En medio del sopor que le producía el licor ingerido, sintio la pelea de los perros en el corredor, tiró una de sus botas contra la puerta, para ahuyentarlos y sintió el llanto de la criatura que en la hamaca descansaba, pero no podía sostener el equilibrio y entre las penumbras que la Luna dibujaba, su etilica digestión se dedico a realizar.

Las horas pasaron entre el sepulcral silencio de las noches de mayo, no recuerda haber dado ni una sola vuelta, sin embargo estaba al otro lado de la cama, por el claro de la puerta percibio la luz del sol y se extraño que ni los pájaros se hubiesen levantado, pensó que aún dormia su endemoniada rasca.

Cayó en cuenta que ni los ladridos de los perros se sentían y se acordó que al llegar no les había abierto la cocina para que consumieran las sobras, se incorporo en el preciso instante en que sintió los pasos de Juana subir las escaleras, y estupefacto quedo cuando su desgarrador grito rompio la calma de los siglos del pasado; al asomarse al corredor, se dio cuenta que los esos perros si habían comido.