Tristeza era lo que se reflejaba en los ojos de aquel hombre de 77 años. Había vivido mucho más de lo que todos podían imaginar, y toda su vida descubría el por qué esa tristeza en sus pequeños ojos y en su gran y amigable corazón.

Nació un soleado 24 de Agosto de 1.922 en Alicante, y era el cuarto hijo de un carabinero de la ciudad que causó la separación con su esposa debido a las frecuentes peleas que ocasionaban su alcoholismo. Su madre se trasladó a Barcelona con sus tres hermanos y él se quedó en Torrevieja con sus abuelos. Desde aquel mismo instante me di cuenta que su dolor existió desde siempre y venía de lejos, escondido en su noble alma.

Con solamente 8 años ya le habían vaticinado una puñalada por la espalda, y con 10 años ya trabajaba como dependiente en una farmacia, eran malos tiempos y necesitaba el dinero para él y su familia aunque todavía le quedara una vida por delante.
En 1936, cuando ya tenía 13 años de edad, su abuelo le fue a buscar a Barcelona, el mismo día que estalló la Revolución Española, para que volviera a Alicante. Mientras iba con su abuelo, en un despiste de éste, se escapó porque no quería regresar junto a él, y en el camino robó a un guardia civil una pistola que más tarde le ayudaría a protegerse en sus largos y atrevidos viajes.

Con 15 años, siendo tan sólo un adolescente, se había alistado en el frente. Más tarde las circunstancias del alistamiento le llevó a luchar en trincheras, nadar Ebro abajo escapando de los enemigos, viajar sobre los techos de los trenes para evitar que le descubriera el revisor. También traficó con tabaco, convivió amargamente en un campo de concentración francés, trabajó en minas cercanas a la capital Francesa, y al salir de éstas, logró un puesto de trabajo siendo empleado de uno de los mayores circos franceses de la época.
Recorrió Francia y Bélgica para aprender a cocinar, matar terneras y cerdos, etc. y poder llegar algún día a tener un trabajo digno pero cuando consiguió trabajar de cocinero en un restaurante, provocó una pelea y puesto que esto era castigado con 8 años de cárcel, debió alistarse a la legión francesa con tal de no cumplir dicha condena que le hubiera llevado a la desesperación.
En la legión viajó con varias tropas por diferentes lugares del mundo como Marruecos, Vietnam, China, Madagascar... Fue encarcelado varias veces, pero gracias a su valor le nombraron miembro para varias misiones suicidas, durante su estancia, y todas ellas acabaron en éxito, por lo cual ganó varias medallas.
Tras sus inesperados 15 años en dicha legión (él sólo quería haber permanecido en ella los 4 años mínimos pero tras tantos líos y problemas el tiempo fue pasando...) decidió volver a casa en Barcelona, donde le esperaba su madre, sus hermanos y su hermana, la cual vivía con una nueva sobrina de 12 años, a la cual habían tenido, mientras él estaba en combate, y no había podido conocer hasta ese día. Tras la muerte de todos sus hermanos decidió vivir con su sobrina, la cual estaba casada con un emigrante andaluz que había conocido tan sólo un año antes, y desde entonces Adrián ha podido disfrutar con tres sobrinos-nietos de la vida familiar que nunca pudo tener a causa de sus intrépidas aventuras por el mundo.

Esta era su increíble historia, y cuando Adrián me contaba emotivamente y día tras día el relato de su vida, no me lo podía creer: él sabía de verdad lo que era sufrir, luchar, arriesgar...

Un día Adrián se empezó a encontrar mal, y como alguna que otra vez le llevamos al hospital. Esta vez sentía que algo era diferente, él sabía que algo iba mal y no dejaba de repetir: “Me voy...”. Estaba asustada. Veía los médicos entrar y salir de su habitación con cara de preocupación, y yo mientras esperaba ansiosa. No podía aguantar y notaba que las cosas no iban por buen camino. Al salir el médico nos dio la fatal noticia, y los llantos no tardaron en llegar, el mundo me cayó encima. Cuando entré en la habitación para despedirle solo pensé que estaba dormido, como ocasionalmente hacia mientras veía la tele, y de ese modo besarle su blanda mejilla mientras mis ojos se llenaban de lágrimas. Ese injusto infarto sucedió por uno de los pocos vicios que Adrián se pudo proporcionar en su difícil vida, el tabaco.
Verdaderamente era su hora, la hora de descansar en paz tras una vida llena de complicaciones pero con el final tranquilo que se merecía.
Nunca olvidaré su rostro ni el brillo de luz que desprendían sus ojos cuando me miraba orgulloso, aquellos ojos llenos de tristeza pero también de satisfacción por haberse sentido realmente útil en su vida: Y lo fue, ya que en 14 años consiguió educarme y enseñarme el verdadero valor de la vida. Me dejó claro que pase lo que pase, siga adelante.

Allí dónde estés, siempre estarás presente en mis pensamientos, y en el de todos aquellos que te conocieron realmente porque siempre demostrabas lo mucho que sabías acerca de la vida y contagiabas a cualquiera con tu valentía y tu bondad: valentía que acompañada de tu ímpetu y fuerza resultaba increíble, y bondad que sólo cabe en un corazón tan grande como el tuyo. Todos tienen un huequecito para ti en su corazón a pesar de su fuerte carácter que tantos disgustos han proporcionado, pero ahora pensaremos en ti cómo alguien a quien admirar. Lloraré, porque no volveré a ver tu intensa mirada por casa. Y es que las lágrimas son la sangre del alma, alma atrapada contigo. Sonreiré, porque lo mucho que me diste en 14 años y que nadie conseguirá arrebatármelo.

Te quiero.