Tentación... Me da vergüenza, pero tengo que admitirlo: no pude resistirme. Como invadida por un poder mayor, dejé que esas nueve letras me invadieran, me asaltaran y, finalmente, me rindieran a su voluntad.
Solía pasar por esa calle diariamente, a la misma hora, distraída con las mil y una cosas que rondan por mi mente: cosas por hacer, cosas hechas... cosas que ya no tienen remedio, en fín, todo lo que puede ocupar la mente de una persona.
Lo descubrí una noche que salía del gimnasio, estaba exhausta luego de pasar treinta minutos con una bicicleta, quince en una escaladora, cuarenta y cinco en una clase de aerobics, y veinte de tai- chi (y eso sólo porque no quise dejar de lado el asunto mental, no vaya a ser que luego del cuerpo perfecto se me arruine el cerebro por no saber donde está mi "chi").
Su sola visión me perturbó... allí estaba, tan moreno, tan seductor, tan atractivo. La primera vez seguí de largo, pretendiendo que no estaba allí, pero él ya me había cautivado. No podía dejar de pensar en él. Con ansiedad, esperaba que cayera la tarde para salir corriendo de la oficina, rumbo al gimnasio. Allí, daba tres o cuatro vueltas, un par de brinquitos y salía, anhelante, hasta su calle. Sólo quería verlo, saber que estaba allí. No necesitaba acercarme mucho, desde la otra acera hasta podía oler su aroma, lo paladeaba... definitivamente lo deseaba. Y ese deseo aumentaba cada día. Tanto, que hacía grandes esfuerzos por dominarme, por resistirme a sus encantos, por evitar que ese deseo se transformara en obsesión. Comencé a hacerme la indiferente, a buscar otros caminos, otras calles. Pero irremediablemente volvía a caer en sus redes. A veces, sin pensarlo, volvía a pasar por aquella calle, y era tarde... tarde para fingir que no lo quería, tarde para tomar otra ruta, tarde para engañarme a mí misma.
Una tarde descubrí que tenía una rival. Quizás mis ausencias... ¿Por qué lo habría dejado solo? Me quería morir. La sóla idea de perderlo me torturaba, no podía haber otra, tenía que ser mío... mío. Fue así como, luego de haberme resistido una y otra vez, me rendí. Entré y fuí directo hacia él...
- ¿Se lo decoro? -preguntó el pastelero.
- No, déjelo así. Está perfecto.
Esa noche me atraganté de pastel, el mejor que había comido en mi vida. Tenía el sabor ideal: Chocolate. Devoré su cubierta morena con deleite, lentamente, paladeando, saboreando, dando libre curso a mis deseos. Después de tanta resistencia, de tanta estrategia y de tanta tortura, terminé cediendo a la tentación.
Tentación... ¿De qué otra forma podría llamarlo?
Anfeto precisa de gafas, pues justo lee lo que no existe. Si pretende juzgar con traza, justo es que al leer no se despiste Por eso Anfeto a Venus Afrodita, contrito solicita su perdón, y de corazón a escribir la incita y deleite con otra composición. ANFETO