Hay momentos del día que reservo sólo para mí. No tengo horarios fijos, pero es un ejercicio vital para seguir adelante.
Me voy a mi pasado, sin fecha, sin tiempo. A veces revoloteo por mi infancia, otras por mi adolescencia.
A veces sólo retrocedo días, a veces semanas.
Es un modo de recordar que el tiempo transcurre pero que deja huellas en mí.
Me resulta incomprensible a veces comprender la fugacidad de cada instante, sea feliz, sea tenso, sea angustiante, doloroso o de naturaleza incierta.
Pero en un momento del día me detengo y hago un viaje mental por mi pasado sin alejarme del presente. Es un cerrar de ojos y un evocar tiempos idos, personas amadas, melodías imborrables unidas a esos recuerdos.
La voz de mi madre cantando mientras trabajaba, los apretones de manos de mi padre con los que me inspiraba confianza y me daban seguridad, la tan profunda sensación de felicidad y asombro mezclados cuando tuve en mis brazos por primera vez a cada uno de mis hijos, ¡mis obras maestras!
Haciendo memoria vivo mi presente, recordando mis hechos y mis omisiones, mis aciertos y mis errores.
Haciendo memoria sigo transitando mi camino desterrando rencores y resentimientos.
Haciendo memoria, simplemente, ordeno experiencias y le rindo homenaje a la vida...¡ a mi vida!, y haciendo memoria acepto en mi presente lo que sucederá en mi futuro, sin intentar adivinar lo que vendrá.
Como siempre ha sido, haciendo memoria, todo dependerá de mí.