El tiroteo era infernal, en el fragor de la batalla, buscar una salida no era una alternativa, y yo lo sabía, así que me limitaba a disparar cada vez que el enemigo me lo permitía, como había podido ir yo a parar en ese sitio en campo abierto era una pregunta absurda, en ningún momento habría yo dejado a un compañero morir sin hacer algo por evitarlo, el caso era que yo me arrastraba hacia la trinchera que habíamos hecho días antes previendo que el enemigo trataría de apoderarse de nuestra posición, arrastraba conmigo el cuerpo de Aníbal, que con las piernas destrozadas había caído a escasos 15 metros de nosotros, desde la trinchera Po nos cubría como podía, permitiendo que de vez en cuando yo ganara unos metros más hacia la exigua seguridad de aquel húmedo agujero; yo podía distinguir claramente los disparos de mi compañero de los del enemigo, el fusil automático liviano de fabricación americana tenía un sonido peculiar, a diferencia del AK 47 cuyo sonido parecía más bien el de los petardos que solíamos arrojarnos unos a otros en las navidades de aquel ya lejano pacifico país latinoamericano, y el enemigo nos llevaba una ventaja en cuanto a armamentos, ellos podían recargar las conchas de sus balas llenando los cartuchos aún con tierra y pólvora si era necesario, y si bien su efectividad no era la misma, el terror que sentíamos al oír el tableteo si permanecía inalterable.
En la guerra, tu compañero es más que un hermano, tu vida depende de él así como la de él va a depender de ti en muchas ocasiones, en los momentos de tranquilidad, que eran pocos por cierto, yo hablaba mucho con Po, el me decía que había venido a esta guerra a matar, y que si tenía que morir, aunque tenía miedo el sabía que se había asegurado un lugar en el mas allá, porque si bien el mataba, no asesinaba, y yo no podía entender esta filosofía tan estúpida, porque yo era totalmente agnóstico y para mi matar o morir solo se diferenciaba por la posición que uno ocupaba frente a la boca del fusil, lo que si entendía y me llenaba de paz era su absoluto apego al grupo, el cual era según sus palabras “más importante que la comida”, así cuando el me cubría en alguna misión, yo estaba completamente seguro que lo hacia sin medir las consecuencias de su arrojo. Por algunos segundos había dejado de oír el seco tableteo del FAL de mi compañero, tirado boca arriba sobre el lodoso suelo y con mi cabeza en dirección a nuestra trinchera, de vez en cuando atisbaba hacia atrás para tratar de ver cual era la razón de aquel silencio momentáneo en nuestro lado, en momentos como este cada segundo parece un siglo, más aún si la vida misma depende en ese momento del azar. De pronto se hace un silencio terrible del otro lado de la línea, no se oyen el cacarear de los petardos, no se oye el tableteo del FAL, trato de mirar hacia la trinchera cuando veo justo encima de mi el fornido cuerpo de Po, de pie, sin miedo, me dijo: “ya deja a Aníbal en paz, ya no te necesita, sigue arrastrándote hacia la trinchera y espera un poco, nuestros refuerzos ya vienen a por ti, no mires hacia atrás, arrástrate lo mas rápido que puedas”, obedecí sin chistar, me arrastré como la más vil de las cucarachas dejando detrás los despojos de Aníbal, solo me detuve cuando mi cuerpo cayó pesadamente a través del agujero salvador, de inmediato me asomé por el borde de la trinchera y pude ver a Po caminando por la asolada llanura, se había reanudado el tiroteo, desde otras posiciones de nuestro lado el fuego había recrudecido haciendo retroceder al enemigo poco a poco, pero este sin embargo no dejaba de dispararnos, a pesar de esto Po caminaba erguido, sin miedo, y con su uniforme impecablemente limpio, saltó por encima del alambrado de púas que habíamos colocado para obstaculizar el obstinado avance de las tropas enemigas y poco a poco comenzó a subir por un arco iris que se había formado justo detrás del alambrado, mis ojos no daban crédito a lo que veía, quizás el humo de la pólvora me había afectado el cerebro, me tiré al suelo terriblemente agotado, y fue cuando le vi, en el fondo de la trinchera, estaba el cuerpo de Po, terriblemente mutilado, con solo Dios sabe cuantos impactos de bala, pero su rostro fue lo que más me sorprendió, porque a pesar de las terribles mutilaciones que había sufrido, sus ojos aparentaban dormir, y su boca esbozaba una placida sonrisa.