Un día de primavera, mi nieto que a la sazón tenía tre años, iba de paseo a la playa con sus padres. Estaba muy entusiasmado, especialmente porque llevaba un volantín que le había comprado su papá y que quería hacerlo volar junto al mar. Me lo mostró y me comentó su gran esperanza en este juguete. Se trataba de un volantín con forma de ave, colorido y pintoresco y a la vez sencillo. Me habían invitado con ellos.
Ese día llegamos y al siguiente en al tarde fuimos a asistir al gran evento. El niño sujetó en hilo del volantín mientras su padre lo tomaba del otro extremo a una distancia razonable para hacerlo volar. Yo estaba junto al pequeño, lleno de ilusión y euforia. Su madre contemplaba.
Se lanzó el volantín a volar,el cual subió raudamente a los cielos provocando gritos de júbilo en el niño que lo contemplaba extaciado.
Subítamente el juguete entro en picada y cayó bruscamente en la arena cerca de donde terminan las olas del mar. Sus padres corrieron a recogerlo, el chico también corrió, a la vez que gritaba mi volantín, mi volantín.
Allí estaba el artefacto sucio con arena, maltrecho y quebrado, e imposibilitado de volver a volar. Cuando llego a él, el pequeño lloraba desconsoladamente. Entonces sus padres trataron de consolarlo diciendo que no se preocupara, que le conseguirían otro y el contestaba repetidamente: "Es que es mi volantín, es que es mi volantín". Sus padres insistían en sus explicaciones mostrando cierta molestia por el desconsuelo de este niño y su tosudez, ante las soluciones que le ofrecían, frente a lo cual él insistía llorando: "ES QUE ES MI VOLANTÍN". Yo contemplaba a la distancia esta ecena y traté de comprender su simple e incomprendido argumento.
Es que en la vida, muchas veces consideramos un acontecimiento como algo simple y pequeño, sin mayor importancia desde nuestro punto de vista, pero para la otra parte es algo trascendente, importante y probablemente tenga que ver con su vida misma.
Para este niño, ese volantín y no otro, era su mundo, tenía cifrada toda su esperanza y sus sueños en él y de pronto todo eso se vino al suelo en un momento. Eso no era reemplazable. Era SU volantín y no entendía por tanto palabra de consuelo alguna.
Muchas veces en la vida perdemos en forma irreparable, como puede ser un ser querido y que no puede ser reemplazado por otro similar y para la mente simple de ese pequeño, ese, su volantín no era sustituible por otro similar. Ya no sería lo mismo.