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Jamás y siempre a la vez. Primera parte. Capítulo 5

V

 

   En la aún espléndida Tierra, se han hecho realidad muchos sueños otrora inalcanzables.

   -Camarada profesor Lutmos. La expedición ha regresado. El profesor Mitshu le espera en el laboratorio de psiconebulosis.

   -Gracias, Ca. Puede seguir con su trabajo.

   El profesor Lutmos es uno de esos hombres que ha demostrado que nada es imposible y que lo que en otros tiempos fue producto de imaginaciones ahora es lógicamente acometible. Es uno de los pioneros en el desarrollo fáctico del transporte transtemporal.

   De sus sesenta y nueve años terrestres, veintinueve han sido empleados en investigar profundamente sobre sus propios fallos, pasando así a formar parte de la élite científica de la Confederación. Duros fueron los comienzos. Los de él y los de sus noventa colaboradores repartidos por todo el sistema Marte-Tierra-Luna. Valieron la pena tales esfuerzos. Los resultados, extraordinariamente inauditos: El hombre ya puede viajar en el tiempo, de una forma aún limitada, pero libre de cualquier riesgo.

   Ahora Lutmos reflexiona sobre las consecuencias de un salto científico de tal magnitud, y lo hace mientras va andando hacia la zona psicoanalítica del centro experimental Sigmund. En el límite de “Bioenergía”, detiene su marcha y con una mano en el pecho, otea el horizonte en busca de la compuerta que indica el emplazamiento del laboratorio 128, laboratorio de psiconebulosis. Al reanudar su avance, lo hace con tal brío que se diría que su cuerpo es aún joven, y cuando el choque es inminente con la compuerta acristalada, ésta se pierde en un surco del suelo.

   -Gozo viéndole- en el arcaico idioma japonés.

   -Déjese de tonterías, Mit. ¿Qué hay de nuevo?

   -Todo ha ido según los cálculos- abandonando su idioma tradicional-. Ya son treinta y tres veces las que hemos hecho una incursión en la historia del siglo XX y no hay muchos cambios.

   -Los mismos problemas teóricos, supongo.

   -Teóricos y prácticos- con preocupación-. Lo que me saca de quicio es que la especie humana fuera tan... tan...

   -¿Ingenua?

   -Esa es la palabra- vuelve la sonrisa a su rostro-. No se puede imaginar cuánto siguen confundiéndonos con lo que denominan “Objetos Volantes No Identificados” y que atribuyen a tecnologías extraterrestres.

   -¡Extraterrestres!- una gran carcajada es compartida con Mitshu.

   -Esta vez tres tripulaciones enteras se mezclaron con nuestros antepasados y pudimos averiguar gran cantidad de datos y circunstancias que no vienen en los antiguos almacenes de conocimiento, los libros, ni en nuestras computadoras más sofisticadas. Es cierto que hay, bueno, había, humanos que sabían de estos puntos pero eran tomados por poco serios. Por ejemplo...

   -Deje, deje eso ahora. ¿Qué han podido recuperar del lapsus histórico que suponen las cuatro últimas décadas del siglo?

   -Mucho, señor, mucho. Creo que las lagunas que teníamos en algunos campos con respecto a esas épocas han sido eliminadas.

   -¿Sabe cuál es su próximo...?

   -Sí, pero yo me tomaré un descanso. ¿Le parece bien que vaya Sandak en mi lugar?

   -¿Es irrevocable su decisión?- Lutmos entorna sus ojos como queriendo imitar parte de la fisonomía de su colaborador.

   -No.

   -Bien, quédese aquí hasta dentro de otros siete viajes. Luego veremos. En verdad, tenía desde un principio darle ese descanso pero...

   -¿Ocurre algo malo?

   -¿De qué nos vale ir dando pequeños pasos en esta ciencia tan apartada de nuestra realidad si nosotros mismos necesitamos de otras más capaces de sustentarnos?- hablando rápido y con enojo.

   -Lutmos, no he entendido nada de lo que ha dicho.

   -¿Le he pedido, le he sugerido alguna vez, el salto al futuro?

   En este preciso instante, el doctor Ihara Mitshu traga saliva con gran esfuerzo, siente palpitaciones y un nudo en el estómago le oprime. Las tres sílabas unidas que ha dejado caer Lutmos son una agresión a su mente. Futuro es tabú en su concepción. Recuerda, durante breves instantes, que cuando se preparaba en la Academia de Ciencias para ver respaldada su vocación, una vez osó incluir en una de sus tesis doctorales la idea de viajes en el tiempo, y le hicieron retractarse ante un sumarísimo tribunal del dogma científico para que olvidara tan peregrinas ideas a cambio de no acabar con su brillante carrera. Lógicamente, lo hizo, pero la idea le quebrantó durante años hasta que encontró a otras personas que la respaldaban y que, como Lutmos, le impulsaron a que sus herejías fueran, de algún modo, más que hipótesis y se convirtieran en ciencia aplicada y visible. Pero el futuro seguía guardado como proyecto en su caja fuerte cerebral y, desde siempre, decidió que ningún ser debía lanzarse a lo desconocido, en la más pura concepción de la palabra. Futuro fue, para él, igual a riesgo, igual a peligro, igual, con toda probabilidad, a muerte. Aún así, decide demostrar a su colega que, de algún modo, la idea no le coge por sorpresa.

   -No. Es arriesgado.

   -Ahora no es arriesgado, ahora es de suicidas.

   -¿Tan mal han ido las cosas en los últimos seis meses?

   Los dos hombres ocupan, como autómatas, dos tensosillas que tienen a su alcance, sin percatarse que no han separado la vista el uno del otro al realizar tal acción.

   -Sospecho que algo ocurre. Y le digo que lo sospecho, y no que lo sé con certeza, porque únicamente he escuchado rumores, casi confirmados por la llamada que anoche me hizo mi gran amigo Lamaret.

   -¿El propio Lamaret? ¿Tan mal, tan mal?

   -Mitshu, por lo que más quiera- mirando al suelo-. Creo que estamos a punto de estallar por algún lado. Nuestro presidente me ha convocado con otros treinta y un científicos de la Confederación para que unamos esfuerzos en cambiar el curso de los acontecimientos.

   -Cierto, es preocupante- mirando primero a una de las paredes laterales, y después, observándose el estómago-: Hace cuarenta y cinco minutos me informaron de un sabotaje en la principal reserva de Incógnita.

   -No sólo la principal, sino que comparada con las otras tres que quedan sobre ese planeta, era la única.

   -¡Malditos!- con un puñetazo en un tensor, pareciera que la interjección en su lengua natal formara parte del deporte de autodefensa que practica en sus ratos libres-. Sigo admitiendo que es muy preocupante, pero ¿qué tengo que ver con todo eso?

   -¿Acaso no está interesado?

   -Sí, pero ¿qué puedo hacer?- Lutmos dilata sus labios dejando ver parte de la blancura de sus dientes-. Ya comprendo: Iré con usted a ver a Lamaret.

   -¡Por favor!- con dulzura.

   -¿Cuándo? Además, me podía haber dicho que yo soy uno de los otros treinta y un doctores.

   -Dentro de dos horas y media. Y contestando a lo segundo, ¿cree que le habría aludido al viaje al futuro si no lo fuera?

 

   -Pero...

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