Había heredado la librería de su padre, y éste de su abuelo, por eso era tan importante para ella. Era pequeña y estaba situada en una calle estrecha del casco antiguo de Barcelona. No la había querido modernizar, quiso conservar aquel aire vetusto, nostálgico, aquel olor de papel viejo. Tenía una vitrina donde guardaba algunos libros que tenían un montón de años y un valor incalculable. Nunca pensaba vendérselos, sólo dejaba que los hojearan los clientes que le inspiraban más confianza.
Empezó a trabajar a los dieciséis años y desde entonces no había faltado ni un solo día. No se había casado, aunque ya había cumplido los cuarenta, porque la librería ocupaba todo su tiempo. Había tenido bastantes pretendientes, pero ninguno que supiese apreciar su dedicación al trabajo. Un día leyó en un libro que el verdadero amor es difícil de encontrar, pero el desamor es mucho más difícil de digerir. Esta frase para ella era como una sentencia y le había estropeado más de una relación.
Por esto, cuando apareció aquel joven, quiso ignorarlo. Iba cada día y hojeaba un montón de libros, siempre le pedía consejo sobre tal o cual libro y ella se sentía satisfecha y halagada de poder ayudarle. Mientras él estaba en la librería percibía su mirada, que desviaba rápidamente cuando sus ojos se encontraban. Cuando se acercaba a ella lo veía ruborizarse, y cuando le hablaba la voz le salía temblorosa. Sentía una gran curiosidad por los libros de la vitrina, por esto dedicó toda una tarde a enseñárselos.
Después de un par de meses de ir todos los días, se lo encontró esperándola a la hora de cerrar. Estaba allí mientras ella cerraba las grandes puertas de madera. Se le acercó y le preguntó si podía acompañarla un rato. No supo negarse, le atraía aquel chico de ojos azules y mirada serena. Empezaron a hablar de la librería y, poco a poco, profundizaron en cuestiones más personales. Él tenía veintidós años y le faltaban dos para acabar la carrera de filología inglesa. Por las mañanas trabajaba haciendo encargos para un abogado, para poder pagarse los estudios. Había venido a Barcelona huyendo del pueblo donde había nacido, porque allí no había futuro, y ahora compartía un piso de estudiantes.
Dos esquinas antes de llegar a su casa se despidieron, no quería que supiese donde vivía, adivinaba que aquella relación podía complicarse y no le parecía demasiado sensato, teniendo en cuenta que aquel chico podría ser su hijo. Pero, después de algunos días, se dio cuenta que no sería capaz de parar la corriente de sentimientos que nacía entre ellos. Y se dejó envolver por sus brazos jóvenes y fuertes, se abandonó a unos besos húmedos y cálidos, y se lanzó a aquella relación sin sentido, pero llena de sentimientos.
Él dejó la casa de estudiantes y se fue a vivir con ella. Su vida, tan estructura, cambió por completo. Llegaba tarde a la librería, olvidaba pedidos que le habían hecho el día antes y sólo esperaba la hora de salir para irse a casa y perderse en sus brazos. Descubría sentimientos que nunca había conocido. No quería saber donde la llevaría aquella relación, ni cómo ni cuándo se acabaría, sólo quería vivirla, disfrutar de cada instante, saborear la oportunidad que la vida le brindaba.
Pasaron dos años como un suspiro. Él acabó la carrera y decidió ir a pasar el verano a Londres. Quería practicar el idioma y ampliar sus conocimientos haciendo un cursillo de tres meses. Ella aceptó la situación sin poner ningún impedimento. A pesar de que deseaba retenerlo a su lado, sabía que no lo podía hacer. Se despidieron en casa, él no quiso que le acompañase al aeropuerto. Tres meses pasan rápido, le dijo él.
Pero aquellos tres meses se convirtieron en seis, y después en un año. Se escribían a menudo, las cartas eran dulces y apasionadas. Pero ella se iba marchitando, se sentía envejecer, necesita de su presencia, de su calor.
Más tarde las cartas se fueron espaciando. Él le decía que tenía mucho trabajo que apenas tenía tiempo para nada. Ella comprendió que llegaba el tiempo del desamor, que debía bajar de la nube. Él le había regalado dos años de amor y por esto debía de estarle agradecida. Pero se rebeló contra este pensamiento: no le abandonaría sin luchar. Iría a buscarlo. Quería que fuese él quien dijese que ya no la quería, que todo se había terminado entre los dos.
Por primera vez, desde que trabajaba, colgó en la puerta de la librería el cartel de: “Cerrado por vacaciones durante todo el mes”. Cogió un avión hacia Londres y se presentó en casa de él. Era un edificio de apartamentos situado en un barrio de las afueras. Cuando llegó a la puerta dudó antes de apretar el timbre. No sabía qué encontraría; quizás no vivía solo, quizás había encontrado otra mujer, más joven y más guapa, que le calentase la cama. Por fin se decidió. Llamó diversas veces, pero nadie abrió la puerta. Se quedó en un rincón, acurrucada, desamparada y, desbordada por los sentimientos, empezó a llorar desconsoladamente.
Entonces oyó que se paraba el ascensor y, cuando se abrió la puerta, lo vio salir. Le pareció más mayor, más maduro. Venía cargado con dos bolsas de papel llenas de comida. Al verla, las lanzó al suelo y corrió a abrazarla, la llenó de besos y le secó las lágrimas con sus labios. La entró al apartamento en brazos y, allí dentro, soltaron la pasión contenida durante un año de separación.
Quizás sí que llegaría el desamor, pero ahora el amor todavía estaba vivo. No importaba la diferencia de edad, no importaba la distancia, sólo importaban ellos dos, allí, en aquel pequeño apartamento, abrazados y murmurándose al oído palabras de amor.
HISTORIAS DE AMOR Y DESAMOR (MONTSE PAULET) Crónica clara,lineal...logra atrapar la atención y sorprende con el final. Pau 2