Cuando escucho relatos acerca de un cazador, me causa mucha gracia, pues me arrastra hacia un pasado en que aún era joven y un excelente trampero.
Soy un libro y cuando un lector abre mis páginas, es un reto. Me convierto en el ladrón de su atención. A través de mis líneas lo guío hacia el rincón de la fantasía, mojándole con los aires perfumados de la eternidad a través de mi soplo... Es magia...
Al principio había un cuento, una historia, y como todas, trataba acerca del amor, de la historia de un libro.
Recuerdo cuando vagaba por el océano de las ideas, de las vivencias de tantos seres soñadores, flotando por el éter de los espíritus sensibles, esperando, pacientemente esperando el contacto... Cada una de las historias anhelaba existir. Esperábamos que nos escuchen, que derramen nuestro salvaje canto desde corazón hacia el papel. Estar presente en cada línea, frase, punto... era el conjuro.
Nací en la primera idea que fue propagándose de memoria en memoria, hasta que el hombre conoció el papel y la tinta; luego, el papel impreso. Eran tan tiernas nuestras primeras ediciones que uno sentía que estaba en un cielo de papel. Estar en cada una de las librerías, era una gran emoción. Saber que estabamos en tantas partes al mismo tiempo, unidos en tinta y papel, y volver a vivir en la sensibilidad de cada lector, era memorable. Vernos pasar por la existencia de mano en mano, generación en generación, biblioteca en biblioteca, hacía sentirme como un dios de papel. Ver la necesidad de otros lenguajes requiriendo transcribirnos, como buscando claridad en nuestro cuento, una señal, una verdad, hacía sentirme muy considerado.
El inexorable tiempo transcurría mientras habitaba en un antiguo cementerio de libros. Era lamentable ver a tantos hermanos que se entumecían sin ser tocados y leídos. En contraste, yo era requerido continuamente, e iba como a una ceremonia de amor con el lector. Salía y retornaba a mi ambiente, ante las susceptibles miradas de nuestros fraternos.
Era el primer libro, y como todo lo transitorio, mis ropajes se marchitaban. Mis hojas empezaron a humedecerse, a honguearse, convirtiéndome en morada de polillas y gusanos. Era consciente que aún existía en modernas ediciones colocadas en muchas librerías, pero yo era el primero, y el último sobreviviente de aquella primera edición. Escuché decir que la estupidez del hombre es casi infinita, de ello puedo dar fe, pues no tuve un buen compañero librero, que al verme en estado deplorable, me echó en una caja y me escondió en un viejo, húmedo y oscuro depósito.
Fue el principio de un final. Mi historia aún era seguida en muchas bibliotecas, hasta que los leyentes cedieron de buscarme. Fue una época en que ocurrieron muchos desastres en el mundo, pues los hombres dejaron de leer y de escuchar a los grandes hombres y libros. Vi con dolor, como echaban en una gran fogata a millares de preciosos textos ante el pesar y menoscabo del gran espíritu sensible.
Cuando el mundo estuvo cubierto por el humo y desencanto, como el ave fénix, desde las cenizas de mi oculta caja pude lanzar mi anzuelo, mi historia, consiguiendo atrapar a un bisoño lector. Era un niño que paseaba por el derrumbado depósito, y guiado por su espíritu me encontró en la vieja, húmeda y oscura caja. Nos miramos con ansiedad y con temor me llevó a su lado. Cuando llegamos a su hogar, en una brillante noche e iluminados por una vela, el niño abrió mis viejas páginas, y yo, el primer libro, le conté mi eterna historia de amor...
El tiempo pasó, y aún continuaba con mi salvador, junto a muchos otros libros. Cuando él no estaba, conversábamos lo especial que era con cada uno. Diariamente nos limpiaba, nos colocaba sobre su estante en total orden alfabético, era muy tierno... y yo, me llenaba de sano orgullo al saber que fui su favorito. Aún no sabe que soy el primer libro, deseo que me lea con ojos inocentes, ello hace sentirme como un amigo.
El niño creció, transformándose en un escritor y en mi compañero. Abusando de mi magia, le inyecté el germen del artista en su alma. Nuestra armonía se hizo más continua.
Una día, mientras él y yo compartíamos ideas, nos visitó un anciano lector, y cuando vio mi vieja portada, me reconoció. Emocionado, el anciano conversó con mi amigo, y le explicó quién era yo. El muchacho comprendió y me entregó al anciano no sin antes pasar sus frescas manos sobre la vieja pasta de mi portada. Fue tan especial aquel adiós que sentí un temblor en todas mis hojas, como una humana emoción.
El anciano me llevó a un gran museo. Llegaron restauradores de libros viejos, y después de un tratado de belleza intensivo, yo, parecía como nuevo. Era grato admirar mis páginas nítidas y asequibles, mi pasta briosa y maciza como en los viejos tiempos... Luego, me colocaron en una caja de vidrio y allí me dejaron. Diariamente pasaban a visitarme una serie de curiosos y lo único que decían: "Oh"; y los otros: "¡Oh! El primer libro impreso". En medio de todo, era estúpido estar sin que nadie me lea. Me miran como a una reliquia, y eso, no es provechoso para nadie.
Por suerte, no olvidé que soy un buen cazador, y una mágica noche, atrapé al muchacho que diariamente limpiaba el museo y a todas sus reliquias. Hurgué en su curiosa sensibilidad, y encontré a su alma, esperándome. Rompí las reglas de la insonoridad, y le intimé que gustaría jugar con su atención, que escuchara la historia de un viejo libro de amor...
JOE 12/05/04
Digno de ser la primera página de cualquier rincón de escritores. "Historia de un Libro"