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Gobolino, el gato faldero

Una noche oscura, Gobolino trotaba por un camino solitario a través de un bosque, cuando vio ante sí a un viejo leñador, caminando con un pesado fardo de leña a sus espaldas. Gobolino se sentía solo y perdido, y se alegró mucho de encontrar a alguien. Silenciosamente siguió al leñador hasta que llegaron a una casita. El viejo dejó caer su carga de madera, se apercibió de la presencia del gatito y le dijo:

-¡Bueno, bueno! ¿De dónde has salido tú? ¿Tienes hambre, quizás?

Seguro que te apetece un platillo de leche. Entra en la casa y te daré de comer. Gobolino se quedó atónito. En la cocina estaba Rosabel, la criada que cuidaba de la dama Alicia en la torre del bosque. ¡Era la nieta del leñador!

-¡Rosabel! ¿Qué estás haciendo ahí? -gritó el anciano-. ¿Por qué no estás con tu señora en la torre?

Antes de que ella pudiera responder, vio a Gobolino en la puerta.

-¡Sácale de ahí! -gritó-. ¡Sácale de aquí! ¡Es un gato embrujado! El hizo que se derrumbara la torre y despertó al dragón. ¡Echale, abuelo!

Pero el leñador alzó a Gobolino en brazos y le habló con ternura.

-¿Es verdad eso? ¿Eres un gato embrujado?

Por toda respuesta Gobolino dejó oír un maullido largo y tristón.

El anciano no podía creer que un gato tan bonito pudiera hacer algo realmente malo y se negó a echarle. Al principio Rosabel anduvo enfurruñada y no le hablaba; pero después de unos días también a ella empezó a gustarle Gobolino. Cada mañana Gobolino se instalaba cómodamente en una silla mientras Rosabel lavaba los platos y preparaba la comida.

Rosabel, que era muy coqueta, cada noche le pedía a su abuelo dinero para comprar un vestido. Tanto le rogó y le suplicó que por fin el anciano le dio una moneda de plata. A la joven ya sólo le tocaba esperar a que pasara la vieja vendedora de telas de seda y satén.

Pocos días después llegó la vieja.

-Venga, pase junto al fuego y bébase una taza de té mientras me enseña sus telas -le dijo Rosabel.

La anciana lanzó una risotada y ató su burro cerca de la casita. Al escuchar esa risa, Gobolino levantó las orejas, se la quedó mirando fijamente y pensó: "Sólo las brujas se ríen así y tienen esas narices tan largas y tan ganchudas."

Rosabel eligió una tela de color de oro tan brillante que resplandecía bajo el sol.

-¿Cuánto me costaría hacerme un vestido de este hermoso satén dorado? -le preguntó.

-Dos monedas de plata -respondió la bruja.

-¡Pero sólo tengo una!

-¿Y qué? ¿Crees que voy a regalártelo?

Cuando ya recogía las telas apresuradamente, dijo Rosabel;

-¡No, espere! ¿No aceptaría alguna cosa a cambio? -le rogó la niña-. Puede llevarse mi moneda de plata y uno de estos pasteles, o mi colcha de seda, o el reloj de cuco...

-¡Jo, jo, jo, jo! -se rió la bruja- Yo como moras silvestres, duermo en cualquier zanja y para saber la hora miro al sol o la luna. No me ofrezcas pasteles, ni colchas, ni relojes. Hay una sola cosa aquí que aceptaría a cambio. Dame ese hermoso gatito y tu moneda de plata, y puedes quedarte el satén.

-¡Pero Gobolino es de mi abuelo! El nunca me perdonaría que yo le regalara el gato.

-Jummm. Bueno, no importa. Si cambias de parecer, estaré tres días en la choza al final del bosque. Durante los dos días siguientes Rosabel estuvo de muy mal talante. Al tercer día cambió de ánimo. Le sirvió a Gobolino un plato de natillas y le halagó con estas palabras: -Gobolino, bonito, mira esto, es mi mejor bolso de terciopelo. ¿Te gustaría dormir en él?

"Qué buena es", pensó Gobolino. "Me equivoqué al pensar que tenía mal genio." Y se metió en el bolso. Tan pronto como estuvo dentro, Rosabel ató fuertemente las cintas para que no pudiera salir.

-¡Ja, ja! Ahora podré tener mi vestido dorado. Le diré al abuelo que te escapaste.

Y corrió por el bosque con el bolso de terciopelo hasta que llegó a la choza.

La vieja estaba ya empezando a recoger sus cosas para marcharse.

-¡Jo, jo! -se rió-. Ya sabía yo que vendrías.

Le arrebató el bolso y lo ató a la silla del burro. Rosabel se llevó su satén dorado a cambio de Gobolino y la moneda de plata.

Durante semanas y semanas viajó Gobolino a través de una tierra de brujas en la que nunca brillaba el sol. Finalmente la vieja vendedora se detuvo para visitar a una amiga suya que vivía en una cueva en lo alto de una montaña. A la entrada de la cueva un gatito negro con los ojos tan verdes como la hierba recibió a los recién llegados. Era Salima, la hermana gemela de Gobolino.

Los dos gatitos se pusieron muy contentos al encontrarse. .

Compartieron un gran tazón de sopa cocida en el caldero de la bruja, y Salima le enseñó a Gobolino todos los trucos que había aprendido.

Hizo salir extrañas melodías del caldero, acompañadas de cerditos voladores. Hizo invisible a la bruja y, por un instante, volvió roja la piel de Gobolino.

-Enséñame ahora tú lo que sabes hacer, Gobolino -pidió Salima

-No sabe hacer nada -dijo burlona la vieja- Apenas saca unas chispitas y hace travesuras tontas. Pero se niega a hacer algo malo.

-Es verdad. Nunca quise ser un gato de bruja. Los gatos de bruja son malos, malos, malos. ¡Y los hechizos de las brujas son tanto o más crueles!

-¡Gato miserable! -chilló la bruja-¿Cruel has dicho? ¡Esa no es palabra para un gato de bruja!

Lo agarró por la cola y lo arrojó en el caldero. Gobolino se hundía y volvía a sacar la cabeza una y otra vez jadeando... y toda la magia que tenía al nacer se disolvió en el caldo de la bruja.

-Salta detrás de mí, hermanito -le dijo Salima montando en una escoba.

Con muchísimo esfuerzo Gobolino logró escapar del caldero y trepó a la escoba, que inmediatamente se remontó por los aires, más arriba que la Montaña del Huracán.

-Oh, Salima, gracias por salvarme -sollozó Gobolino-. De veras, ¡gracias!

-No hay nada que agradecer -respondió Salima- Después de todo eres mi hermano. Pero eres una desgracia para la familia, y no quiero volver a verte. Te dejaré caer, ya es tiempo de que yo vuelva a casa. Vamos ¡salta!

Salima le dio un empujoncito con la pata y Gobolino cayó dando vueltas por el aire hasta que fue a dar al fondo de un río.

-ÍAy, me ahogo, me ahogo! -gritaba desesperadamente.

 

Cuando era un gatito embrujado podía nadar como un pez. Pero ahora apenas podía mantenerse a flote. Por suerte había unos niños jugando en la orilla.

-¡Mira, mira! ¡Es un gatito! ¡Rápido! ¡Saquémoslo de ahí!

-Los niños corrieron a por una rama y le pescaron, calado hasta los huesos.

-Pero si es Gobolino, el mismo gatito que rescatamos hace muchísimo tiempo. ¿Aún sabes sacar chispitas por el hocico? ¿Y hacerte invisible?

Gobolino sacudió su cabecita con tristeza. Pero los niños lo arroparon bien y lo llevaron a casa.

-Mira, papá -gritaron desde la puerta-¡Mira lo que encontramos ahogándose en el río! Es otra vez ese gatito de bruja.

-Los gatos de bruja saben nadar, no se ahogan -respondió el padre.

Tomó a Gobolino entre sus manos y lo miró un buen rato.

-Este no es un gato de bruja -afirmó finalmente- Es un gatito faldero común y corriente.

-Entonces ¿nos lo podemos quedar?

-No veo por qué no. Los niños se fueron a dormir, más contentos que nunca. La mujer del granjero le puso a Gobolino un platillo de natillas y más tarde lo dejó dormitar sobre su regazo.

Después de tantas aventuras extrañas, Gobolino era feliz. Tenía un hogar para siempre. Por fin conseguía ser ¡el gato faldero!

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