Tengo un dolor en mi garganta, una espina de pescado, un dolor que viene del ser amado, no lo sé con certeza pero duele tanto que sangro de pena y me hace recordar todo un pasado como película en blanco y gris, tenue como esas sombras a media tarde.
Mis manos están llenas de llagas, hay sangre por todos lados. No sé si he golpeado a alguien, o si lo he matado a golpes, no lo sé con certeza, pero me duele el alma, el pasado pesa como dos estacas en mis pies, todo duele, todo, pero tengo certeza que todo pasa delante de mis sueños, pasados como la respiración.
He llegado a mi casa, y he visto a mi perro, hermano, madre, pero los he visto muertos en vida. No siento pena ni alegría, no siento nada, tan solo los veo como quien ve una foto vieja colgada en una pared vieja de adobe.
He pagado todas mis deudas y me he quedado sin un centavo; no entiendo porqué me siento feliz. Quizá sea que mi condición de miserable es la mejor, que sólo sirvo para mendigar, entregar lo que debo, hablar lo que puedo, callar cuando quiero, no sé, pero he pagado todo y no tengo nada mas que una ganas enormes de dormir para siempre y despertar en otro valle, uno que sea límpido, alegre y lleno de eso que no tiene palabra.
Ya no sé que decir ni que escribir. ¿Quizá sea por eso que me siento más vivo, y menos vacío? No lo sé, pero ya no escribo como antes, ya no hablo de fantasmas ni de sombras ni de nada de nada, ahora escribo y no sé de qué ni de quién escribo...
He decido salir a la calle, irme a un parque de noche y buscar un árbol para orinarle, vaciarle todo lo que puedo. Espero que pueda vaciar todo lo que sobra dentro de este cuerpo tan viejo, enfermo y tonto. Espero, en verdad espero que todo sea como un sueño...
San isidro, septiembre de 2006