1
Cuando murió su alma subió rauda al cielo mientras escuchaba angelicales cánticos y armoniosas trompetas. No hacía otra cosa sino tomar impulso para salir disparado al más profundo de los infiernos y de los olvidos.
Por eso es que había una fiesta en el cielo.

2
Su pasado estaba tan vacío como la inanidad de su futuro, sin embargo no había cosa que guardara con tanto celo ante los demás como su pasado, que lo haría ser repudiado tal y como sucedía en el presente.
Dicho esto se murió.

3
Se odiaba tanto a sí mismo que para los demás no le quedaba más que amor.

4
Hacia donde van las nubes que voy en dirección contraria. Hacia donde fluye el río que voy a parajes solitarios y nado y me siento en una roca. Y en estos quehaceres fue que descubrí un gran pozo, sin fondo, y tuve que verter tiempo sobre él como si fuera fango, residuos, basura, desperdicios, abominaciones, horrores, despertares dolorosos, condenas, cadenas, lodo, hedores, repugnancias, decepciones, alimañas, terrores del alma, engendros del espíritu extraviado, tristeza, cansancio maligno, heces, enfermedades, vidas como papel arrugado...
Y a esa tarea me dedico, pero el pozo no tiene fin.

5
Siguiendo el camino parece que es una recta interminable, pero cuando te elevas en las alturas descubres que se curva ligeramente. Por eso yo me mareaba; sin embargo fue peor el sentimiento de descubrir que estaba dando vueltas interminables al mismo círculo.

6
Cuando nos quitamos las máscaras nada resultó ser como esperábamos, pues a parte de que nadie resultó ser quien había pretendido ser, cosa lógica y previsible hasta cierto grado, nadie se había extraviado en máscaras ausentes o inventadas: nadie quería ser quien era, pero todos anhelaban la máscara de su vecino.
El gran teatro del mundo ya estaba preparado para la más grandiosa de las degradaciones y comenzó a girar.

7
¿Dónde estás tú cuando no nos vemos? A veces me da por pensar que no existes, que eres un espejismo que sólo hace aparición cuando creo que nos encontramos, pero, si no me equivoco, que lo hago, siempre acabo pensando que eres real, pues eso me dicen por las calles. Yo no quiero escuchar, pero inevitablemente lo hago y esos comentarios me afectan.
A veces lo paso mal hasta que llego, desesperado, a la paz de mi salón y me reclino a pensar muy despacio en ti, pero ¡es tan vago ese pensamiento!... y tan circular. Yo creo que existes como no existo yo. Ciertamente a ratos puedo ver a trasluz los hilos que mueven mis manos y piernas y llego a adivinar allá arriba la cruceta y la sombra de la mano que me mece, y eso me da calma, pues confirma mi existencia justo porque no es mía. Lo que jamás podría soportar es que no existiéramos ninguno de los dos, porque sólo seríamos el pensamiento de otro títere más importante. Así que decidí vivir en libertad por una decisión ajena a mí; fue el día que te encontré, ¿no recuerdas?, el día que me guardaron en el armario de las marionetas.
Tan poca piedad alguien tuvo de mí que algunos hilos ya se han roto y llevo años en el olvido, sin moverme.

8
En medio de aquel sueño era difícil despertar. No por goce de los sentidos, sino debido a todo lo contrario: a la terrible angustia y desequilibrio que producía. Esto sucedió la primera vez que me embarqué en busca de algo cierto. No digo de la verdad, sino sólo de algo cierto.
- Es mejor no cavilar sobre estas cuestiones - dijo el ángel.
Entonces desperté.

9
Érase el sol persiguiendo a la luna,
Y tú que me querías.
Érase un papel persiguiendo a la pluma,
Y mil garabatos que su blanco corrompía.
Érase la vida retando al tedio,
Y un beso lento en tu boca moría.
Érase la muerte llegando inoportuna,
Y que me alejaba contento mientras me despedía.

10
Se movía tumefacto entre vibraciones calientes de su cerebro enfermo mientras intentaba despertar de aquel horrible sueño. En él se reían esperpénticamente de él, y en su paroxismo se partían por la mitad y surgían alimañas plateadas de sus vísceras negras que se acercaban despacio a su lecho. Al despertar se tranquilizó un poco, pero le acompañó el resto del día una sensación de malestar ardiente y devoradora.
Así empezó su enfermedad.

11
Pienso mucho en ti. Se podría decir que siento amor por ti, y así es, ¡oh, sí!, un amor imparable. Pero resulta que el otro día me vi caminando por un vasto y desolador desierto; cual fue mi sorpresa cuando descubrí que estaba en lo más profundo de tus lagunas mentales, allí donde almacenas todo el material a desterrar de tu memoria por siempre jamás.

12
Érase un hombre tan alto, tan alto, que los gigantes lo consideraban de los enanos más grandes que habían visto jamás.

13
El indio observaba en la lejanía la presa que se tenía que acercar. Acertaba a divisar la inmensa polvareda que levantaba, pero nunca terminaba de llegar.
Comprendió después que la presa era él, y que nunca llegaba porque era él el que huía despavorido de aquello que arrasaba el camino: el hombre blanco.