Todavía hoy, en los círculos privados de Pubs y locales de moda, se comenta la antigua historia de Ludovico Farlopas, perseverante mandador de currículums y asiduo participante de oposiciones, que para sorpresa de algunos e incredulidad para otros, logró su objetivo: trabajar. Este hito casi imposible para la mayoría de los jóvenes, hizo que su popularidad alcanzara el rango de héroe, situándolo a la altura de los mismos dioses.
Cuentan las viejas crónicas, que Ludovico Farlopas, acuciado por la necesidad de satisfacer a su voraz e insaciable novia, ávida de regalos y atenciones, se encontró en la necesidad de encontrar empleo, para conseguir el dinero que su novia rápidamente consumía. Su brillante historial académico le auguraba un magnífico porvenir, así que armado con su currículum, y con su imponderable ilusión, se apuntó en la oficina de empleo y envió miles y miles de cartas a las empresas más relevantes de la zona. El tiempo pasaba, mas no recibía contestación alguna. Inquieto por la situación, tuvo la enorme osadía de presentarse en varias ocasiones “in person” ante impávidas secretarias, que con amables caras, pero con agrias respuestas, le respondían siempre lo mismo: - Su historial está archivado, le llamaremos si le necesitamos. También se presentó a cualesquiera oposiciones que se convocaban, vaciando sus paupérrimos bolsillos en su periplo de recorrer múltiples academias preparatorias. Angustiado, buscó trabajo de peón sin importarle la dureza del puesto, pero no pudo encontrarlo puesto que no era inmigrante. Sí que encontró de comercial, pero gastaba más dinero en suelas de zapatos, que lo que ganaba de comisión. En varias ocasiones lo llamaron para realizar entrevistas de trabajo, pero nunca encajaba en el puesto, en algunas porque era demasiado joven, en otras porque era demasiado viejo y en todas lo rechazaron por no tener experiencia. Ludovico se lamentaba así: - ¿cómo voy a tener experiencia, si no encuentro trabajo que me la proporcione?
Y por fin, un glorioso día, Ludovico encontró trabajo: no era necesaria experiencia, no importaba la edad y además las retribuciones eran considerables, el trabajo estaba relacionado con la mecánica o algo así, no era chapista pero hacía chapas. Los clientes del “culito feliz” todavía lo recuerdan con nostalgia, hace poco murió de SIDA.
Próximo capítulo: De chapa a chapa, pongo el culo porque me toca.
By Tico-San