La grava del sendero crepitaba bajo mis pies que apenas vacilaban bajo la tenue luz de la Luna. Un búho, con sus ojazos de gato me observaba y un sauce dolorido se miraba en el espejo de un charco.
El camino se estrechaba a mis costados por ambos setos poblados de enormes flores blancas. Mi primer impulso fue arrancar un ramo, pero algo me decía que estaba prohibido y por eso, durante un rato, se estableció dentro de mí una lucha, la eterna batalla entre lo desconocido, la curiosidad y los tabúes.
Alargué mi mano, decidida a arrancar las flores, cuando de repente, por entre los arbustos apareció un ser. Era una niña. Una niña rubia,de unos cinco años de edad,sonriente, vestida con una túnica blanca, tan blanca como su piel. En sus manitas portaba un gran ramo de flores blancas, como las que yo había intentado robar.
Me miró con sus inocentes ojos azules, y por un instante, sólo por un instante, creí percibir todo el universo reflejado en sus pupilas.
_ Detente, mayor. Tú no puedes arrancar estas flores- me dijo.
_ ¿ Por qué ?- le contesté mientras me inclinaba
para hablar con la pequeña.
_ Porque antes, mayor, debes crecer hasta mi ALTURA.
FIN