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Categoría: Cómicos

Expedición VII "Antartida"

Hubo muchos desafíos en mi carrera, pero ninguno tan grande como la vez que organicé una expedición al gran continente blanco “La antártida”
Todo comenzó una tarde de verano que me encontraba en el sillón de mi casa frente al televisor, con los pies dentro de una palangana con agua y un té frío que apenas me ayudaba a aguantar el calor. Era impresionante la manera en que transpiraba, desde mis cabellos las gotas de sudor caían y me entraban en los ojos, era en verdad muy molesto, luego ya no pude escuchar la televisión porque la transpiración acumulada en mis orejas habían llegado a tapar mis oídos. Después rebalsó la palangana y dije ¡basta! ¡esto es el colmo! ¡ya no aguanto el calor!...cuidadosamente saque los restos del centro de mesa de adentro de la palangana (por eso se había rebalsado, torpemente se me cayó dentro y se hizo añicos) tomé el vaso de té helado en mis manos y lo observé; sobre el liquido contenido flotaba un cubo de hielo y sus bordes transpiraban heladamente, entonces pensé: - ¡quiero ir ya a un lugar así!
Tomé en mis manos el mapamundi y busqué; solo tenía que elegir entre norte o sur, ya que los matices blancos de los polos ya me hacían imaginar el frío y casi lo disfrutaba en mi mente.
Me nutrí de los marineros más rudos además de mi contingente titular. Como siempre estaba “el traductor”, el “Negro Coki” y el “Gallego”; este último a cargo de conseguir al resto de la tripulación conformada por Quepedro (le decían así porque cada vez que hablaban de él –originalmente se llamaba Pedro- repetían: ¿qué Pedro? ¿qué Pedro?) el ruso Mastrolov y el “Polilla Mc Kein” de Nevada, EE.UU.; también había un chabón que nadie conocía, era sordomudo y encima no sabía leer, escribir ni hacerse entender. “Simplemente lo llamaremos el mudo” le dije a mi tripulación.
A los 10 minutos vino “El Gallego” a proponerme que le cambiemos el nombre porque lo había estado llamando y no respondía.
Los container de provisiones ya estaban sobre el barco, solo restaba abordarlo y partir. Nos apresuramos y pronto los motores estuvieron calentando hasta que desde mi garganta se escuchó la orden “leven anclas” seguido de un “pasen la voz” ya que los motores poco dejaban escuchar, luego le di la orden a Mastrolov de zarpar ( se la di por señas ya que él solo habla ruso) pero este aceleró y aceleró y el barco no se movió, salimos a cubierta y escuchamos unos gritos. El “Gallego” le estaba gritando al “mudo.”
- Pero...¿cómo te lo tengo que decir? ¡levanta el ancla!- le decía mientras “El Mudo” no sabía como hacerle entender que también era sordo...
Poco tiempo más discutieron...solo hasta que El Negro Coki les pegó un mamporro a cada uno en la cabeza y subió el ancla.
¡ZARPAMOS!
Ya en plena mar decidí revisar las provisiones. Abrí el primer container. Contenía conservas, carne, pan; toda clase de alimentos.
Abrí la segunda y ante la mirada atónita de todos aparecieron botellas y botellas de whisky, y vodka, más alimentos y una cocina enorme.
Antes de abrir la tercera dije:
- Bueno, en este están los tubos de gas, los abrigos y los aparatos de calefacción que ya vamos a ir colocando.
- ¡No! –me interrumpió El Gallego- ese container lo dejé e hice cargar uno mucho más importante.
Miré al Gallego sin pestañar y enloquecidamente abrí el tercer container.
Lo que apareció ante mis ojos me dejó sin aliento.
Eran bolsas y bolsas de hielo en rolitos, entonces dije:
- Gallego...¿y el abrigo?
- ¿Para que lo querés? ¡Con la mamua que nos vamos a agarrar ni el frío vas a sentir! Además el whisky a mí me gusta “on the rocks”
Llegamos a un punto en el cual cada uno luchaba contra el frío a su manera. La verdad es que no puedo quejarme de mi tripulación...bueno, del Gallego sí, pero el resto daban lecciones de valor ante la adversidad y me daba orgullo tener una tripulación de hombres fuertes y fornidos.
El Negro Coki entraba en calor con su equipo de pesas; el Ruso Mastrolov y el Polilla Mc Kein se daban calor humano constantemente, era envidiable ver los resultados, ya que muchas veces parece que se les iba la mano con el calor que se daban y terminaban sacándose la ropa. El Gallego se la pasó tomando whisky on the rocks todo el viaje y el traductor entró en calor insultando al Gallego en 9 idiomas diferentes. Pero el que más me sorprendió fue El Mudo que no se quejó en todo el viaje.
Yo me mantenía en movimiento constante para evitar la hipotermia.
En una de mis caminatas por el barco me crucé con El Gallego que estaba totalmente alcoholizado, y con la lengua entrelazada por el exceso de alcohol me dijo:
- ¡Menos mal que traje los cubitos! ¡Sino este whisky de cuarta no se podía tomar! –y a eso le agregó- ¡hic!
Fue tal la patada que le di en el ojete que cayó de boca al piso...estaba decidido a terminar con El Gallego...la desesperación se había apoderado de mi...
...pero El Gallego no se levantaba...
- ¡Levantate Gallego!...¡dale!...¡quiero entrar en calor! –le dije-
- ¿Querés entrar en calor? –me preguntó- ¿vos querés entrar en calor? –repitió sin levantar siquiera la cabeza del piso-
- ¡Si Gallego! –insistí-¡dale levantate!
- ¿Y porque mejor no te tirás en la alfombra? ¡está calentita!
- ¿La alfombra? –dije y en mi cabeza se iluminó todo como por arte de magia-
Reuní a toda mi tripulación y comenzaron a arrancar las alfombras de las habitaciones.
Una vez que pudimos terminar con el trabajo, nos pusimos a pensar como podíamos unirlas y usarlas como abrigos. Fue entonces que Mastrolov emitió unos sonidos extraños y miré a mi traductor...éste dijo:
- Mastrolov dice que tiene varios ovillos de lana de colores hermosos y agujas de tejer número 1,2,5 y 8 que pueden servir.
- ¡Bien! ¡manos a la obra! –dije sin salir de mi asombro por lo escuchado de la boca de mi traductor...esas palabras mencionadas por Mastrolov me hizo dudar de su persona...¡tenía agujas de tejer número 1,2,5 y 8! Llegué a una conclusión sobre este tema...le faltaban los números 3,4,6 y 7...lo que me hacía creer que Mastrolov era un desordenado y que por eso las había perdido...
Tardó horas antes de presentarnos nuestros abrigos. Una vez terminados nos reunió a todos y con El Traductor a su lado comenzó a repartirlos.
Cada abrigo tenía un motivo diferente, eran diferentes en todo, hasta en los colores del bordado, todos estaban hechos de modo que al ponérselos la parte que nunca se ve de la alfombra quedara a la vista y la que sí se ve quedara como el clásico “cuellito” de piel. ¡Estaban hermosos! El mío tenía bordada un ancla y la palabra capitán en azul Francia que resaltaba sobre el café con leche original de la alfombra. El del traductor tenía bordada en rojo una lengua, el del Mudo tenía puntos suspensivos, el del Negro Coki tenía una pesa, el de él (Mastrolov) y Mc Kein tenían medio corazón cada uno y el del Gallego tenía viboritas, rayos, caracoles y una serie de dibujos más que enseguida asocié con los insultos de historietas. Y justo cuando iba a dar la orden de volver a sus puestos me llamó la atención el ver que Mastrolov saque otro abrigo más con un signo de interrogación bordada en pecho y espalda...pensé...pensé...
- ¡QUEPEDRO! –grité y enseguida mandé a revisar cada rincón del barco en su búsqueda-
Todos salieron hacía distintos lugares. Solo permanecieron frente a mí El Mudo y El Gallego.
- ¿Y vos porque no vas a buscar Gallego?
- ¿qué se perdió? –me preguntó el inútil-
- ¡Quepedro no aparece!¡estamos buscando a Quepedro!
- ¿Qué Quepedro?
Cuando estaba a punto de golpear de nuevo al Gallego escucho al Negro Coki.
- ¡Acá está!-dijo-
Rápidamente nos reunimos frente al Negro Coki que estaba parado al lado de un container y adentro estaba Quepedro con un abrelatas en la mano y durmiendo placidamente.
Así había pasado el frío Quepedro en los últimos días, ¡Coki se lo quería comer! Pero en ese momento apareció El Mudo corriendo en círculos y agitando ambos brazos como si quisiera volar. Todos comenzamos a tirar palabras como en “dígalo sin hablar” pero era inútil, El Mudo era sordo, estuvimos varios minutos tratando de descifrar lo que quería decir El Mudo, algunos hasta se sentaron en el piso...en eso El Mudo agarró un cubito del container y se los mostró desesperadamente a todos sin dejar de mover los brazos.
- ¿Tanto espamento por un whisky?-dijo El Coki-
- Serví un whisky para El Mudo, Gallego- le dije al Gallego que venía caminando sonriente desde el frente del barco.
- ¿Sabés la cantidad de whisky que se podría servir con el cubito que está allá adelante?-dijo El Gallego-
Todos quedamos intercambiando miradas llenas de confusión, hasta que el traductor dijo...bueno, hasta que gritó...
- ¡Un Iceberg!
De inmediato todos volvimos a nuestros puestos, tratando de eludir el problema mientras escuchábamos los gritos del Gallego.
- ¡No se desesperen! ¡quédense tranquilos que con el hielo que traje tenemos de sobra para el viaje! ¡no hace falta más! ¡déjenlo manga de borrachos!
Mientras tratábamos de zafar del iceberg acordamos golpear al Gallego entre todos si lo lográbamos...y así pasó...zafamos...pero me perdí de la golpiza ya que tuve que ir con Mastrolov a la cabina de mando porque comenzaron a aparecer islotes de hielo...ya estábamos en la Antártida.
Después de unos minutos me acerqué a mi tripulación y tras ordenar que dejen de golpear al Gallego les dije que se preparen para desembarcar.
Bajamos el bote y embarcamos en él, luego tras remar en las heladas aguas llegamos a hielo firme.
El hambre se había apoderado de mí y de mis hombres, y los que mas lo sufrieron fueron los pingüinos, ya que al bajar lo primero que hicieron mis hombres fue correrlos para atrapar alguno y poder comer carne, sorpresivamente fue El Gallego el que atrapó el único pingüino.
Mientras El Mudo y El Gallego se disponían a preparar el manjar (pingüino a la gallega) sirviéndose claro está del pingüino, y de las conservas que habían bajado del barco, los demás decidimos dar una vueltita por el lugar.
Al cabo de una hora estábamos de regreso.
Mientras nos acercábamos sentíamos el aroma que despedía el pingüino al asarse, nos preguntábamos si sería tan rico como olía.
- ¿Falta mucho para comer Gallego?-le pregunté-
- ¡Ya está casi listo!-me contestó!-
Contemplé el paisaje blanco que nos rodeaba, era hermoso, una blancura tal que parecía una propaganda de jabón en polvo. Y el mar tan azul como solo se los veía en las películas. De pronto la imagen del vaso de té helado en mis manos se cruzó ante mí al ver un pequeño iceberg en el helado mar. Esto es lo que quería...aunque confieso extrañar un poco el calor...
Miré un buen tiempo ese trozo de hielo en el mar detenidamente, algo andaba mal...pero ¿que?
Seguí observando el bloque de hielo que se desplazaba lentamente de izquierda a derecha sin notar el motivo por el cual notaba una anomalía en esa imagen. La montaña de hielo se desplazó un poco más y algo a lo lejos, tras ese bloque de hielo llamó mi atención...fijé la vista, la agudicé y traté de ver que era...¡un barco!...seguí mirando...si...¡es un barco!-sonreí con satisfacción al confirmar que sí, que era un barco- miré un poco más hacía la derecha, donde tenía que estar nuestro barco...pero no había nada...
- ¡Gallego! ¿vos bajaste el ancla? –grité con desesperación-
- Le dije al Mudo que la baje antes de bajarse del barco...preguntalé a él.-me contestó-
Casi pierdo la calma, pero traté de convencerme de que un capitán debe conservar la calma...y pensé...luego ordené:
- Mastrolov, Coki y Quepedro, vayan en el bote a alcanzar el barco y tráiganlo, y esta vez bajen el ancla.
Con la voz de entendido los tres hombres partieron a la carrera, mientras en mi interior me repetía que debía estar tranquilo.
Me acerqué a donde estaba el Gallego cocinando y lo noté raro, claro, se siente culpable...
- ¡Ya está Gallego! –le dije- ¡Quedate tranquilo!
En ese momento escucho unos gritos:
- ¡El bote no está!
Instintivamente dirigí mi mirada hacia los ojos del Gallego que ya comenzaba a derramar lagrimas, mientras sus labios se rendían a un incontrolable tiritar. Me apiadé de él y serenamente le pregunté:
- ¿Dónde está el bote Gallego?
Con lentitud y ahora sí rompiendo en llanto, El Gallego bajó la mirada para observar el fuego que había hecho en el interior de una olla y dijo:
- ¡No había leña ni árboles...!
Todos mis hombres se descontrolaron, pero El Gallego y su estado de culpa me conmovieron y pedí calma. Una vez que los ánimos se enfriaron me volví a dirigir al Gallego, diciéndole:
- ¡Ya está Gallego! Ahora vamos a comer eso tan rico que estas cocinando y después vamos a buscar la manera de salir de acá.
En el rostro del Gallego se dibujo una pequeña sonrisa y sus ojos brillaron aún más que con las lagrimas, eso me hizo sentir grande, me dio tranquilidad y un confort en mi interior como nunca antes había sentido.
Preparamos nuestros cubiertos. Ya listos para comer formamos fila frente al Gallego que había anunciado que ya iba a servir el pingüino.
Rápidamente en un abrir y cerrar de ojos, la olla con el fuego, el pingüino y toda la comida desapareció devorada por la nieve...
- ¡Gallego y la re concha de tu madre! –le grité y comencé a correrlo- ¿cómo te vas a poner a cocinar arriba de una capa de hielo? ¡Te llego a agarrar y te cocino a la gallega vas a ver!
Todos comenzamos la persecución tras el Gallego, lo corrimos casi media hora, hasta que por fin lo alcanzamos.
Nos habíamos convertido en animales sedientos de sangre, y nos disputábamos el derecho de matar al Gallego, los nervios le abrieron la puerta a la locura y todos comenzamos a golpearlo.
Tras apaciguarnos, mantuvimos al Gallego atado, quien quisiera hacerlo, podía ir a darle unos golpes.
Mientras tanto buscábamos la manera de regresar. No se nos ocurría nada, por suerte divisamos un helicóptero al que Mastrolov le hizo señas con un espejito que tenía en su cartera. Y así volvimos a Sudamérica.
Mi traductor se abocó a los estudios para perfeccionarse en alemán y jeringoso.
El Negro Coki, trabajó un tiempo con David Coperfield, solo hasta que aprendió la profesión y le hizo desaparecer tres dientes.
Quepedro legalizó su situación en el país, y después pidió cambiarse el nombre de Pedro a Rubén. Ahora le dicen Querubén.
El Mudo empezó un curso para hablar en señas.
El ruso Mastrolov y El Polilla Mc Kein se fueron a vivir a Nevada y sueñan con casarse algún día. ¡Ojalá conozcan buenas mujeres! ¡se lo merecen!
El Gallego fue al Argerich, donde estuvo internado unas semanas por los golpes recibidos.
Y yo...volví a mi sillón frente al televisor, con los pies sumergidos dentro de una palangana con agua y un té helado en mis manos soportando el agobiante calor...
...aunque ya sin quejarme...
Datos del Cuento
  • Categoría: Cómicos
  • Media: 6.46
  • Votos: 50
  • Envios: 1
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