Llegué a mi cuarto tarde. Había un plato de comida, una jarra llena de agua, cubiertos, servilletas, nada más. Me senté y vi una carta. Primero quería comer algo, pero la carta parecía tener más hambre que yo. La cogí y la abrí. Era una carta de mujer en donde decía que yo le gustaba desde hace mucho tiempo. Pucha, me dije, una mujer que le gusto. Nunca antes me había sucedido, jamás, pero allí estaba la carta. Me fijé en el sobre para averiguar el nombre del remitente y leí: S. M. ¿Quién será?, me pregunté, ¿Será hombre, mujer, niño, anciano, loco, o, simplemente una broma de alguien? Todas estas preguntas me hice. Volví a leer la carta y decía que me observaba desde que entraba a mi centro de labores. Que le gustaba la forma en que caminaba, corría, entraba, miraba, sonreía, escupía, me quitaba los mocos de la nariz, etc. Contaba que acababa de irse a otro lugar, muy lejos y que jamás volvería a verme y por esa razón me dejaba esta carta, que era la primera que me mandaría y que la próxima me daría su nueva dirección. Coloqué la carta en su sobre y la eché a la basura. Comí pensando en la chica. Me la imaginaba loca. Tendré que cuidarme al salir a la calle. Voy a cambiarme de ropa con más frecuencia. Llamaré a mis padres, hermanos. Saludaré a mis familiares y amigos. Voy a cambiar. Seré una buena persona. En ese preciso momento supe que estaba asustado. Miraba la ventana y me sentía observado. Terminé de comer. Me bañé y antes de echarme en la cama, prendí la televisión. No había nada nuevo ni bueno. La apagué. También apagué las luces de mi cuarto. Traté de dormir pero no pude. El sonido del motor de la refrigeradora no me dejaba en paz. Me puse una almohada sobre la cabeza, pero hacía mucho calor. Me paré y fui a desconectar la refrigeradora. Volví a mi cuarto y traté de dormir. Escuché el sonido de un zancudo. Prendí la luz y con un periódico la busqué para matarla. Tuve suerte, allí estaba la maldita, pegada al techo. Me subí sobre la mesa en que había comido y con le periódico en la mano, traté de matar al zancudo. La maldita se escapó apenas yo levantaba la mano. Pero en el intento, me caí de la mesa y me golpeé la cabeza contra la pared. Empezó a salirme un chorrito de sangre. Me levanté y fui hacia el baño. Me miré en el espejo y vi que me había salido un chichón, estaba la sangre saliendo como si fuera un dique a punto de reventar. Cogí un poco de agua y me lave la cabeza. Dolía un poco, pero me limpié la cabeza. Salí del baño y fui hacia la cama. Las luces estaban prendidas y en una esquina vi la carta que había echado a la basura. Me dio pena verla así. Me le acerqué y la puse encima de la mesa del comedor. La volví a leer. Leí nuevamente y no sé por qué, me dieron ganas de responderle, y le respondí. Por supuesto que le mentí acerca de mi vida. Le dije que estaba separado hacía más de cinco años y que me gustaría conocerla apenas ella se instale y que es buena la amistad, etc. Terminé de escribir y guardé la carta para cuando me llegara la carta con la nueva dirección. Y con esa certidumbre, me fui a dormir. Por suerte dormí muy bien. Al día siguiente salí al trabajo y me fijaba en cada persona que pasaba por mi lado. Miraba las ventanas de las casas por donde pasaba. Vi a una chica que me sonreía. Le sonreí. Me le acerqué y le pregunté su nombre. Me dio un nombre de iniciales diferentes, pero, no sé por qué, nos hicimos buenos amigos. Cada día iba a saludarla y ella me recibía hasta que una noche salimos a bailar. Bailamos y le dije que me gustaba. Ella me dijo que yo le gustaba. Le pregunté si alguna vez me había escrito una carta. Me dijo que nunca. Y no sé por que en ese preciso instante, el encanto se rompió. La dejé en su casa y nunca volví a visitarla. El tiempo pasó y dejé de esperar la carta con la dirección del remitente, y dejé de fijarme en la gente que se cruzaba conmigo... hasta que una noche en que llegué a mi cuarto, vino otra carta. La iba a abrir, pero esta vez tenía un hambre descomunal. Cogí la carta y me la tragué... Desde esa vez, nunca más volvió a llegarme cartas extrañas y anónimas. Sin embargo, noche a noche me sentía vigilado, y fastidiado por los zancudos...
San isidro, febrero del 2007