No quiero que se vayan, si están conmigo. En medio de todo queremos tener la certeza de lo seguro, de lo que estará ahí, así nos atormente, así no nos deje dormir, así no nos haga felices. Es contar con la presencia, sin importar su levedad... su peso.
No, no soy yo: son las noches y el abanico en el silencio. Es el dolor en los oídos. Es Camila envuelta en mi pelo (yo no quiero que se vaya ). Es el espejo y las muchas veces que me ha visto llorar. Es no haber encontrado antes la receta para el dolor. No saber que el dinero sí compra instantes de felicidad perfectos. Es la autodestrucción, la locura, el sueño y la idealización. Es la perfección que nunca tuviste y son los muertos por haber inventado eso. Es la promesa del paraíso, las manos atadas, la curiosidad y el deseo. Es el encierro permanente, la vida que pasa. Son las noches, las noches. Las noches. La promesa de salvación, la idea del mañana, el horizonte, el sol sobre el mar. Es la adicción, el café, la frialdad del retrete. La belleza de los baños, las velas. Es no conocer lo que deja el tiempo, no ver lo que nunca dejo. Es la incertidumbre de las palabras, la escasez del escrito. El encierro, la imposibilidad del horizonte, las montañas, el temblor, la caminata y el desastre.
No, en realidad nunca quise que se fueran. Para qué, si estaban conmigo.