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Esa amiga prodiga

Quien iba a decir que dentro de un vestidor iluminado con mortífera luz blanca yo iba a encontrarme con una vieja amiga. Me sorprendió acariciando el encaje delicado de mi traje de novias. El traje que yo siempre había querido y dentro de varios meses lo estrenaría. Esta fue la misma amiga que abandoné cuando decidí ser otra. Todo porque hubo un hombre de por medio que cegó mis sentidos y me convenció de amarle por el resto de mis días. El nunca me habló de su amor, pero el amor que yo sentía por él le pareció suficiente. Fue tan fácil para mí entregarme y poco a poco me fui transformando tal y como él lo sugería. Pero mi amiga se decepcionó conmigo y comenzó a esquivarme. Ella era brillante, con temperamento fuerte e ideas radicales. Ella no fue víctima de nadie y siempre salía airosa de las situaciones adversas. Buscaba aprender de cada fracaso para no volver a repetirlo. No dependía de nadie para afirmarse cuanto valía y de lo que era capaz de alcanzar. Ella fue rebelde con el mundo y aceptaba cada obstáculo como una gran meta. Ella defendía sus ideales como los hijos que nunca tuvo. Jamás fue conformista y no había misterio que ella no hubiera podido desenmascarar. Por eso fue azotada con el latigazo de la mala fama de pueblo. Como venganza ella se volvió altanera e irremediablemente honesta. Por algún motivo pensé que ella más que nadie comprendería lo que yo sentía por él y me daría su apoyo incondicional. Al contrario, lo halló repugnante y ni siquiera quiso tratar con él. Se esquivaban uno al otro y donde él estaba ella rápidamente se iba. Yo me aferré cada vez más a aquel hombre porque sentía que el tiempo me daría la razón, que mi amor sobrepasaría las diferencias. Mi amiga se fue alejando hasta el punto que no la volví a ver más. Y quedamos él y yo. El me reafirmó que las ideas de mi amiga eran absurdas, que sólo partían de conceptos preconcebidos de una mujer cínica y amargada. Intenté buscarla a escondidas varias veces pero me rendí ante la indecisión y sin querer dejé de pensar en ella. La cobardía y el pesado conformismo me arrastraron ingenuamente a seguir el patrón de los formalismos de la sociedad. Dejé que ése hombre llevara el curso de mi vida, porque me convenció que él sabía lo que estaba haciendo. Compró una residencia majestuosa y me permitió decorarla a mi gusto. Caminaba airoso entre las multitudes mientras sostenía mi mano. Me aseguró que junto a él no me faltaría nada; que todo estaría tendido ante mis pies siempre y cuando mostrase agradecimiento al cumplir con mis obligaciones sociales. Lo que no me aclaró fue que el precio a pagar por tantas consideraciones requería mucho esfuerzo y sacrificio. Por eso caí de bruces al ver a mi amiga y escondí mi rostro cobardemente entre el terso material de aquel angelical vestido de novia mientras lloraba desconsolada. Porque allí desnuda dentro del angosto vestidor al volver la vista al espejo encontré a mi amiga; con la marca morada que dejó el impacto contra el borde de la mesa de centro que adorna la casa donde viviría con aquel hombre. Esa amiga era yo misma al mirar mi reflejo.
Datos del Cuento
  • Autor: EVR
  • Código: 2475
  • Fecha: 12-05-2003
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 6.92
  • Votos: 37
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3172
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