e cuenta que había una vez un zapatero remendón que se llamaba Francisco, pero al que todos conocían por el nombre de Francisco Come y Duerme, pues, en lugar de trabajar; se pasaba todo el día comiendo y durmiendo.

El tal Francisco tenía una hermosa hija, la cual, una mañana, harta del comportamiento de su padre y de la pobreza en que vivía, lo despertó y le dijo que tenía que trabajar por las buenas o por las malas.

El zapatero, entonces, salió a buscar trabajo. Ya en la calle oyó que una señora lo llamaba desde un palacio.

Francisco Come y Duerme entró y la encontró en la cama.

-Tu hija es muy hermosa -dijo la señora-. Yo estoy enferma y necesito que me sirvan. ¿Podría trabajar para mí como camarera?

Al día siguiente, la hija se presentó en el palacio de la señora. Ésta se mostró muy amable y, después de disculparse por no poder levantarse de la cama, le pidió que barriera la habitación.

La muchacha se puso a barrer debajo de la cama y ¿qué vio? Una cola larga y peluda que asomaba entre las sábanas.

-¡Pobre de mí! ¡Dónde he venido a parar! -se dijo la muchacha-. ¡Es Mamá Dragona y no una señora!

Muy asustada, se inventó una excusa y, escabulléndose, volvió a su casa. El padre no quiso creer nada de lo que su hija le contaba y, no queriendo desperdiciar aquella ocasión de ganar dinero fácilmente, se presentó en el palacio.

-El palacio no es muy grande y no hay muchas estancias para limpiar. Además podré comer y vertir como un príncipe. Ya es hora de que pueda comer por siete y vivir a cuerpo de rey -pensó Francisco Come y Duerme.

Pero pasado un tiempo, cuando Francisco estuvo bien gordo, la señora lo llamó. Él se acercó a la cama. Entonces, la Mamá Dragona lo tomó por los piés, se relamió los labios y lo engulló de un bocado.