En medio de la oscuridad, un resplandor azul, casi palpable, comenzó a emanar del cuerpo del caballero: fieles a su fama de voraces saqueadores, que les hacía capaces de robar cualquier cosa en cualquier circunstancia, los ruines hombrecillos estaban robándole el encantamiento que le protegía.
Él, mientras tanto, intentó levantarse o al menos detener aquel pillaje, pero era tanta la fuerza con la que la magia salía de él que apenas podía moverse.
Un rato después todo terminó, y los Trasgos, soltando la misma risilla maliciosa que antes, cerraron el arcón y desaparecieron tan rápido como habían llegado.
Tendido sobre el húmedo manto de hojas, junto a su caballo, el hombre respiró con dificultad, intentando sobreponerse a aquel extraño ataque. No habrían pasado ni tres minutos cuando el Gurin irrumpió en aquella parte del bosque.
- Te dije que fracasarías- dijo burlonamente, y añadió:- Y ahora tendrás que asumir las consecuencias.
Y sin más se inclinó sobre él y sin darle tiempo a que pudiera golpearle con la espada lo cogió con la boca y echó a andar hacia el lugar de donde había venido.
Una vez salió del bosque, lo escupió y después, antes de irse, se le quedó mirando durante un instante: estaba pálido y sus ojos eran casi blancos, sin rastro de vida.
Le había robado su esencia, iba a convertirse en un espectro.
Fin del manuscrito, cuyas partes dispersas he logrado al fin reunir.
Desconozco dónde aparece el fin de esta historia, ni quién pueda decírmelo.
Fdo: Bausas el Joven, hermano de Enlioth.