En una lujosa casona vivían una joven pareja, su hijo de diez años y la señora del servicio, con su hijo también de diez años. El niño de la casa cursaba su escolaridad en un colegio privado, mientras que el hijo de la señora del servicio en un colegio público. Pronto la Señora de la casa comenzó a notar que su hijo había desmejorado en gran medida su rendimiento escolar, mientras que el hijo de la señora del servicio de manera inversa había mostrado un excelente progreso escolar sin precedentes.
La señora de la casa quiso averiguar las posibles causas que afectaban el aprendizaje de su hijo. De tanto investigar un día descubrió al hijo de la señora de servicio estaba leyendo los libros de su hijo, el cual cuando no había nadie en casa los tomaba a hurtadillas, y de manera muy decidida los tomaba de la mesa, y después de leerlos los colocaba en su sitio, con tanto cuidado y delicadeza que era difícil pensar que alguien los había tomado. Nunca los deterioró, sin embargo la señora de la casa prohibió la lectura de dichos libros al hijo de la señora del servicio, alegando que todo el conocimiento de los libros de su hijo era aprovechado por aquel, en detrimento del conocimiento del primero.
Este error de apreciación trajo como consecuencia que el hijo de la señora del servicio desmejorara sus calificaciones en el colegio, mientras el hijo de la señora de la casa siguiera sin mostrar la más leve mejoría.
Esta historia nos demuestra que es la lectura y no la tenencia de los libros quienes brindan el conocimiento.