Don Fedón era un médico admirable, proveniente de una familia de humildes campesionos, con un hábito raro. Iba todos los días al cementerio a llevarle una flor a un pariente suyo..
Dice la gente que cuando Fedón estaba cursando sin tiempos ni apuros, con mucha diversión, la Universidad, murió su padre. Entonces, su tío Juan asumió el compromiso de pagarle sus estudios, encontrarle una pocilga en la ciudad, y darle algún dinerillo.
El tío, en definitiva una enorme bestia feroz, todos los meses se llegaba hasta la ciudad, para pagar las cuentas de Fedón, y averiguar la marcha de sus estudios. Luego se llegaba hasta la morada del sobrino para hacerle conocer cinto en mano su opinión sobre el tema.
Fedón cansado de sufrir sus mensual tratamiento, decidió dejar sus estudios y dedicarse a otra cosa con otras ideas. Don Juan siempre implacable apoyo del cinto puso las cosas en su lugar y reacomodó las ideas del joven.
En otra ocasión Fedón resolvió huir. Hasta que don Juan consiguió ubicarlo, traerlo de vuelta, dejar marcadas en la espalda del sobrino sus impresiones sobre la huída y quitarle las intenciones de reiterarla.
Las repetidas y recias cintareadas de don Juan terminaron con las farras de Fedón, lo pusieron en óribta y le dieron al sobrino dos cosas. Su título de médico, y un odio infinito hacia su tío.
Fedón ni siquiera avisó a su tío su graduación. Simplemente, se fue hasta la chacra del tío para tirárselo a la cara, y de ser posible, en algún descuido de la bestia, devolverle con un garrote sus atenciones.
Al llegar, desde lejos, entre las ramas del follaje, vio a don Juan bajarse del tractor tomándose el vientre, arrodillarse de dolor, revolcarse, tragarse temblando una medicina, y luego, en tanto recuperado, subir a la máquina a seguir trabajando.
Feliz por el sufrimiento de don Juan, Fedón volvió sobre sus pasos y se alejó para siempre de la chacra. Las cuentas habían tenido un ajuste divino. El viejo canalla sufría en serio. Estaba en paz. Días después se enteró de su muerte. Que el diablo se lo lleve. Bien muerto está. Se hizo justicia.

Años después, Fedón, un médico ahora reputado en la gran ciudad, debió volver a su pueblito para atender algunos asuntos personales pendientes y ver que pasó con las porquerías que había dejado su tío.
Desconocido por la gente, sentado en un rincón del típico bar pueblerino, con la mirada perdida en los recuerdos, escuchó, sin pretenderlo, una conversación de viejos referida a su tío.
- Las cosas del Juan? … Y ahora se acuerdan?. Pobre Juan. Un buen hombre.
- Si. Si. El Juan no merecía la muerte espantosa que tuvo – agregó un anciano contertulio.
- Perdón, que le pasó? Preguntó otro.
- Tenía unos dolores muy fuertes en la panza. Años sufrió. Y así murió..
- Y por qué no se hizo atender antes con un médico? - Insistió el curioso.
- Se hizo atender. Varias veces. El médico quería meterle cuchillo. Pero el Juan no quiso. No tenía dinero. Prefirió seguir sufriendo.
El preguntón arremetió de nuevo.
- Ujú. Y al final que le pasó?
- Le agarró una hepatatis o hepatitis o algo así, y se murió a los gritos.
Fedón paró la oreja satisfecho. Hepatitis? Una muerte espantosa. Dolorosísima. El viejo maldito pagó sus cuentas. Excelente. Había que seguir escuchando las preguntas para disfrutar de la venganza.
- Que raro. El Juan no era tipo de achicarse, y ganaba sus pesitos. Podía haberse curado. Tuvo miedo al cuchillo, eso pasó - Sentenció otro oyente.
- El Juan miedoso? Ja. Lo que no podía era juntar dinero. Hasta lo pedía prestado para mantener estudiando en la ciudad un sobrino que quería mucho y le consumía hasta el último centavo.
Desde entonces, Fedón vá todos los días al cementerio, a llevarle una flor a su tío.