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Gente normal

Llegaron a la tienda dos nonagenarios, casados, judíos y con esa sonrisa de niños que están mas en el cielo que en el suelo. Los hice pasar, les atendí como se atiende a este tipo de gente. Les obsequié unas galletas. Me compraron buena mercadería y cuando ya estaban por irse, le pregunté al esposo con quien solía tener cierta conversación... Cómo es posible que haya llegado a esta edad y con semejante salud, pregunté. Ah, hijo, respondió, las pastillas, las pastillas, hay pastillas para todo, para todo cholito. Me gustó su respuesta y le hice una segunda pregunta: ¿Desde cuando están casados? Bueno, que te lo cuente mi esposa, ya no recuerdo mucho, pero fue antes de la guerra, la segunda. Me acerqué a la anciana que era gordita, bajita, con lentes ahumados y con un bastón de mango plateado, y le pregunté lo mismo. Desde niños, me dijo. Siéntate, que te voy a contar...

"Cuando vino la guerra, nuestros padres fueron apoltronados en un gueto de Polonia. Se estilaba separarles de sus hijos para que murieran de pena, o se suicidaran o fueran a los campos de limpieza. Somos hermanos, tan solo por parte de padre, diferente madre. La madre de mi esposo era polaca, y mi madre era judía-polaca. Nuestros tíos que nos tenían escondidos, nos miraron y nos vieron bastante grandes para nuestra edad. Nos casaron para salvar de llevarnos a los campos. Luego, de separarnos por un par de años, y ya cuando nuestros tíos hubieran sido llevados a los campos, ambos escapamos. Mostramos nuestros certificados de matrimonio y pudimos huir, juntos, a la América. Primero llegamos a Uruguay, allí, nació nuestro primer hijo. Yo tenía trece años, y mi esposo, catorce. La vida era difícil, para ambos. Nuestro hijo murió de pobreza y nos viajamos a Perú. Encontramos a unos paisanos, le ofrecieron a mi esposo trabajo en una joyería un nació nuestra primera hija, yo contaba con 16 años. Luego todo nos fue bien. Vivimos bien, pero con gran austeridad, pusimos un negocio de muebles por muchos años, tuvimos cuatro hijos más, y con el tiempo, ellos nos ayudaron en el negocio. La gente pensaba que todos éramos hermanos, pero, nunca mentimos. Son nuestros hijos, decaímos… Pasó el tiempo y una tarde, cuando ya teníamos cuarenta años de casados, vinieron de Polonia unos parientes. Nos buscaron y dijeron que ¿cómo nos había podido casar? Tuve que llamar a mi esposo y en su presencia les dije que nuestros antepasados lo quisieron de esa manera… querían vivir, y aún viven en nosotros, en nuestros recuerdos… Nos miraron y se pusieron a llorar. Los consolamos. Le llevamos a un hotel, les paseamos por todo Lima y al día siguiente, se marcharon. Antes de irse, nos dejaron algo que aún guardamos con gran devoción”.

La anciana tenía los ojos brillantes, se le vía bastante agotada por hablarme. Pidió que me acercara y me dijo que era nuestra partida de nacimiento, en donde estaban escritos nuestros nombres, y nuestras edades… Éramos, dos años menores. Les vi a ambos reírse como si hubieran cometido una travesura. Gracias, les dije. Se pararon y salieron de la tienda, dejándome un sentimiento de alegría al verlos andar, uno al lado del otro, como dos niños caídos del cielo…

Estaba por cerrar la tienda cuando entró un travestí. Hola, me dijo, préstame plata, o invítame un pastel, please... No, le dije. Se acercó al mostrador y susurró: ¿Quieres una chupadita? No, gracias, le dije, pero, me puso nervioso. Cómo te llamas, preguntó. Le dije mi nombre. Eres bueno, dijo. Le invité un pastel. Me lo agradeció y yo aproveché para preguntarle el cómo había llegado a ser lo que era. Nací así, me dijo.

“Recuerdo que desde que era un niñito, mi madre me ponía vestidos de mujer. Pintó todo mi cuarto de rosado y me llenó de muñecas. Pero mi padre era diferente. Militar. Le paraba pegando a mi madre hasta que se la llevaron a un manicomio. A mí, me puso en un colegio de puros hombre. Era un chiste. Muchos abusaron de mí, pero no como piensas. Me pegaban, insultaban y me hacían estar con una chica a la fuerza. En verdad traté de ser como todos, pero no pude. Todo empezó con un amigo de barrio. Este era peor que yo, es decir, le encantaba los chicos y los viejos. Una tarde me llevó a una fiesta en donde todos eran gente normal, es decir, todos mayores. Había parejas de casados, viejos ricachones, gordos inmensos, mujerzuelas casi desnudas, etc. Una fiesta de degenerados. Allí fui mujer. Fue hermoso. Figúrate hacer el amor con tres hombres al mismo tiempo. Me colgaron como Tupac Amaru, y luego, me llenaron el cuerpo de grasa. Vino un hombre con un pene precioso. Pinto, le decían. Ya te imaginas por qué. Tenía un lindo lunar en el glande. Estuve con él, luego con un gordo lleno de pelos, y por último, perdí la cuenta, jajajajaja… Recuerdo que salí de allí con un trabajo. Me llevaron a una boat y allí desfilaba en bikini. Ay, no te imaginas el mundo en que vivimos. Llegaban personaje ilustres, gente normal, pero, cuando les entraba la pasión, eran todas unas señoritas… Y allí, nos sodomizábamos. Ya tengo veinte tres años y pronto seré ya toda una señora. Tengo mi marido. Mi chiquillo, tengo todo, pero cuando se llevan toda mi plata… así me quedo, sin nada, sin un centavo, ni para comprarme una galletita… Por eso tengo que ganarme las calles…”

Le di unas galletas y le vi alejarse en la oscuridad de las calles. Nunca mas he vuelto a verle. Dicen que ya es una mujer. Y si es así, nunca más se ha aparecido. Debe de ser que ha conseguido lo que cualquier persona normal busca: la tranquilidad.

Ya estaba cerrando la tienda cuando llegó una señora que gustaba mucho cómo yo escribía poemas. Escríbame un poema joven. Es para mi hijo que mañana tiene examen y su padre no entiende de estas cosas. Sea buenito, por favor… Le iba decir que no, pero, puso sus bellos senos sobre mi hombro y me puso caliente. Le dije que esperara un momento. Cerré el negocio y le pedí que fuéramos a un café, que allí le escribiría el texto que me pide. Asintió. Subimos al auto y puse música romántica. Me puse cachondo. Le toqué la pierna. Estaba durita y tibia. Avancé debajo de la falda hasta el cruce de piernas. Ya estaba metiéndome en ella cuando sentí sus manitas en mi mano salvaje y le escuché que antes deseaba el poema. Me enfrió. Cogí un papel. Escribí mi sentir acerca de toda la gente normal que veía todos los días y se lo di. Gracias, me dijo. Pero yo estaba frío. Otro día mamita, le dije. Sonrió y bajó del auto. No arranqué el auto porque quería verla alejarse así como toda la gente que entraba y salía de mi tienda, como cualquier persona normal…



San isidro, agosto de 2006
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 17282
  • Fecha: 28-08-2006
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.44
  • Votos: 161
  • Envios: 0
  • Lecturas: 5462
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