No lo había visto por más de cuatro años, aún recordaba la última vez que le vi, caminado con esa dejadez, pesimismo, y esas ganas de terminar con su vida. Sí, era un suicida potencial, con más de veinte tibios intentos de acabar con su existencia. Recordaba su eterna mirada como buscando un empujón para terminar para siempre esta estúpida vida. Recordaba aquella vez en que le vi sentado al borde del tercer piso de su casa, totalmente desnudo, riéndose de sus padres, amigos, hermanos, y saltando al aire para hacer justo, justo sobre un gigantesco y pesado grupo de negros que salían de una vieja discoteca llenos de alcohol… salvándose una vez más de morir. “Mala suerte, amigo”, decía. Y ahora, allí, sentado frente a mi cara, con esa sonrisa como una media luna, contándome que al fin había encontrado el equilibrio, que al fin podía manejar esta bicicleta, esta vida me hizo pensar durante toda la noche, y es mas, me puso a escribir esto que no es mas que una manera de expresar el gran significado de la vida de toda la humanidad… Equilibrio.
Le escuchaba y escuchaba, moviendo las manos hacia arriba y abajo con ese entusiasmo que ponen los niños cuando le cuentan a sus padres la primera vez que entraron al circo. “Si vieras el rostro de mi abuelo”, me dijo contándome de su visita a su abuelo en donde, decía, que todas las y tardes conversaba con su difunta esposa, colocando militarmente los cubiertos para “ellos”. Hablando y conversando y muchas veces confundiéndolo con su difunta esposa. “Eso fue lo que me hizo sentir que yo estaba hace mucho muerto”, me dijo. Y por esa razón es que tomaba la vida diferente, como un niño que gusta romper sus juguetes buscando encontrar en sus partes el alma, y, como un niño, le daba vida a cada una de las situaciones que enfrentaba el con su abuelo…
“Mi abuelo tenía un rifle, era grande y lleno de balas. Pensé lo mejor para mi, así que no dude en colocarme el cañón en la boca cuando vi que mi abuelo se me acercaba y, sin asustarme ni asustarse, se ponía el cañón en la boca… para luego pedirme que le canté un tango de Gardel, aquel en que se pone una bala en la boca pues desea descubrir si tiene o no tiene alma este cuerpo. Eso, me hizo pensar en todo. Cogí el rifle, y mi abuelo me llamó como le llamaba a mi abuela… Lo abracé y lo llevé a su cuarto, mientras él me decía que estaba cansado y quería desenchufarse de sus pensamientos y visiones…”
Durante toda la noche no dejó de hablar y hablar y sentí que una parte de mi se enriquecía, se cargaba de esa magia que brotaba de su aliento. Deseé estar en su pellejo, vivir esa magia que emanaba de cada uno de sus movimientos. Ya estaba aclarándose la noche y supe que tenía que volver a mi casa, a mi cuarto. Nos despedimos y le dije si podía volverle a ver.
“No lo creo, amigo, no lo creo, tu ya estás vivo… Y yo, acabo de nacer, pues ya se cómo se monta esta vida, ya sé cómo es el equilibrio”, me dijo. ¿Cómo es?, le dije. Sonrió así como una media luna y me dio la mano, me abrazó tan fuerte como si fuera un oso, y sentí su aliento en cada partícula de mi ser, y supe que en ese aliento estaba la clave del equilibrio de toda existencia…
Le vi alejarse mientras me pareció que caminaba sobre nubes, espuma de una mágica mañana… Cerré mis ojos y cuando los abrí, ya no estaba más. Tan solo escuché salir una vieja canción de una de las tantas ventanas de nuestro viejo barrio. Era un tango de Gardel…
San isidro, noviembre del 2005