Otro febrero en soledad, abre su veraniego cielo un sol que me deja los párpados entonados. Es martes, hay sol. Y ya no importa.
Estoy sola, demasiado sola y aburrida, preparándome quizás para otro ciclo lectivo que esta por comenzar en poco tiempo.
Pero mi soledad es elección, es timidez, es cobardía. Mi soledad, soy yo.
Son las dos de la madrugada y sigo tipeando esta máquina sin descanso, como si fuera mi compañía, como desahogándome en el teclado y recordando en el monitor, veo fotos scanneadas hace vario tiempo, las mismas fotos cien veces.
Y los mismos poemas, renovados, ampliados, trasladados a mi realidad de la monotonía de otros, de mis escritores favoritos, de otros que viven o vivieron mis días.
Estos días, este verano que se me cuelga y me pesa, esta soledad que sólo yo entiendo, porque los demás están ocupados, están felices.
Llamo a mis amigos y escucho sus voces en un casette que me advierte que no se encuentran, que están disfrutando del sol, del cielo, del día, de la vida.
¿Cuál es la fórmula de la felicidad? Aún no la encuentro, pero todos me hablan acerca de ello, todos la conocen, todos. Excepto yo.
Ellos dicen que debería abrir mi corazón y mi alma a un nuevo amor, como si fuera fácil, como si yo no lo quisiera en lo profundo de mi pecho, pero no puedo.
No es tan fácil como dicen, los hombres indicados no abundan por las calles. Ellos mienten, hacen falsas propuestas, provocan erróneas expectativas, que todas creemos y caemos en una realidad que nunca existió. Por eso no me engaño más, y sí, me niego a la facilidad y accesibilidad de las cosas, soy cobarde y por eso estoy sola.
Porque es febrero, hay sol, pero qué importa, mi soledad: soy yo.