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Espectador sin Tiempo

La vida suele ser muy dura con aquellos que jamás escucharon y siguieron la palabra del alma. Es fácil juzgar, definir, encerrar la verdad a través de una idea. Proclamar que todo es simple, duro, pesado, bueno, es más fácil que vivir de acuerdo a su propia conciencia. Las cosas que suceden son tan inciertas que uno no sabe aceptar lo que le espera. Imagino una casa con infinitas puertas, todas abiertas, esperando la llegada, la mía, sin saber si en ella se encuentra la felicidad, o la miseria, todo es incierto…

En aquellas reflexiones me ahogaba mientras viajaba en el camión rumbo hacia mi centro laboral cuando el vehiculo se detuvo ante una señal de transito. Para dejar de pensar comencé a observar el mundo tras el vidrio del auto, y vi a una extraña mujer sentada en una de las bancas de la acera, esperando algún auto, bus, camión, o simplemente descansando. La observé con detenimiento y supe sin lugar a la duda que estaba loca. Tenía un rostro angustiado, y unos ojos bellos y perdidos mirando hacia un lugar alejado de la realidad, así como los peces... Más allá de lo que escrutaba, percibí como un halo, un espíritu, un demonio, un conocimiento quizá, no sé… que parecía guiarla, influirla, estar mas presente en ella que ella misma, que yo y que toda aquella céntrica avenida llena de autos con sus estridentes motores, con gente de rostros apurados, y con miradas puestas en un futuro que, como una mano invisible, parecía arrastrarlos sin dejarlos decidir... Me sentí muy solo junto a ella cuando un gran cansancio y calor capturó toda mi atención. Me sentí como un camello con la lengua colgada como un miembro muerto, lleno de flema, tumbado en el desierto de cemento y con las sombras de la ilusión… Mientras, observaba a esta mujer que parecía ser una sensible testigo de aquella duna, de aquella diurna y solitaria realidad…

- Te dije que no me dejaras… - La escuché por la primera vez -. Adónde irás sin tus hijos. Te dije que la abuela estaba mal, no creíste, pensabas que mentía… Te rogué que no me abandonaras, te advertí que el agua estaba cortada, que la plata solo sale del trabajo, no lo creíste. Mentirosa, decías… Te dije que no me dejaras… Maldito.

Y así hablaba y hablaba y hablaba a alguien que no era yo, ni los muchachos que estaban a su lado, a alguien que tan sólo ella apreciaba, y que yo (por suerte) percibía. Le reclamaba a un sujeto que se había extraviado por los callejones de las sombras… De pronto, percibí que las cosas se detuvieron, parecía ser que el aire y el tiempo se disolviesen como éter a través del universo, pero yo pude ser testigo de aquel fenómeno…

La mujer dejó de hablar y me clavó la mirada, se paró de la banca y empezó a acercarse al camión en que yo estaba. Subió al vehiculo sin soltarme los ojos, y un frío empezó a treparse como una sierpe por mis piernas. Quise levantarme y no pude, era como una pesadilla ver a aquella loca acercándose como un fantasma, como una angustia enroscándose en mi garganta… Y cuando estuvo frente a mí volvió a repetir: “Te dije que no me dejaras. Adónde irás sin tus hijos…”. De pronto vi que un sujeto subir al camión, era pequeño, rostro empedrado y mirada seca, sin brillo, traía en las manos una barra de madera y apenas estuvo al lado de la loca empezó a golpearla como a un animal. Cada golpe que caía sobre ella me hacía recordar a los herreros golpeando a su yunque; ella no se quejaba, tan solo repetía la misma oración: “Te dije que no me dejaras. Adónde iras sin tus hijos…”. El tipejo cogió de la mechas a la loca y a empujones la bajó del camión, como a una bestia que no entiende mas que el golpe para dejar de escuchar su oscura locura…

Fue horrible pero mas terrible fue sentir que quizás jamás volvería a salir de este limbo, de esta dramática escena de los dos miserables, pero por suerte los vi desaparecer por una de las callejuelas de la ciudad, provocando en el mismo instante que todo volviera a la normalidad, el tiempo siguió su girando, las personas continuaron sus caminos y el camión empezó a rodar… Mientras me alejaba volteé la vista y vi a la loca tirada en medio de la pista, rodeada de una ruma de gente, sobre un charco de sangre. Arrastrado por un impulso, bajé del camión y caminé hacia el lugar del accidente y vi el cuerpo sin vida de la mujer, tenía los ojos abiertos y parecía mirarme a los ojos y agitar los labios… Me acerqué hasta colocar mis oídos en su boca y escuché: “Te dije que no me dej…” Me alejé de la loca asustado, y mientras retrocedía sentí que alguien cogía mis hombros, volteé y vi que era el mismo miserable que presencié en mis alucinaciones. Le miré, tenía una barra de madera en las manos…

- ¿La conoce? – Me preguntó con el palo de madera en sus manos que era el embrague del auto en que manejaba. Le dije que no. - Fue un accidente, no quise atropellarla, se rompió la caja del embrague, no quise… - repetía una y otra vez, y no solo a mí sino a todo aquel que se le acercaba como el policía que sin escucharle mucho, le pidió su permiso de conducir y los papeles del auto en que atropellara a la loca…



Marzo del 2005.
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 13986
  • Fecha: 31-03-2005
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.52
  • Votos: 33
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3639
  • Valoración:
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