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Categoría: Tradicionales

Hércules y sus colores

A Jay Sherman

La iluminación de la ciudad pinta rojas las caras de los asistentes en el pequeño patio de la casona. La mayoría de las personas presentes tiene que ver con o ha dedicado su vida al arte. Hércules está tan nervioso que la respiración y el estar de pie se le convierten en retos personales. La cantidad de gente produce secreciones en sus poros, nunca estuvo tan ansioso. Es la primera vez que expone en una individual. Sus pinturas se le asemejan ahora a grandes errores, a manchas espontáneas hechas sin seguir un patrón, un orden, o una idea clara. Las avizora como aberraciones gráficas, realizadas a trazos inseguros de infante. No soporta la sensación de todos los ojos puestos en él, le hace bajar la cabeza, aunque no distinga de dónde provienen estas. La catastrófica intuición del desastre aquella noche le hace pensar en huir, en dejar a medias todo. Sólo levanta la mirada de rato en rato, a intervalos muy amplios, para ver en el fondo del patio, la puerta que conduce al ambiente de las pinturas, la gente ha empezado a entrar. Realmente desea huir. La voz amiga de Miguel le devuelve la tranquilidad a las temblorosas manos. Hércules confió en Miguel para la organización del evento, y no lo había defraudado, todo estaba en su sitio. La casona colonial, pertenecía a una familia amiga de la de Miguel y estaba más hermosa que nunca, con paneles a los lados del umbral de entrada que explicaban la vida y motivaciones del autor de la muestra, el buen y querido Hércules. Retazos de los cuadros decoraban las paredes del patio, que presentaba el hermoso cacto más verde que los pastos de los cercanos cerros.

Hércules, cuyo padre pintor murió hace tanto y le dejó tan poco, era un muchacho que alimentaba de esfuerzo sus talentos, y eso le hacía respetable a los demás. Nunca había estudiado pintura, arte o escultura, pero todos en la ciudad sabían que sus obras e instalaciones eran de una belleza admirable. Por esto, y por el hecho de ser hijo de dos familias antiguas en la ciudad, su primera individual, se erguía como un hecho de importancia social en la pequeña ciudad de sus añoranzas. Por fin daba un paso serio en su vida de artista.

Miguel le habló al oído para decirle que todos los pintores locales renombrados habían llegado al lugar. Era hora de empezar. Los largos abrigos y brillantes corbatas de los invitados ya se reflejaban en la araña del salón de la muestra. Todos estaban dentro, salvo ellos dos. Hércules respiró tan profundo como pudo y se dirigió al lugar. La mayoría de invitados recuerdan aún la firmeza que mostraba en el rostro. La fiereza del que sabe que está construyendo algo firme, y no dejará que nadie lo derruya.

Entró y saludó a quienes estaban parados al frente de la pequeña multitud. Todos amigos. De pronto, notó que uno solo de los invitados no había prestado atención a su entrada, esto le molestó ligeramente. Lo analizó con los ojos entrecerrados. Era un ser pequeño, de grotesca redondez corporal en comparación con la juventud de su rostro. Sus pequeños y distantes ojos producían repulsión al instante de verlos. Su colorida bufanda contrastaba con la perfecta elegancia de los demás asistentes. Su altiva posición frente al cuadro le hacía aún más repugnante. Volteó y preguntó casi secretamente a Miguel de quién se trataba. Este contó que era un amigo suyo que estaba sólo por unos días en la ciudad, había estudiado artes plásticas durante siete años y aceptó gustoso el hecho de ser uno de los disertantes en la exposición. Terminó la explicación con la pregunta a Hércules de si estaba de acuerdo; este asintió mientras se alistaba a saludar al alcalde, y se aproximó a la autoridad. Miguel se alejó para cubrir otros detalles mínimos.

Hércules agradeció a todos la gentil asistencia y recordó cómo la presencia de cada invitado daba mayor realce al acontecimiento, también deseó en voz alta que su padre hubiera estado allí para verlo. Después, cedió gustoso el micrófono al primer pintor que tenía que comentar la muestra. Éste se refirió en términos amables a los cuadros, calificando algunos de muy buenos y mencionando la falta de definición del artista en otros. Hércules asentía cada vez que una de sus falencias era develada, y sonreía. Prestaba especial atención a los aspectos técnicos que mencionaban los artistas experimentados, pues esto le podía servir bastante en la creación de futuras obras. Uno tras otro, los disertantes le nombraban virtudes e ineficacias artísticas y le aconsejaban, con una sonrisa, métodos y técnicas para aprovechar mejor el formato de la obra. Hércules estaba complacido y sonreía. El último expositor terminó y la asistencia se aferró a sus copas de vino –el favorito de Hércules- y empezaron el pequeño recorrido por el salón lleno de cuadros.

Justo cuando Hércules era felicitado por sus amigos más cercanos y sorbía las primeras gotas del dulce licor, el pequeño sujeto repugnante de pequeños ojos y pequeña amabilidad, tomó el micrófono y tosió en él para conseguir la atención de la concurrencia. Todos voltearon con naturalidad y prestaron atención al furtivo disertante. Este dio algunos pasos alrededor y tras presentarse, no sin elogiar en extremo las notas que había conseguido durante sus siete, siete años de estudio artístico, formación académica que me permite conocer mejor el arte en todos sus aspectos, contó sus experiencias como crítico de arte. Además se apresuró en indicar que ya había sido anteriormente disertante en exposiciones de pintores capitalinos. Mi opinión es tal vez más respetable y adecuada que las charlas de aficionados que hemos oído durante la noche, pues no olviden que he pasado siete, siete años de estudio artístico, formación académica que me permite conocer mejor el arte en todos sus aspectos. Hércules notó que uno de sus amigos le preguntaba con gestos quién era tan pintoresco y poco apreciable personaje, a lo que respondió simplemente levantando los hombros. También notó que crecía velozmente la incomodidad entre los pintores locales que se sentían obviamente aludidos por las imprudentes palabras del estudioso.

Mientras Hércules consideraba decirle a Miguel que interrumpiera a su imprudente amigo, el pequeño e insufrible ser, volteó y miró fijamente uno de los cuadros, pintado en clave de rojo, como la noche. Lo siguió mirando y entrecerró los ojos, este por ejemplo, carece de balance, criterio, clave de color y contrastes valorables, carece de una expresión real del artista, lo que refleja su pobre formación y lo limitado de su personalidad, producto de crecer en una ciudad atrasada como esta; las palabras del cretino ofendieron a algunos pintores, que cerraron sus gabardinas, tomaron del brazo a sus esposas y se retiraron, no sin antes soltar un par de merecidos improperios al impertinente. La falta de cultura en la gente presente, la que se va retirando y los escasos recursos del pintor, hacen innecesaria mi importante presencia aquí, pues no he estudiado siete, siete años, para malgastar mi talento entre gente que ama de una forma tan mediocre al arte. Tomó el micrófono con fuerza, miró con desprecio uno de los cuadros y arrojó al piso todo cuanto tenía en las manos, para después abrirse paso bruscamente entre las gente y salir apresurado al patio. Miguel salió rápidamente tras el cretino. Hablaban. Hércules aún no salía de su sorpresa y tampoco sabía cómo responder a tanta gente, quién era el aguafiestas, simultáneamente. Algo en su orgullo estaba herido, él lo sentía claramente. Podía controlarlo, era una persona tranquila. Decidió salir a increparle al sujeto de una manera civilizada su actitud. Lo encontró siendo jalado de la bufanda por Miguel. Al acercarse, sintió un cierto tufillo a alcohol procediendo de la boca del injuriante. Se acercó calmo y miró a Miguel. El pequeño ser le miró los ojos y le habló en franco tono compasivo. No sirves para el arte, eres un arribista.

Hércules vio en sus pequeños ojos siglos de autoestima exagerada, y sintió algo dentro de él, algo novedoso. Vio al sujeto pintado de rojo, oyó las palabras mal pronunciadas por este, sintió la reseca mano de su madre tomándole el hombro para hacerle sentir su apoyo ante la afrenta. Vio a su padre oscurecido por las sombras de la muerte, llorando de impotencia por el sufrimiento del hijo artista. Vio claramente las tardes de trabajo abnegado pintando aquellos queridos cuadros. Sintió los abrazos de felicitación de Miguel cada vez que terminaba uno. Sintió la potencia de la gente de su ciudad apoyada en sus hombros, supervisando su reacción. Sintió el amor ardiente de su novia, que andaba de vacaciones. Sintió su amor propio herido, sintió las fauces de una fiera interna abriéndose para devorar al infeliz. Sintió su sangre española hervir para quemar la piel del desdichado. Pronunció improperios ajenos a él y a su identidad. Tomó velozmente al enano por el cuello del abrigo y adelantó violenta la frente para sabotearle los labios con ella. El forastero retrocedió sorprendido y se tomó la quijada. Hércules se adelantó y le llenó de golpes hasta tenderlo en el suelo. La típica reacción del fracasado. Susurró el caído. La ira volvió a hacer presa del joven pintor, quien se abalanzó en el suelo sobre su víctima y le llenó de golpes allí. Lo tomó del cuello y se lo apretó hasta conseguir que este jurara entre lágrimas que asistiría a su próxima muestra y diría cosas aún peores de su arte, le recordó en medio de la furia que él jamás había pintado un cuadro, que sus estudios no le certificaban nada, que Botticelli nunca estudió, que su padre nunca estudió, y eran grandiosos artistas. Lloró amargamente mientras Miguel lo tomaba del abrigo y lo apartaba del estudioso. Lo abrazó y le pidió que lo desapareciera de su vista. Hoy pinté, hoy presenté mi arte y hoy fui más hombre que él, se dijo a sí mismo, satisfecho.
Datos del Cuento
  • Categoría: Tradicionales
  • Media: 5.19
  • Votos: 48
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Irvin Isidor
invitado-Irvin Isidor 23-01-2004 00:00:00

Me pareció rico en las descripciones. Es muy bueno. Tengo un cuento publicado que quisiera me des tu opinión. Se llama "El olor de la despedida"

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