Se encontraba en un lugar desconocido, aunque familiar, rodeado de oscuridad. La historia se repetía de nuevo. De repente, se hizo la luz. ¡Qué brillante! Lo llevaron hasta una enorme superficie de madera, con otros compañeros de oscuridad, unos sobre otros, casi sin cuidado. Un día cogían a uno. Otro día cogían a otro. o ¡¡incluso a dos!! Qué desgracia, la mayoría terminaba en el mismo sitio, como despojos. Al fin le tocó el turno. Le cogieron con rabia y le embadurnaron de negro con un utensilio afilado. La mano, frustrada, lo arrugó y lo despojó. El brazo se alzó para tocar una frente perlada de sudor.
- ¿Por qué no salen las palabras de amor? ¿Por qué tan difícil? - escuchó el despojo, el papel arrugado.
- Nadie me ha dado amor a mí ni a mis compañeros salidos de la misma madre - pensó el despojo. - Quizá si piensas en las cosas pequeñas como nosotros, tu corazón hable.