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HISTORIAS DESFIGURADAS

Siempre escuché que nunca se debería dudar en hacer las cosas, sobre todo si tiene que ver con la creatividad, en este caso, el escribir… Creo haber leído a Papini decir que si uno puede escribir la historia de su propia vida, esta, sería una obra maestra. Con esos pensamientos enredados en mi alma salí de mi casa rumbo al taller, mientras manejaba trataba de no pensar, esperando que todo se desenvuelva por si misma. Soy un escritor, y necesito escribir, contar algo que sea propio para unirnos a través de las letras...

No bien llegué a mi taller encontré a una mujer bastante mayor que esperaba, pacientemente, que se abrieran las puertas de mi negocio o taller. Cuando nos cruzamos miradas ambos supimos que había una historia que escuchar y contar. No bien bajé del auto cuando vi en la esquina de la cuadra en que estaba mi taller a cinco muchachos que gritaban, y jadeaban a uno de ellos. “Están drogados”, pensé. Apuré mis pasos y abrí el taller, e hice entrar a la señora. “Gracias, joven”, me dijo. La hice invité a sentarse y le pregunté lo que deseaba. Me dijo que necesitaba un libro para regalarle su sobrina por el día de su cumpleaños. Me dio el título de una obra y me llamó la atención al escucharla, pues era una de mis obras. (Por cierto, escribo bajo un seudónimo, y mis obras las envío por correo, no doy entrevistas ni nada por ese estilo. Soy un escritor que odia la fama) Atendí a la señora y después de pagarme me dijo si podía descansar un momento, asentí con la cabeza.

Mientras ordenaba toda la librería no me di cuenta que los cinco muchachos entraban al taller y estaban abriendo la caja de mi negocio. “Auxilio”, escuché la voz de señora. Solté lo que hacía y vi correr a los cinco muchachos con el bolso de la señora saliendo por las calles. Yo no soy muy viejo, pero si algo cobardón, pero, al ver que se llevaban uno de mis libros sentí como toda la rabia encendía mi coraje. Le dije a la señora que llamara a la policía, mientras yo salía tras los cinco rateros.

Empecé a correr y me di cuenta que nunca los alcanzaría. En esto del pudor, soy también una de sus victimas, así que traté de no gritar a que detengan a estos ladrones… Cuando sentí que mis piernas ya no daban más, tuve que parar y pensar en volver a mi taller. No se imaginan la rabia que sentí al ver que los cinco muchachos pasaron frente a mi en un coche rojo, riendo y gritando toda serie de improperios.

Ya de vuelta en mi negocio encontré a la mujer con un grupo de vecinos que trataban de consolarla. A la media hora llegaron los policías. Conversaron con la señora y conmigo y después de dar nuestras versiones se fueron con la promesa que muy pronto los encontrarían.

Mas calmado, le dije a la señora si no deseaba que yo la llevase a su domicilio. Asintió, no sin antes decirme que yo era muy gentil y una excelente persona… Mientras la miraba sentí que algo quería decirme o contarme. No me equivoqué. Me narró la historia de cómo fue que vino a mudarse por estos barrios del centro de la ciudad en donde pululan vagos, y gente de mal vivir, por supuesto que siempre existen gente honorable, pero que eran muy pocas. Me dijo que antes vivía en una de las zonas mas bellas de toda la ciudad y que tuvo grandes y honorables vecinos, pero tuvo la mala suerte de tener a una de ellas que era una loca o bruja, que diariamente le echaba cucarachas por la rendija de su ventana, pues sabía que ella detestaba a esos bichos, y cuando la veía en la calle se ponía a hacerle todo tipo de escándalos como decirle que era una puta, cuando ella era gozaba de una profunda fe en el cristianismo. (Eso era cierto, pues tenía constantemente un rosario en su cuello, aparte de tener el rostro tan placido y transparente como esas quietas lagunas de una montaña) “Aquello fue intolerable, pero aun así yo no me mudaba joven… Imagínese tener un departamento de cuatro piezas, con vista hacia el mar, en un segundo piso… No fue hasta que una noche sentí, mientras dormía como un hilillo de un humo que parecía esas sombras serpentinas que se pasean por las paredes de mi cuarto… Yo no fumo, y aquello me llamó la atención. Salí de mi cuarto, me puse a mirar por mi ventana el hermoso paisaje, y sentí que la vida era generosa conmigo, pero, en verdad, este lindo rinconcito me había costado veinticinco años como profesora de universidad, hasta jubilarme a los cincuenta y cinco años. Me sentó tan contenta joven que me decidí salir a buscar a mi amiga para conversar con ella un momento, aunque ya era media noche, mi vecina y yo, éramos muy íntimas… Me puse un cubre todo, una pañoleta en la cabeza y abrí la puerta de mi casa… ¡Ay, Dios mío!, no se imagina lo que ante mis ojos encontré… Vi que de los rincones de la puerta salía como esas sombra pero que tras de ella había algo como luminoso… Pensé que era el cielo y que dios me estaba por darme el regalo de su presencia, pero no, no, nada de eso sucedió… Cuando abrí la puerta vi que toda ella estaba llena de hollín y lenguas de fuego que parecía esas orlas de fuego de un circo por el que los tigres tienen que saltar, y tras aquella dantesca imagen estaba la mujer que tanto me odiaba. Sí joven, allí estaba esa loca, totalmente desnuda, y echando keroseno a la puerta de mi casa… No sé cómo, pero yo creo que fue el señor quien me dio fuerzas y como un tigre salté a través de la puerta y cogía a esa loca y comencé a golpearla con todas mis fuerzas… Yo nunca he sido de golpear, pero al ver a ese demonio y en esa facha, cogí está cruz que usted ve bajo mi pecho y se lo clavé en la mitad de su frente… Ay joven, como chorreaba la sangre de aquel demonio, mis manos se embarraron y mi cruz comenzó a brillar y sentí que era dios quien me había dado fuerzas para salvar a una de sus hijas… Cuando llegaron todos los vecinos me miraron con tal horror que perdí la conciencia. Cuando desperté, estaba en un hospital para gente que estaba mal de la cabeza. Ay joven, que terrible fue que todo el mundo se había vuelto a mi contra. Felizmente no pasaron mas de cinco años cuando el doctor, que era un fervoroso creyente, me dio el permiso de salir de ese antro de gente que no vive, joven, esa gente que está en aquel lugar que parece el purgatorio, está con todos los demonios del universo. Hubo días en que hasta los enfermeros abusaban de mi cuerpo… ¡Cómo lloraba!, pero nadie me creía, sólo fue aquel doctor lleno de fe quien se apiadó de esta alma y me dio de alta… Bueno joven, ya sé que le he tomado mucho de su tiempo y ya debo de irme, pero, sí usted fuera tan amable de decirme que no están esos chicos de mal vivir, se lo agradecería infinitamente en el nombre de dios…”

Ante estas palabras, salí un momento de la librería y ya estaba por decirle que no había nadie por las calles, cuando sentí en mi espalda como un aguijón, ante esto volteé y vi que era aquella mujer que con ojos enrojecidos y fueran de su orbita, exclamaba que al fin había encontrado al anticristo… mientras me clavaba una y otra vez esa cruz que no era nada mas que un cuchillo con la forma de una cruz…

No sé como fue, pero lo cierto fue que abrí los ojos y vi que toda mi librería estaba incendiándose, y sentí que estaba en el infierno… De pronto, sentí unos brazos fuertes que me cargaba y ya no supe más… Cuando volví a abrirlos estaba en un hospital y, frente a mí, estaba los cinco malandrines que había asaltado a la maldita vieja, y, para mi sorpresa, estaban leyendo el libro que la vieja compró, que era una de mis obras mas queridas… Cerré los ojos y comencé a reírme como un loco…




Lince, Enero del 2005.
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 13431
  • Fecha: 12-02-2005
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 6
  • Votos: 58
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4669
  • Valoración:
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