HILOS DE PLATA
(A Nazira de Soto)
Nazira salió dando tumbos de la cantina donde había pasado bebiendo la tarde y parte de la noche de ese martes. Para mi prematura mortificación, la anciana (tal vez con 75 años), de apariencia pudiente y relucientes cabellos plateados, avanzó con dificultad algunos metros, pareciendo caer a cada momento, y sin percatarse de que era observada a la distancia (desde la acera del frente).
No avanzó más de 15 metros porque decidió unirse a otros en su breve recorrido, que a diferencia de ella, forman parte ya del panorama cotidiano de alcohólicos conocidos en la zona. Los marginales la observaron de pies a cabeza e intercambiaron miradas cómplices. Sin embargo, poco después, traduje en aceptación el hecho de que compartieran con ella su aguardiente, mismo que la mujer bebió con desesperación a las puertas de un negocio cuyos dependientes no hicieron nada por alejarlos.
Nazira quedó sentada en el extremo izquierdo de una hilera de bebedores acomodados sobre una barda de cemento con poca altura, aferrándose del brazo de su acompañante más próximo, un joven frisando sus 30 a lo mucho, reconocidamente peligroso y violento en esa zona.
Después de un momento de distracción voluntaria, Nazira no sólo se había quedado sola, sino recostada sobre el asfalto, pero haciendo vanos y desesperados intentos por incorporarse. En ese preciso momento solicité vía telefónica el auxilio de las autoridades, pero a medida que pasaba el tiempo y no llegaron, se descartó la posibilidad de ayuda policiaca.
Un peatón que pasaba frente a ella se condolió de su lamentable estado y la ayudó a reincorporarse. Se sentó a su lado y empezó a conversar con ella de manera cordial. Me pregunté si estaría averiguando algunos datos personales para su ubicación. De nuestra parte, se le envió un café caliente y concentrado para facilitar su retorno a la sobriedad.
La mujer estaría más segura de los “depredadores callejeros” en el restaurante, por lo que fue invitada con señas para que se acercara. Mientras tanto, se iniciarían las pesquisas para devolverla sana y salva a su hogar. Tan pronto como Nazira aceptó la invitación y llegó dando tumbos nuevamente con nosotros se le preguntó si tenía algún documento que nos ayudara para identificarla y luego para ponernos en contacto con algún familiar o persona conocida. De entre su bolsa sacó un puñado de papeles arrugados que se revisaron minuciosamente en busca de cualquier información. Para su mala suerte, ninguno de esos documentos señalaba dirección ni teléfono. Si Nazira no proporcionaba mayor información, difícilmente podríamos devolverla. Hubo preocupación por una anciana frágil y evidentemente trastornada por el alcohol.
En vez de hacer un esfuerzo por recordar, Nazira inició una violenta riña con el muchacho que la había conducido hasta el restaurante acusándolo de homosexual pervertido debido a su apariencia. El chico confirmó ser travestí sin que nadie se lo preguntara.
Uno de los empleados se aproximó a Nazira para invitarla a que se sentara y se mantuviera tranquila pues corría el riesgo de caer si se mantenía de pie. Su estado de ingestión alcohólico era bastante severo. Las palabras del empleado consiguieron calmarla, pero su reacción poco después de haberse tranquilizado aparentemente fue desconcertante para todos aunque también cómica y graciosa. Condicionó su apoyo a un beso en la boca por parte del bien parecido mesero, quien no pudo menos que reaccionar ruborizándose por la invitación y de quien procedía. Todos los ahí presentes reaccionaron con un grito que invitaba al chico a aceptar la propuesta senil.
Volviendo a los documentos que portaba la anciana y que guardaba con desconfianza, había un papel oficial con el nombre de una persona a quien Nazira identificó como su hijo. Se pidió información al servicio telefónico en el que se nos proporcionó el teléfono de una persona que correspondía al nombre que Nazira había identificado. Tan pronto fue posible la comunicación y se explicara brevemente a la interlocutora sobre la situación de Nazira, nos suplicó llevarla en taxi hasta su casa.
El travestí se ofreció a llevar a Nazira hasta su propia casa, pero la mujer se negó rotundamente diciendo que no aceptaría la compañía de un “remedo de mujer” y otra retahíla de términos despectivos. Se iría sola con el taxista sin que nadie la acompañara. El dinero que portaba en su cartera y que era una cantidad considerable, fue resguardado momentáneamente por el administrador. Se advirtió interés por parte de todo mundo enterado del incidente sobre el dinero que llevaba Nazira y alguien recomendó que se le devolviera en ese momento.
Se decidió que Nazira no viajaría sola y tampoco con un taxista desconocido. Se pediría el servicio de una persona conocida que regularmente prestaba servicios a empleados y clientes del restaurante. No fue difícil localizarlo, pero dadas las circunstancias y la lejanía del domicilio de Nazira, el servicio costaría por tiempo. Esperaríamos hasta el cierre del restaurante y de esa manera Nazira podría recuperar todavía más la conciencia para estar sobria y estar en la capacidad de reconocer su domicilio porque hasta ese momento no tenía la menor idea de donde vivía.
Se habló por segunda ocasión al teléfono averiguado y tuvimos una desagradable y frustrante sorpresa. La persona que contestó se identificó como Nazira y aseguró que su familia había sido objeto de una broma muy desagradable al ser informada sobre la manera en que había sido encontrada. Se le explicó la situación de la persona de nombre Nazira que todavía estaba con nosotros y para no alargar más una conversación estéril, la comunicación se cortó deliberadamente para concentrarse en la situación que ya afectaba a todos. No interesaba convencer a la homónima de Nazira cuál era la situación, sino resolverla.
El bebedor que había compartido con Nazira aguardiente a sabiendas que la mujer había bebido cerveza, entró al negocio y tras responsabilizarse del estado de Nazira confirmó el nombre del hijo de ésta tanto como el barrio donde vivían. Se tomó nota de datos todavía sin confirmar y sin credibilidad debido al también lamentable estado del informante. Pero al final de cuentas, peor era no tener alguna información o datos. Se le agradeció la información y partió ante la mirada incrédula y despectiva de Nazira, quien todavía hizo un movimiento circular alrededor de la oreja con el dedo índice para indicar que el hombre no estaba en sus cabales, aunque ella sí estaba.
Nazira proporcionó más números telefónicos, pero ninguno de ellos aclaró su situación. Por el contrario, fue evidente la sensación de desconcierto. Como si Nazira hubiera encontrado un rollo de papeles sin dueño y simplemente los hubiera guardado por gusto fue una de las muchas hipótesis planteadas en ese momento y en torno a la anciana perdida.
A medida que el estado de beodez de Nazira iba mejorando, aseguró que era capaz de llegar, o por lo menos dirigirnos al lugar donde vivía. El barrio coincidía con el que nos brindó el informante a quien Nazira había descalificado como loco. Era una señal de esperanza en el sentido de que daríamos con su domicilio.
Se llegó la hora de cerrar el negocio y salimos todos en grupo. A las puertas nos esperaba ya el taxi que nos llevaría a nuestro destino. Nazira se rehusó a entrar al vehículo, exigiendo que se le informara a dónde se le llevaría. Dirigiéndose a mí prometió que me convertiría en millonario si evitaba que se le infligiera cualquier daño. Nos acusó de secuestradores y cada vez más subió el tono de voz hasta casi gritar. Dijo también en tono violento que éramos unos brutos, idiotas, malditos y que abusábamos de una anciana que no podía defenderse por sí misma.
Una empleada que se ofreció acompañar al grupo que devolvería a Nazira con objeto de darle confianza en el sentido de que era acompañada también por otra mujer y no sólo por hombres, fue violentamente castigada por los exabruptos de Nazira. La llamó “puta de mierda” para exigir que callara cuando la empleada simplemente trataba de calmar a la anciana. La chica tuvo que esquivar un manotazo que de no haber sido por su reacción inmediata habría dado en el blanco de su rosada mejilla. Nadie pudo evitar la risa ante semejante acción y que por un momento se convirtió en una lluvia de manotazos en contra de todos, pero que fue sometida fácilmente al sujetar a la anciana con decisión y energía. Entonces escupió sin dirección y maldijo a todos y cada uno de nosotros, incluyendo al chofer, quien hasta ese momento había permanecido ajeno a las bravatas de Nazira.
Su violenta reacción dio paso a una serie de declaraciones totalmente fuera de contexto. Nos dijo, por ejemplo, en tono sombrío que a Dios nadie lo había visto hasta ahora y que por ello no temía la voluntad divina. Después agregó que el demonio era su aliado y que con él triunfaría sobre todos nosotros. Por último, condenó a todos al destierro o a besarla.
El chofer pareció desesperarse y detuvo el auto frente a un parque. Volteó a ver a Nazira, quien viajaba en el asiento trasero, y le exigió con firmeza que hiciera un esfuerzo para recordar dónde vivía. Nazira se negó a hablar y su expresión parecía perderse al hablar incoherencias. Como si hubiera perdido la razón, con la mirada extraviada y la boca abierta. Parecía como si fuera a descomponerse de un momento a otro. Pero al fin, en la mirada de Nazira brilló cierta luz y dijo que empezaba a reconocer el lugar donde vivía.
Un guardia de la localidad en bicicleta nos prestó ayuda al informar la manera en que el fraccionamiento estaba numerado para llegar a la dirección correcta. Nazira accedió a decir que vivía en el número 27, pero el hombre dijo que había una gran cantidad de casas con el mismo número, por lo que faltaba una letra que Nazira no recordaba. Preguntamos en el primer 27 que encontramos a nuestro paso y el hombre que abrió la puerta aseguró no conocer a la extraviada.
Seguimos avanzando y Nazira dijo reconocer un rótulo de pollos rostizados y que estábamos exactamente al frente de su casa. Ni siquiera habíamos preguntado al hombre que franqueó la entrada cuando ya Nazira se dirigía al interior de la casa, sin siquiera dirigirse a quien dijo ser su hijo, y mucho menos para despedirse de nosotros.
Explicamos brevemente la historia reciente a quien dijo ser su hijo. Nos agradeció que la hubiésemos rescatado de las garras del hampa y ante la pregunta de que si Nazira estaría bien una vez pasado el efecto de la borrachera, aseguró que su madre se recuperaría para el día siguiente. Prometió buscarnos en agradecimiento. Nos despedimos.
FIN