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Érase que se era...

ÉRASE QUE SE ERA...un antiguo país de poetas y guerreros, de pueblos indomables y altaneros, de ácratas insolidarios y de lúcidos navegantes. Un antiguo pueblo lúdico y quejumbroso, sobrio y barroco, dependiendo de qué lado del mar y de la brisa soplara el sol de la mañana.
Aquel antiguo país que se hizo grande tras los mares y que alardeó de sol continuo y permanente olvidándose, en el fragor de las conquistas y en el olor de las soberbias, que otros conquistadores acechaban tras de los valles, tras de las necesarias urgencias de libertad y patria, y se fue haciendo viejo y usurero de su propia capacidad de renovarse y ponerse al día.
Y un día, un año, una época quizá, este antiguo y orgulloso país se quedó colgado de la amargura de una derrota y, depresivamente depresivo, absolutamente desconcertado y perdido, se puso a llorar lágrimas de cocodrilo mientras sus antiguos adversarios se afanaban en la tarea cotidiana del esfuerzo colectivo y solidario, en, juntando hombros y ambiciones, superar los fantasmas de los pasados más o menos bollantes o trasnochados para acometer la tarea permanente del futuro.
Este pueblo, este pueblo antiguo de poetas y guerreros, sumido en la más vergonzante depresión colectiva de su historia, por el contrario se dedicó a vivir de los recuerdos, de los viejos esplendores y de los símbolos periclitados de su pasado mientras sus gentes, desubicadas y desmotivadas, vagaban o eran vagadas por las calles antiguas de la honra y la opinión ajena, por los tortuosos callejones de la pasión o de la fiesta, por las añejas plazas donde el señorito y el villano, el señor de los servicios y el laborante del currelo, confabulaban contra la inteligencia y el pensamiento, hacían burla y mofa del raciocinio y la cultura.
Pasaron los años y con el tiempo, detrás de amargas experiencias de sangres y odios, de varapalos alternantes, de subidas y bajadas por la senda del desarrollo económico, este pueblo, otrohora indomable y altanero, se atrevió a meter la cabeza como pudo en la vía de la historia sosegada pero olvidando, desde entonces, que su antiliberalismo radical, mamado en tantos combates desiguales con su historia, le iba a impedir el tranquilo tránsito hacia lugares confortables y consecuentes, olvidando también que de aquella depresión con la que fue culpada la inteligencia y la cultura, se estaba poniendo la primera (y no la última) piedra del monumento al analfabetismo y a la intolerancia, germen, más adelante, de la manipulación social y política y del agravio comparativo con los pueblos de su entorno.
Y ÉRASE QUE SE ERA... en este pueblo, en este país, entre estas gentes, una inmensa mesa camilla donde coincidieron, como por casualidad, un saltamontes, un toro y un camaleón, posiblemente los tres buscando, desde muy distintos presupuestos y con bien diferentes biografías, un espacio común para el entendimiento y la comunicación tolerante.
Y aunque la historia de este pueblo auguraba presagios inciertos, aunque no era elemental mezclar en la misma mesa a un toro apasionado, a un camaleón acomplejado y a un pequeño saltamontes romántico y visionario, las lunas parecieron propicias y los vaticinios se olvidaron en la pasión novedosa de lo posible. Al fin, la historia está hecha de pasiones imposibles y de posibles desengaños...
Y ÉRASE QUE SE ERA... que dijo un día el saltamontes:
- Podríamos hacer de esta mesa camilla imaginaria una plataforma de comunicación y de ilusiones...
Un toro, negro zaíno, encastado y noble, que por allí pacía en la tranquilidad de la pradera le escuchó y dijo:
- Sería interesante, pequeño saltamontes. Podríamos aprovechar tu impulso y volar contigo de lado a lado del mundo...
En una esquina de la mesa camilla, sin hacerse notar y confundido con el color ocre del mantel que la cubría, un camaleón escuchaba como siempre:
- Chist, chist, a mí también me gustaría participar en el proyecto... Si no es molestia...
- Hecho, -dijo el saltamontes-, desde mañana seremos el grupo TSC (Tango Sierra Charli: Toro-Saltamontes-Camaleón) y cimbrearemos con nuestra fuerza el mundo de las palabras y de las ideas...
Cerca, al otro lado del silencio o de los gritos, una manada tranquila de cebras digerían pacientemente las hierbas como siempre mientras escuchaban asombradas la extraña conversación. Algunas levantaron la cabeza mientras pensaban que aquello de los TSC podría ser interesante.
Y ÉRASE QUE SE ERA... que aquella curiosa alianza del pequeño saltamontes, el bravo y noble toro, y el dúctil camaleón, se convirtió con los días en una impensable fuerza de conocimientos y de amistad. Aquella mesa camilla fue alargándose progresivamente y algunas de aquellas cebras que pacientes comían en los alrededores fueron sentándose todos los días en la gran mesa que infundía respeto y convivencia, aparente tolerancia y exquisita cortesía.
El pequeño saltamontes estaba encantado. Cada día suponía un reto para sus alas musicales y, aunque intuía que el camaleón penosamente podía seguir el ritmo de los cambios de colores con la velocidad y el vértigo que le imponían, pensaba que la fuerza noble del zaíno toro y el impuso decidido y novedoso de su constancia y su entrega, podrían ser suficientes para salvar los obstáculos. Las cebras, atónitas unas, ilusionadas otras, seguían como podían la marcha frenética y novedosa del momento.
Un día, (siempre hay un día en la vida y en los cuentos), cuando todo parecía más tranquilo, cuando el pequeño saltamontes vislumbró que había pasado el tiempo suficiente para destilar la uva y apartar y conservar el mosto, dijo al camaleón y al toro:
- Mis amigos, creo que ha llegado la hora de hablar de sentimientos.
- ¿De sentimientos?, -bramó el toro-. No estoy de acuerdo, pequeño saltamontes, no va nada con mi estirpe y con mi raza...
- Yo paso, -dijo a media voz el camaleón mientras su cuerpo sufría un repentino y acelerado proceso de cambio de colores imparables que le delataban.
- Sí, de poesía, de sentimientos que acercan a los pueblos y que liberan los corazones... Insisto, mis amigos, -machacó el saltamontes.
Y ÉRASE QUE SE ERA... que se puso a hablar de sentimientos, y miren ustedes por dónde, que ante su propia sorpresa, gran parte de las cebras que participaban en el banquete decidieron que sí era interesante hablar de sentimientos tanto tiempo escondidos o acorazados detrás de penas o de sonrisas.
El toro se sintió dolido en su amor propio y en su raza, pero su nobleza de casta le impidió más que bramar refunfuñando mientras se apartaba displicente y transitorio de la movida.
Sin embargo el camaleón apenas dijo nada. Se sentía probablemente agraviado, dolorosamente autodesbordado en su incapacitante tarea de mutar colores más rápido de lo previsto. Estaba furioso y tenía la sensación de que el pequeño saltamontes había vendido su inquebrantable confianza, tantos días puesta a punto en su afán mimético, por un puñado de lisonjas de algunas de las nuevas cebras recién llegadas a la mesa camilla.
El camaleón no dijo nada pero, acercándose a un charco sucio de barro antiguo y tomando el color gris-marrón de la cloaca, se dispuso a hacer saltar las envidias que probablemente estaban agazapadas desde tiempo. El camaleón llamó a un grupo de cebras y, mimetizándose con ellas para presentar un aspecto confiado y agradable, las sugirió:
- ¿No pensáis que el pequeño saltamontes está abusando de sus piruetas y su música estridente y sensiblera?. ¿No tenéis la impresión de que intenta monopolizar la mesa camilla en su propio beneficio?.
A lo que las cebras, sorprendidas y confusas, contestaron:
- Puede, camaleón, puede... Ahora que lo dices...
Aquel día el saltamontes quebró una de las alas que le impulsaban con fuerza por los aires, y quedó triste y meditabundo. Llamó a su amigo el toro y le preguntó:
- Noble y encastado morlaco, me está dando la impresión de que la mesa camilla que con tanto ahínco y cariño hamos formado, está sufriendo un ataque de envidias y celos capitaneado por el señor camaleón. Desearía tu apoyo noble para que la mesa sea efectiva y grande y no se quiebre o se rompa en mil pedazos.
A lo que el toro, sensiblemente molesto por lo que intuía era un desprecio a su pasión tradicional y a su nobleza de siglos, contestó:
- Lo siento, pequeño saltamontes, quizá has ido demasiado lejos... Tu sabrás lo que haces...
Y ÉRASE QUE SE ERA... que el pequeño saltamontes se quedó meditabundo en medio de la inmensa mesa camilla pensando, frotando sus alas musicales y poderosas insistentemente, y decidió lo que tenía que hacer. En un golpe de efecto, que pretendió sería aglutinador, convocó en la gran mesa a todas las cebras, al camaleón y al bravo toro para contarles su decisión, y dijo:
- Para todos mis amigos debo comunicar que el pequeño saltamontes está cansado y que piensa y siente que en estos momentos lo mejor que puede hacer es retirarse de la mesa camilla de los TSC para que algunos de sus miembros no se den por ofendidos. Pienso que algunas veces, como dice el refrán, no están hechas las margaritas para la boca del cerdo y pienso que, seguramente, la gran mesa camilla de los TSC sería mucho más cómoda, en estos momentos, sin mi participación. Un abrazo...
Se formó el guirigay. Habían acudido todas las cebras y habían escuchado, creo que sin enterarse mucho, el comunicado. El noble toro sacó su casta brava y se arrancó impetuosamente a trompicones. El camaleón se mimetizó en un gris sobrio y humilde, y ofreció su cabeza a la concurrencia. Las cebras mayoritariamente se sintieron agraviadas y abandonadas injustamente y, mayoritariamente, descargaron sus agravios contra el pequeño saltamontes que ya había hecho una pirueta larga y alta a otros lugares más confortables.
Y ÉRASE QUE SE ERA... que aquella mesa camilla sorprendente y agradable fue rápidamente desapareciendo envuelta en el mismo pecado de envidias, desconciertos, agravios comparativos, desafectos y desculturas, que el camaleón mimético había dejado caer un día sobre ella y que no era más que el reflejo de ese antiguo pueblo colgado de esa vieja enfermedad de siglos que obliga a todo lo que brilla y lo que piensa a emigrar a otros lares para defenderse de la envidia.
Al cabo de un tiempo el pequeño saltamontes encontró a otros saltamontes que buscaban como él otra mesa donde sentarse y desde donde comunicarse, y se sentaron cómodamente a compartir amores y proyectos, a deshacer la margarita que ahora, evidentemente, sí estaba preparada para las bocas de los cerdos que no se ofendían porque sabían que no era una ofensa ser un poco cerdos y saber comer margaritas.
Y, moraleja (porque no hay buen cuento que no deba llevar su moraleja) : Es difícil, aunque no imposible, entenderse con especies tan dispares sobre todo cuando las envidias trasnochadas y potentes se empeñan en poner obstáculos entre las mismas.
Datos del Cuento
  • Categoría: Educativos
  • Media: 5.29
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