metros más adelante oyó a sus espaldas un crujir de ramas. Rápido como el viento, se giró sobre el lomo del caballo y escudriñó inquieto la espesura, pero allí no había nada.
De repente, antes de que pudiera darse la vuelta otra vez algo salió de entre los matorrales y golpeó al caballo con fuerza, haciéndoles caer a ambos al suelo.
Tumbado sobre la hojarasca, el hombre escuchó una risilla pícara, y a continuación vio al atacante: no mediría más de medio metro, llevaba un gorrito negro encasquetado entre orejas puntiagudas y un pequeño mazo en una mano.
El Trasgo se le quedó mirando, mientras otros como él se acercaban lentamente.
- ¡Dejadme seguir mi camino, pues mi empresa no va con vosotros, sino con aquel que ha pedido a gritos un castigo!.
Pero sus palabras se perdieron en el aire. Un momento después dos nuevos Trasgos aparecieron en escena, llevando a cuestas un arcón de madera. Tras colocarlo en el suelo, todos los congregados, incluidos ellos, estallaron en una risotada macabra, tan estridente que hasta el propio Gurin, que por aquel entonces ya estaría saliendo de Hadrastur, la escuchase.
Luego abrieron el arcón.....