Tal vez fue la fatiga, tal vez fue el aburrimiento, o quizá ambos, el caso es que Sonia acabó por dormirse antes de que el amanecer le sorprendiese con su despertina claridad.
Una vorágine de imágenes se proyectaban en su cabeza como los recortes de una mala película gore. En la batalla de la que era testigo, los caballos corrían desbocados entre unos arbustos bajo los cuales sobresalían restos humanos desgarrados a jirones: brazos, piernas, cabezas,.. todos ellos ligeramente ennegrecidos e hinchados.
Mientras, los jinetes dirigían sus monturas hacia la colina, donde una ténue hilera de humo ascendía hasta tocar las nubes. Allí el panorama era aún mas desolador, y decenas de cabezas clavadas en unas estacas, les daban la bienvenida. Las casas estaban completamente chamuscadas, y un intenso hedor medoreaba por los alrededores. Niños y niñas habían sido sacrificados y sus ojos habían sido arrancados para evitar que encontraran el camino de vuelta a aquel terrible infierno.
Sonia se inclinó sobre uno de los muchachos, no mayor de cinco años, y le observó atentamente. De pronto, éste levantó los párpados y varios insectos escaparon de sus cavidades. Poco a poco, el resto de los muchachos que yacían sobre él fueron abriendo los ojos también y pronto el suelo se cubrió de una espesa colonia de bichos que perseguían a Sonia. Ésta trataba de correr, pero los insectos acortaban distancias. Entonces la joven tropezó con algo y cayó al suelo. Lentamente y sumida en un inevitable pavor, alzó la vista. Ante ella, un corrompido cadáver le lanzó la mejor de sus sonrisas, dejando al descubierto una enorme lombriz del tamaño de una longaniza.
Sonia trató de despertarse, pero nunca pudo conseguirlo.