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VII
Sede de la Confederación del Planeta Tierra. Veintinueve seres pensantes. Unos están ante sendas computadoras personales en una ruidosa habitación donde entusiasmos y desánimos se funden al enfrentarse lúdicamente contra el ordenador asignado. Se reclinan en anatómicos que se adaptan a la configuración esqueleto del usuario. Otros se mantienen de pie con poco esfuerzo, pues se creen ingrávidos dentro del mundo virtual que los sensores aplicados a sus sienes crean para liberar a la mente del cuerpo. Se abre una puerta y un SINDRA anuncia que faltan ocho minutos exactos para el encuentro. Algunos de los presentes han acabado por mirarlo con cierto odio, ya que no aguantan que cada dos minutos alguien les repita, invariablemente con el mismo tono, la misma monserga. Otros lo miran con indiferencia, como preocupándose más de su entramado cibernético que de sus palabras. Y los más, ni le dedican el honor de mostrar interés, pues ya están inmunizados a la voz átona del robot.
Cuando pasan los ocho minutos de distracción infantil amenazada por otras tres visitas del ser artificial, todos están relajados y serios, de pie, ante la compuerta que suponen se abrirá de inmediato para que cruce su umbral Merdik Lamaret y los tres sabios que quedan por llegar a la cita.
En efecto, a los pocos segundos entra en la sala Sendal Twil, cosmopaleontólogo, seguido de Julius Ansterdool y Mars Neotza, químico general y físico macronuclear, respectivamente.
Cada uno de los treinta y dos científicos ha sido convocado personalmente por Merdik Lamaret, y son los representantes elegidos por la comunidad científica de cada uno de los cincuenta sectores. Cualquier miembro de la Confederación de los Mundos puede llamar a su presencia a los colaboradores que estime necesario por motivos que puede mantener, si lo desea, en secreto frente a sus colegas.
-Buenas tardes, señores.
Cuando Lamaret se sienta, todos se sientan en sumo silencio. Las computadoras parecen no existir dentro de la estancia. Ahora sólo hay una semicircunferencia formada por los científicos, y su centro está ocupado por el congresista terrestre.
-Me alegra mucho verles.
-A nosotros también, Excelencia- dice Hesir Cel, sociólogo, que añade tajante-: Háblenos pronto y claro.
-No hay mucho que decir que ustedes no sepan todavía. La cuestión es: ¿Están dispuestos a ayudarme, dentro de lo posible, para acabar con el caos que nos acecha terriblemente?
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