" Érase una vez. "
Érase una vez un Hombre adulto y cansado, muy cansado, que se enamoró locamente del calor, el brillo y el color de la Llamita del pequeño quinqué que, con levedad voluptuosa, iluminaba perezosamente los restos de su cena y de su vida.
Esta, con generosidad, repartía sobre el nevado paisaje del mantel, la luz y las sombras generadas por las suaves formas de copas, botellas y otros enseres que, tras prestar servicio, reposaban como despojos de guerra sobre la albura ya marchita de su mesa.
Era feliz contemplándola larga, muy largamente, en su casa de cristal. Su cambiante silueta le recordaba una bailarina oriental que, de forma incansable, ofrecía su Danza de Vientre.
Le gustaba mirarla crecer y girar, moverse, bailar, subir y bajar hasta casi apagarse., para verla de nuevo, tras un leve chisporrotear, empezar a danzar y a encresparse.
Cuando por azar, el gélido viento de la vida azotaba con violencia las graciosas formas de su amada, trocando en bruscos vaivenes los sensuales giros de su interminable danza, el Hombre cogía el fanal entre sus manos, suave, muy suavemente, como queriendo proteger a la Llamita de las ajenas agresiones, sin pararse a pensar que el calor del cristal podía transformar en Dolor el Amor de su gesto.
Tan extraña pareja compartió una hermosa aventura, la cual, pese a ser breve como tal, alternó momentos felices. con silencios amargos.
Tanta fantasía pusieron en ella que, en ocasiones, la ilusión de aquel romance volaba por las nubes hasta el Cielo Infinito, para descender de nuevo al nivel vulgar de los Humanos.
Con incansable girar de Noria, a momentos entrañablemente dulces y tiernos, se sucedían otros esplendorosamente apasionados, o tremendamente tristes y desgraciados.
En ocasiones, el Hombre juntaba sus manos como formando un cuenco para retener en él las risas cantarinas de su Musa, las cuales, brincando y bailando como las aguas de un torrente cristalino, refrescaban su piel.
Desesperadamente, apretaba éstas entre sí, en un vano deseo de alargar eternamente tan mágico momento. Pero, finalmente, el Agua se deslizaba lentamente entre sus dedos, dejando en ellos únicamente la huella húmeda de su paso.
Otras veces, cerrando cuidadosamente puertas y ventanas, aspiraba con avaricia los efluvios que sutilmente invadían el ambiente de su cuarto, impregnando éste con los mágicos perfumes que generaba en su combustión.
Contenía entonces el aliento en desesperado intento de inundar con estas fragancias el caudal de su sangre y el vacío de su Alma, sin poder evitar que la química de su cuerpo transformara en inútiles deshechos tan exóticos aromas y utilizara únicamente el Oxígeno como fuente de vida.
El suave chisporroteo de su mecha al arder se transformaba al invadir la vibrante caja de sus tímpanos en idílicas melodías con las que, sin límites de tiempo, le gustaba dejarse arrullar hasta adormecer, saboreando con deleite tan sublimes sinfonías, aun después de entregarse sin reservas en brazos de MORFEO.
Cuando despertaba, de nuevo el silencio le rodeaba, quedando únicamente suspendidas en el aire, ingrávidas y tenues, como trinos alborozados de lejanos pajarillos, las últimas notas procesadas en algún escondido rincón de su cerebro.
También hablaba con ELLA a veces, en singulares y encendidos diálogos, en los que su corazón, sin juez que moderase el caudal de su pasión, evidenciaba la expresión de sus más íntimos deseos.
Ante tan ardiente exposición, el cuerpo de ELLA, femenino al fin, se encendía en rojos velos, correspondiendo así a tan gran amor, luciendo el más brillante carmesí de su color y el más intenso calor de su fuego.
Así fue pasando el tiempo, y la zozobra generada por esta sinrazón fue minando los cimientos del Templo de Amor afanosamente construido entre ambos.
La diferente estructura sustancial que separaba los cuerpos de los Amantes y la intangible realidad con que las canas de Él los distanciaba en el tiempo, impusieron su cruda razón, quedando el Hombre con sus viejas raíces ancladas en la tierra en que nació,en tanto que la llama, ninfa, musa, mariposa y hada, agitando sus alas sin cesar, buscó en el Infinito su destino.
Cuando todo acabó, y el cansado cuerpo del varón volvió para siempre a la Madre Tierra, cuentan los lugareños, que su espíritu voló y voló eternamente en cósmica aventura, esperando oír sonar en algún recoveco del espacio las risas de su Amada, tratando de aspirar en el aire de algún valle celestial Su perfume, buscando en el alegre cauce de algún Río Sideral la frescura de aguas cristalinas en las que mojar de nuevo sus manos. y, quizá también, deseando arder con ella en lujuriosa e íntima pasión en el ardiente pozo de su Fuego Eterno.
Se dice también que nada de lo anterior ha conseguido, y la esencia de su Ser sigue aún hoy errante por el mundo, y que su inmaterial presencia se hace evidente siempre que en algún apartado lugar de la tierra las cansadas y brillantes pupilas de algún hombre maduro miran, en sediento y complacido éxtasis, la pequeña, humilde e insinuante figura que dibuja la Llama de un pequeño quinqué.
Cuando acabé de escuchar este relato y meditaba entristecido en el hermoso final de tan tierna y trágica Historia, recibí una ultima confidencia. Me llegó del más viejo de los viejos del lugar:
" Se dice, me dijo, que antes de viajar al Infinito, la Llamita y su Amante, después de jurarse Amor Eterno, fijaron un día en que cada año, por lejos que estuviesen el uno del otro, viajarían por las rutas celestiales encontrándose en el mismo lugar donde hace, no se sabe cuantos años, erigieron con sus manos y con sus cuerpos el más hermoso altar a CUPIDO.
Desde entonces, precisamente ese día, cuentan, que por el Arco Iris de los Sueños -que solamente pueden ver los amantes- cruzan dos puntos brillantes y luminosos, como si fuesen atraídos por un mágico y gigantesco Imán, y viajan incansables hasta encontrarse precisamente allí, en el centro mismo del Altar.
Entonces, se escuchan celestiales sinfonías que llueven desde el Más Allá, inundan el espacio como suspiros de EOLO, y se enciende el Arco Iris en todo su esplendor recordando a los hombres la fuerza imposible de este tierno Amor.
Olvidaba comentar que cuando estas maravillas ocurren, se impregna el Espacio con aromas de inciensos y fragancias de maderas nobles y exóticas. "
( Nunca sabré por qué en este RELATO utilizo el verbo siempre en pasado.)