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Gracioso, el oso perezoso

Gracioso era un oso tan extremadamente perezoso que tardó años en salir de su casita de madera en el bosque.

Como Gracioso no abandonaba su hogar para nada y ya se sabe que un oso es muy glotón, hacía la compra por internet. Gracioso compraba miel de flores en tarros bien grandotes y con dosificador para no desperdiciar ni una sola gotita. También compraba miel en bolsitas individuales y en deliciosas barritas de cereales.

Tan perezoso era Gracioso que colocaba los enormes botes de miel y todo lo demás, junto con una cuchara enorme muy cerquita de su cama, para que con sólo deslizar la pata pudiera tener al alcance su manjar favorito y saciar su apetito al instante.

El oso perezoso, tenía una gran amiga: Cristina, la liebre saltarina. Se conocían desde niños por la amistad de sus mamás. Ellas solían quedar los jueves por la tarde para tomar una tacita de té con miel acompañada de pequeñas y exquisitas pastitas de lavanda. De esas que de un solo bocado se deshacen en la boca. De esas que se reconocen sólo por su aroma. Y de esas que no puedes dejar de comer una tras otra, y tras otra, y tras otra, hasta no dejar ni una miguita en el plato.

Mientras las mamás charlaban y comían alegremente, la pequeña liebre Cristina se inventaba mil maneras de entretener a Gracioso, que siempre era tan perezoso no quería levantarse de su camita para jugar ni un ratito a la pelota.

A medida que crecían y viendo que la actitud de Gracioso no cambiaba, Cristina trataba de picar su curiosidad hacia el mundo exterior hablándole de las sabrosas frutas del bosque y de las saludables nueces. Pero ni comentándole las maravillosas maneras que encontraría fuera de saciar su voraz apetito, lograba que Gracioso se moviera.

A pesar del paso de los años, Cristina no dejó de visitarlo ni un solo jueves por la tarde. Y a pesar que el resto de sus amigos trataban de persuadirla para que se olvidase de Gracioso, la liebre nunca faltó a su cita. Ella le hablaba de sus progresos en sus estudios, de sus vacaciones de verano, de los últimos estrenos de cine, pero el oso ni reprimía sus bostezos ni sus párpados se mantenían abiertos por mucho tiempo.

Pero un día, un travieso rayito de sol llegó hasta el hocico de Gracioso. Y sintiendo un irreprimible cosquilleo de curiosidad se asomó hasta la ventana. Luego dio unos pasitos hasta la puerta y oliendo el frescor de la hierba de la mañana y pasito a pasito, fue saliendo hacia el exterior.
Y allí estaba su amiga Cristina, para compartir con él la experiencia de saborear la rica miel de abejas bajo la sombra de un árbol y contemplar el espectáculo de ver las mariposas coloreando un campo de margaritas. Y así fue como pasito a pasito, Gracioso salió a conocer mundo.

Con los años Gracioso se convirtió en el oso más experto en lo que se refiere al uso y propiedades de la miel y a todos cuantos se lo pedían daba siempre buenos consejos. 
Gracioso recomendaba para los catarros tomar cucharaditas de miel de abejas. Para combatir el estrés del tío Andrés, le recetó miel de azahar. A la tía Aurelia para acabar con su anemia, la aconsejó la miel de brezo que es rica en hierro. También dejó indicado que lo mejor en invierno, era la miel de romero para la tos del abuelo.

Pero esto no es todo porque Gracioso elaboraba además caramelos de miel y limón para aliviar la garganta. Y en sus paseos recolectaba miel de lavanda, de pino, de encina, de castaño y de tilo que guardaba en botecitos de cristal para elaborar futuros remedios.

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