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Gabriel y los dinosaurios

~~Todo sucedió en la ciudad que camina. Gabriel solía jugar todas las mañanas con sus primitos en la plazuela de la ciudad. Esa mañana no era distinta. Siguiendo la ruta de las montañas, después de jugar, regresó a casa de sus abuelos y se acercó a beber agua fresca de las tinajas que se encontraban en la cocina. Su abuelita enseguida le sirvió de comer y le pidió que reposara antes de volver a jugar. Lo cierto era que Gabriel era un niño muy curioso e inquieto, cuando no estaba jugando, se encontraba en el corral junto con los cuyes y las gallinas que criaban sus abuelitos, y si no casi siempre estaba pintando y dibujando dinosaurios, pues estos extintos animalitos le causaban una particular fascinación.

Después de reposar, tal como se lo pidió su abuelita, Gabriel bajó hacia el corral que se encontraba justo debajo del balcón de la casa y se puso a jugar con Jacinto, quien era el gallito más puntual de la ciudad que camina. Sus cantos se escuchaban a diario precisamente segundos antes de que las cinco campanadas de la iglesia sonaran. Mientras jugaba con Jacinto, Gabriel atendía con mucho interés la conversación de sus dos abuelos.

~~– Esta ciudad está encantada, no es la misma de hace treinta años, cada vez se va encogiendo más y más, es por eso que pronto tendremos que irnos a vivir a otro lugar.

 

– Pero querido, esta es nuestra tierra, aquí nacimos y hemos vivido siempre, no quisiera que tuviéramos que irnos.

– Yo tampoco quiero irme querida mía. – Le dijo muy dulcemente el abuelo mientras suspiraba.

– Desde un principio sabíamos que si nos quedábamos a vivir en esta ciudad encantada, en algún momento tendríamos que irnos.

– Eso es cierto querido mío. – Le contestó la abuela con nostalgia mientras observaba como el cerro Guitiligún se había acercado ese día un poco más hacia la casa.

Gabriel, quien siempre supo que esa ciudad a la que llegaba de visita todas las vacaciones, donde vivían sus abuelos, era distinta, ahora estaba seguro: ¡Era una ciudad encantada! ¡Tenía que hacer algo para que sus abuelitos no tuvieran que irse del lugar que tanto querían!

Por eso, aquella noche pensó que tendría que salir para encontrar la solución. Al día siguiente se despertó muy temprano sin hacer ruido y salió en busca de alguna pista que revertiera el extraño poder de la ciudad que camina. Anduvo por muchísimos lugares hasta llegar a la Sierra de Huamaní donde se encontró con una amable mujer.

– ¿Cómo te llamas? – preguntó el niño con valentía.

– Soy La Samaritana y puedo ayudarte ¿qué estás buscando?

Al niño le pareció que la mujer lucía dulce y muy comprensiva, así que le contó su plan.
 La mujer enseguida lo guió hacia la cordillera que lo conduciría hacia las lagunas sagradas.

– Pase lo que pase, no temas, la suerte está de tu lado. – Le oyó decir a La Samaritana mientras se iba adentrando a las montañas.

Cuando Gabriel llegó a la primera laguna, no podía creer lo que estaba viendo, era un lugar fantástico, el cielo se descomponía en vetas amplias de blancas y plomizas tonalidades; pero eso no era todo, además encontraría algo que nunca imaginó; ese lugar albergaba criaturas gigantescas y extrañas, se fue acercando más hasta que no tuvo más dudas: ¡eran dinosaurios!

Continuará……………………….

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