Estuve leyendo a Borges, su tomo dos de Obras Completas. Es un grande Borges. Y no sé cómo quedé dormido, sentado sobre una silla con el libro en las manos. Y mientras dormía, soñaba. Y lo que soñé fue increíble.
Frente a un aula con pocas personas había un personaje vestido al estilo del siglo XVII. Con sus botas, traje con bombachos, peluca blanca, y una piel rosada producto de un maquillaje. Esto es un sueño, pensé. Me acerqué hacia aquella aula y pude darme cuenta de que no había mas de cuatro personas, entre ellas, yo. Me acerqué un poco más y vi al hombre que no era otro que Mozart, parado frente a una hoja de papel muy grande, escribiendo una novela. Esto lo pude notar porque lo dijo entre silencios y murmuraciones. Me fije en lo que escribía y vi que hablaba de un hombre del siglo XXI, vestido con trajes oscuros, sin cabello, alto, y con un extraño aparato que no cesaba de tocar, tal como una pianola en diminuto. Me paré y le dije que opinaba acerca de ese personaje. Mozart me miró y empezó a reírse sin parar. Luego se calló. Miró las inmensas hojas escritas y las destrozó, haciendo un ovillo, una pelotilla, tirándomela a la cara. Me sorprendí de su actitud pero recordé que era un genio y esas cosas se le están permitidas, y peor aún si se trata de un extraño sueño. Le miré mientras continuaba riéndose. Le dije gracias y en ese instante todos se voltearon, me miraron y callaron como si estuvieran frente a un ser de otro espacio. Me paré entre ellos. Miré de frente, a unos pasos a Mozart, y le pedí si podía terminar su texto, su novela. Este me miró a los ojos y se rió sin parar. Se tiró al suelo hasta salir entre risas y gestos de burlas extrañas. Quedé solo. Todos se había ido no sé adónde. Miré la hoja en blanco y escribí lo que tenía que decir...
“Un hombre de otro tiempo tiene el don de despertar de aquel sueño y entrar al castillo mágico del instante, del presente. Al mismo escribí que si hay algo que expresar, eso era de que un hombre halla la belleza cuando derrama su alma sobre el instante del castillo del presente...” Continué escribiendo y me salió una historia, o metáfora acerca de dos animales, bestias salvajes, que encuentran el cuerpo de un hombre muerto, moribundo, tirado en medio de un desierto, un páramo. Uno le dice al otro que debieran devorárselo. El otro le dice que no, que es el cuerpo de un hombre y que a los hombres no se los come, pues trae la mala suerte y una pésima digestión, como una maldición. Ambos se miraron, abrieron sus fauces para arrancar las carnes del moribundo y empezaron a seguir sus necesidades. Luego de terminarlo se echaron de panza y quedaron haciendo su siesta bajo la sombra de una roca. Ya estaban durmiendo cuando un hombre armado, les encontró. Miró a las dos bestias salvajes y de dos certeros disparos, mató a ambas. Las cogió, las trozó y las puso en una bolsa que llevaba sobre una vieja mula marrón. Terminé de escribir esta fábula y salí de aquella aula. Comencé a dar unos pasos hacia la salida de esta aula cuando ya a punto de dar mis pasos en una hermosa calle, desperté... Y desperté aún con el libro de Borges en las manos. Continué leyéndole, pero no pude soportar un escozor en mi ser, algo extraño me fastidiaba, empujaba hacia otros aires. Dejé el libro sobre la mesa de mi oficina y fui caminando hacia mi hogar. Apenas llegué encendí la computadora, escribí sin parar durante toda la tarde, la noche, mientras escuchaba a través de la radio el Concierto para Piano y Orquesta No. 21 en C Mayor, K. 467... Y fue hermoso, sentí que estaba siendo observado por un grupo de personajes de otro siglo, visionándome, soñándome… Apagué mi computadora y me puse a releer el segundo tomo de Obras Completas de Borges. Apagué la radio y leí cosas maravillosas…
San isidro, octubre de 2006