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Iram ed Rolf

Iram ed Rolf
En la tarde aquella, recostado sobre el escritorio de Flor de María, quién iba calificando unas pruebas, yo me aventuré una vez mas, deslicé con malicia mi mano por debajo del mueble, y con mis dedos volví a tocar sus piernas sobre el bluejean que llevaba. Mientras la acariciaba, mi corazón explotaba en cada sístole y diástole. Acerqué mi rostro al de ella, tanto que casi podía besar su mejilla, sentía su aliento ¿qué pasa? dijo ella, con un tono más coqueto que grave, no es la primera vez, volvió a señalarme, mientras su mirada me coqueteaba, qué iba a responder, mi estado de excitación me aventuró a invitarla a bailar, busqué el disco, y llevé la aguja al canal que correspondía a Samba pa’ ti. Al empezar el cadencioso ritmo en la guitarra de Carlos Santana, me miró y aceptó mi invitación. La cogí desde la cintura, e inicié un rítmico movimiento acariciando su cintura, respirando hondamente entre sus orejas y su bello cuello, de cuando en cuando me perdía en la profundidad de sus ojos negros, tan bellos como coquetos. Entonces mis pasos la llevaron armoniosamente, según la canción, hacia el único espacio de su cuarto que era invisible para la casa en general, detrás de la puerta, en el espacio que quedaba entre el fin de su cama y la puerta. Yo supongo que ella sabía que yo la llevaba allí, pues cuando llegamos, Flor se había pegado fuertemente a mi vientre, y de hecho sentía la erección que tenía. Mis labios buscaron una de sus orejas, que empecé a morder suavemente, mientras que mis manos acariciaban su cintura y con malicia me atreví a deslizar mis manos hacia la redondez de sus nalgas. Aventuré mis labios por su mejilla, y mis labios encontraron los de ella, que también me venían buscando, así nos encontramos en un apasionado beso. Entonces mi lengua peleaba con la de ella por meterse en su boca, ella me lo impedía, pero de cuando en cuando yo alcanzaba su lengua jugosa y melosa. Para ser la primera vez que nos besábamos, ambos mantuvimos un ritmo y armonía sorprendente. De pronto la música terminó, Flor me besó con dulzura, y me dijo, debo irme ¿por qué no me acompañas? Accedí y caminé con ella esa noche víspera de Navidad, orgulloso por hacer pareja de una de las mujeres más deseadas del pueblo, a mis catorce años, ella parecía sin duda mi hermana mayor, o quizás mi madre.
Habían pasado solo unas horas, y yo, ya estaba esperándola en uno de los bancos del Parque, que quedaba al costado de su facultad. No pasó mucho y la encontré a la salida. Ella no se sorprendió, y cuando le indiqué el camino que deseaba tomar, no dudó en seguirme. Supongo que sabía porque buscaba la oscuridad de esas calles solitarias. Yo iba convenciéndome que Flor de María estaba siendo cómplice de esta pasión que me abrasaba la sangre, y eso me alentaba de vez en cuando, a tomar rápidamente su mano, y besarla. Estuve buscando un lugar aparente, pero lastimosamente sólo nos detuvimos muy cerca de su casa. De hecho que ella comprendió que lo que yo buscaba eran sus labios, pues me los ofreció atenta y apasionada. Nuevamente sentí la miel, sus ojos cerrados, mi respiración acelerada denunciaba mi estado de excitación, intenté nuevamente pegar mi vientre al de ella, encontré entonces sus formas convexas, acaricié sus muslos y la apreté desde sus nalgas. Flor me seguía besando, y yo había atrapado su lengua cuando mi excitación me llevó a mi primera eyaculación al lado de una mujer. Cuando Flor me pidió que lo dejáramos allí, mis pantalones lucían mojados, así que tuve que inventar un modo de caminar, de modo que no se notara.
Todo venía sucediendo de forma normal, hasta que un día fuimos al cine, Flor y Enrique, su hermano. Por supuesto que yo busqué que nos sentáramos, dejando a Flor de María al centro. Así fue, y finalmente estaba a mi izquierda. Me tomó apenas unos segundos, desde que se apagaron las luces, para que mis manos empezaran a deslizarse por las piernas de Flor, que venían ataviadas con medias nylon, y lucían tan apetitosas debajo de su minifalda. Eso era tan excitante, y cuando ella tomó mi mano, seguramente para detener mis caricias, yo se la llevé hacia mi vientre que denunciaba la enorme erección de mi pinga. Ella lo cogió fuerte, se soltó y estiró su poncho cubriendo sus piernas y mi vientre. Así Enrique no podría ver, ni sospechar lo que pasara debajo de ese poncho.
Las manos de Flor desabotonaron mi cremallera, se metió entre mi calzoncillo y por fin, estrujaba mi pinga que estaba durísima, de cuando en cuando buscaba mis huevos y los acariciaba. Para entonces yo había avanzado entre sus piernas, y mis dedos iban desenredándose de su malla púbica. Sentí que se humedecía su vagina, mi afán por besarla se contenía porque el Quique lo hubiera notado. Flor no se detenía y me masturbaba con sabiduría, mientras mis dedos intentaban meterse en su chuchita, pero ella pudo más que yo, y cuando yo chupaba mis dedos, aspirando los humores de Flor de María, un chorro caliente de esperma mojó todos sus dedos y su mano, que recogió en sus labios, chupándose los dedos, dirigiendo una mirada lasciva hacía mi. Para finalmente, acomodarse como si nada hubiera pasado.
Muchos años después, supe que ella ya no vivía en casa de sus padres, averigüé su dirección y afortunadamente la encontré atendiendo una tiendecita muy pequeña. Aprovechaba del tiempo y cuidaba además a una criatura, que sin duda no era su hija. La convencí de que me diera una cita, en algún momento estarás sola, le dije. Ella aceptó y me indicó la hora y el lugar.
El día esperado, cuando la aguardaba, mi corazón explotaba de emoción. Apareció con uno de sus viejos bluejeans que yo conocía, y al reconocer el auto de mi padre, se acercó rápidamente, al subir un ligero beso en las mejillas me indicaron que debía arrancar. Tomé la ruta de Palián, y me introduje hacia los terrenos de la Cooperativa, y apenas encontré un lugar solitario, me detuve. Ambos nos besamos con una pasión desenfrenada, yo descubrí mi pinga que lucía enorme y avioletada por la excitación, entonces Flor de María me dio la primera mamada de pinga de mi vida. No permitió que la tocara, tan solo me chupó y chupó, hasta que se tomó la última gota de mi semen, lamió mi pinga que estaba como un hierro candente, y volvió a chuparme nuevamente, yo exhalaba de placer y sentía al mundo dar vueltas a mi alrededor.
Una vez más, Flor de María volvió a sacar mi leche caliente sin dejar que la cachara, esta vez fue frente al Puente de Piedra, debajo de Torre Torre. Ella era una experta en esto de chupar, o si no, estaba aprendiendo de maravillas. Su boca tragaba, su lengua se enroscaba en mi pinga, y succionaba mientras que sus manos estrujaban. Luego se detenía, y lamía y lamía la pinga en toda su longitud, y luego nuevamente chupaba y se atragantaba todo lo largo que era. Pero igual, ella me llevó hasta que un chorro de esperma explotó en su cara, y ella empezó a chuparlo con satisfacción. De nuevo me volvió a chupar, hasta que se muriera, entonces con una frialdad absoluta, me pedía que la llevara, yo le decía, quiero cacharte, no ahora Aldo, ahora no.
Hasta que por fin, nuevamente la cité para salir, y ella aceptó. Nos dirigimos a un lugar que ella pidió. Al llegar nos pasamos al asiento de atrás y sin siquiera chuparnos, besarnos ni nada. Nos cachamos, muy mal. Yo ni siquiera pude aguantar el polvo, pues cuando se la metí, ya estaba todo vaceado, y cuando le pedí que volviéramos a intentarlo, su frialdad eterna apareció para pedirme que nos regresáramos a la ciudad.
Luego de otros años, aparecí de nuevo en escena y ella aunque bastante mayor, todavía lucía deseable y apetitosa. Nos citamos en la Plaza y allí nos encontramos, como lo planeado era ir al cine, pues allí fuimos, sólo que empezada la función, empezamos a chaparnos de tal forma, que yo le dije, Flor vamos a un Hotel, ahora. Salimos y aparecimos en uno muy cerca. Nos besamos como locos, apenas nos quedamos solos. Nos desnudamos rápidamente, y yo me acomodé para la 69, ella comprendió y me empezó a chupar la pinga, mientras que yo lamía su chucha húmeda, también le metía los dedos y acariciaba su ano, Flor me recontra chupaba yo sentía su lengua, sus labios, sus dientes chupándome la pinga, pero esta vez aguantaría todavía. Se sentó encima mío y se quejó con unos aullidos de placer que me pusieron mas duro todavía, mientras mi pinga se metía en su chucha caliente, y ella aullando de placer vino por segunda vez y me cabalgaba con fiereza, cuando la besaba, mi lengua se metía entre sus paladares buscando que alcanzar su garganta, ella seguí cabalgándome y jadeaba, jadeaba como una fiera rabiosa. Luego la cambié y la puse de a 4, entonces empecé a cacharla con fuerza, ella apretaba las frazadas y mordía la almohada porque mi pinga la tenía atorada con todo mi grosor, ella aullaba, chillaba fuertemente mientras que yo gozaba con metérsela y sacársela, con mis manos empecé a acariciar su clítoris y con mi otra mano, uno de mis dedos se metía a su ano con mucha lascivia. La puse patas al hombro y la caché divinamente, sus labios me comían con sus besos y se apretaba a mi con tal sabiduría que me hacía sentir su vagina apretando mi pinga, tuve tiempo de cacharla tan bien, que por tercera vez la sentí correrse de placer, entonces ya no aguanté y me vaceé en su cara, para que me chupara hasta la última gota de semen, mientras que me hacía aullar de placer también.
Datos del Cuento
  • Autor: Incógnito
  • Código: 22462
  • Fecha: 09-03-2010
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.03
  • Votos: 36
  • Envios: 0
  • Lecturas: 7336
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