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PRIMERA PARTE
I
Tom Seedus se mueve únicamente por sus instintos y actúa a ciegas sin pensar en los riesgos.
Tom Seedus, mayor de un ejército inservible, paladín de la disciplina, loco exponente de la alegría de vivir demasiado tiempo, ha sido llamado a ocupar un puesto importante en la cúpula jerárquica del mayor astro habitado del sector 34, Incógnita.
Él es, ante todo, un hombre tranquilo, pero esta actitud suele cambiar cuando no soporta que le pisoteen.
-¡Maldita sea! ¿No ve que estoy insinuándole que nos han estado explotando poco a poco y que ahora se sacan de la manga mi nombramiento para adquirir más privilegios?
-¡No siga, no siga!- John Pee, en penumbra, exhorta tras una gran mesa de caoba-. Sé que hay algo de cierto en sus palabras, pero, Mayor Seedus, no equivoque los términos.
-Mire, usted está en una posición muy delicada, lo entiendo, pero también comprendo que usted es lo bastante influyente como para hacer algo más por la Tierra que lo que se ha hecho hasta ahora.
El Consejero no se esfuerza demasiado en evitar la encendida mirada del militar.
-¿Cómo dice?
-Estoy hablándole de la salvación: Reduzcamos las exportaciones del líquido tan deseado por los buitres de ahí fuera- aminorando poco a poco su fervoroso deseo de hacerse entender con algo más que las palabras-. ¡Sí! Fabriquemos una excusa para terminar con nuestra anexión a la Confederación.
-Pero Lamaret…- Pee está cada vez más indignado.
La alusión precisa en el momento preciso. Merdik Lamaret siempre ha sido y será el catalizador de un amplio abanico de pasiones enfrentadas. Su presencia hace enmudecer a las masas. Su ausencia las enardece. Él es El Presidente.
-Lamaret hizo lo que creyó mejor en su momento. Eso fue hace casi veinticinco años. ¿Sabe? Creo que él se hará cargo. ¿No pretenderá decirme que debemos pagar por lo que a ese maldito endiosado se le ocurra?
-Él me nombró su asesor directo- con la máxima exasperación posible, Pee se esfuerza para que las palabras le salgan fluidas-. Presiento que lo que dice usted sería una traición. Deben de haber otras alternativas. Pensemos en ellas con detenimiento. No se puede empezar con algo así de la noche a la mañana y…
-¡Decídase!- con su gran mano derecha golpea la madera que tiene delante.
-Le ruego que no se exceda en sus funciones. Ante todo, recuerde quién soy.
-Le pido disculpas- sentándose en su amplia tensosilla.
-Bien- pulsando un pequeño interruptor enclavado en su respaldo.
-¿Es necesario?
-¿Qué?- empezando a esbozar una sonrisa en su cara semiangelical, con resultados turbadores para su interlocutor.
-Que registre nuestra conversación, ¿es necesario?
Al segundo, una gran carcajada se deja oír en la sala. Medio minuto más tarde, el Consejero vuelve a su asiento y decide encararse nuevamente al hasta hace poco tiempo gran adversario.
-Mayor, no sea ingenuo. El grabador ambiental ya ha hecho su trabajo. Ha sido ahora cuando me he deshecho de él. Desde que entró en este pequeño recinto, ha estado siempre filmado. Compréndalo. Lo necesito para cubrirme las espaldas.
-¿Qué es lo que teme?
-Que algún día usted se eche atrás en todo lo que me ha dicho.
Los dos hombres festejan el futuro. Tom Seedus se pone en pie y rodea la gran mesa para fundir su mano con la de John Pee. Ambos se miran fijamente y ya no hacen falta más palabras. Aún así, éstas son la justificación para respaldar la idea que se evoca en el microambiente controlado del despacho del Consejero.
-Excelentísimo, ¿cómo reaccionará Lamaret?
-De Lamaret me encargo yo… lamentándolo mucho- por breves momentos su campo de visión está ocupado por el resplandeciente piso que los sustenta a ambos-. Primero debo hablar con mis supervisores. Usted espere mi aviso para interrumpir el tráfico de exportaciones.
-¿Debo informar a mis jefes en el mando naval?
Continuando cabizbajo, la expresión se torna grave y esclarecedora. Pero en ella hay un matiz de ironía.
-Sus jefes… soy yo. No se preocupe de nada más.
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