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Categoría: Ciencia Ficción

Jamás y siempre a la vez. Segunda parte. Capítulo 11

SEGUNDA PARTE

 

XI

 

-¡Querida mía! ¡Volvemos a estar otra vez juntos! 
Desde que Lamaret se ha convertido en algo más que un simple mortal, no ha tenido ocasión de volver a contemplar la imagen protectora de Johanna. Los dos han envejecido físicamente, pero el sentimiento que siempre les ha unido sigue tan fresco como en el primer día en que se conocieron. 
-Johanna. He terminado mi misión. Quiero hacerte partícipe de mi futuro inmediato. 
-Cariño, quedémonos así, como ahora, eternamente.
-Puede que...
Las palabras resultaron ahogadas por el acercamiento de sus labios. El roce íntimo de sus alientos, acompañado de esa mirada profunda que sólo los enamorados saben lanzarse, acusó en la pareja un intervalo de inconsciencia.
-Johanna. Voy a morir dentro de poco. Pero no te apenes. Te lo ruego.
A Lam Am no le gustaba perder el tiempo dando rodeos para decir las cosas. A Lamaret no le gustaba sufrir las reacciones de las personas a las que aplicaba sus palabras.
-¿Que no me sienta triste por tu pérdida? ¿Por qué tiene que ser ahora, cuando hemos alcanzado la felicidad casi absoluta?
La felicidad casi absoluta. Lamaret la buscó durante mucho tiempo. Justamente por ser feliz se dedicó a la política, porque veía que así podía hacer algo por los demás. Ahora, como Lam Am, se ha dado cuenta que un ancla, su ego, le impedía navegar en pos de ese objetivo anhelado.
-Ése es el Plan.
-¿De qué plan hablas, Merdik?
-Apaga tus ojos. ¡Ciérralos, por favor! Parte de la verdad te será mostrada.
Era lo auténtico. Lo que era esperado.
-¡Shainapr! Aquí nos tienes.
Pasaron varios minutos. Silencio. Sólo dos formas sentadas en la penumbra. Calmas. Se diría que vacías, huecas, sórdidas. ¡Tan lejos de lo real!
Eran pues dos tormentas sin truenos, sin rayos, sin lluvia. Con amor intenso. Y el mensaje les fue revelado.
-Puedes volver, si quieres, Johanna.
Así lo hizo. Levantó sin prisas sus livianos párpados y sus brillantes azules se humedecieron.
-¿Entiendes ahora el porqué? ¿Estás aún apenada?
-No, Merdik, no lo estoy. Es por gozo ilimitado por lo que no puedo reír sino llorar.
-Gracias, Johanna. Gracias, Shainapr. Ahora puedo abandonar este cascarón inservible.
Se abrazaron largamente. Se miraron amablemente. Se hicieron el amor intensamente. Tanto de todo que no existió despedida.
-¿Nos volveremos a ver?
-Seguro, en otra vida. Pero no hace falta que me esperes.
-No, ya no lo haré.
Al terminar el último reencuentro, Johanna partiría para un nuevo destino, donde infantes de todas las edades le esperaban con los brazos y los ojos abiertos por la esperanza renovada. Hasta que llegara su hora, había decidido ser de los demás.
-Hasta siempre, mi querida. Hasta siempre, Johanna.
**********************************************************************************************
-Tan, puede dejar ya pasar al señor Seedus.
Nunca había tenido ocasión de hablar con él en persona como Lam Am. Durante una temporada, sufrió su influencia, pero no su presencia.
Contrariamente a como siempre había sido su costumbre, Thomas Seedus entró en la estancia cabizbajo, derrotado.
-¿Dónde habías estado?- la pregunta no era recriminatoria en absoluto.
-Lamaret, huí como un cobarde. Pero sé que lo importante es que ahora esté aquí.
Un espíritu quebrantado por los remordimientos. No por lo que había promovido o por los pasos que había seguido en su propio adoctrinamiento personal. Remordimientos por lo que ahora estaba a punto de acometer.
-¿Qué has estado haciendo?
-Reflexionando, Lamaret, únicamente reflexionando.
Se había dado cuenta de que había sido manejado.
-¿Y a qué conclusiones has llegado?
-Quizá el asunto del agua fue una excusa, ¿no es así?
-Quizá- la serenidad extrema alisaba las arrugas de su marchito rostro-. Ni yo mismo lo he comprendido muy bien todavía. Todo fue dado para que se creara aquel clima de intranquilidad política, que desembocó en la estupidez militarista. ¿Por qué no se llegó al diálogo?
-Lamaret, Lam Am, o como te llames. ¿Sabes? Sigo pensando igual que antes.
-Estás en tu derecho. No pretendo cambiarte. Pero, ¿por qué estás aquí? 
-Tú y yo hemos sido artífices de las pasiones encontradas, hemos movido multitudes. Soy un buen perdedor. Acepto mi derrota y te...
-Sé lo que vas a decir. No es necesario que lo hagas.
-Necesito hacerlo.
-Y, ¿después qué?
-Seguiré luchando contra tu producto.
Mayor Thomas Seedus, ex-vicepresidente del planeta Incógnita, enemigo a muerte de la Unión de los Planetas, ahora se ha dado cuenta que, en el fondo, el objetivo que buscaba ha sido cumplido. No por él, sino por su antítesis. No importa. Es el resultado final lo que cuenta.
-Estoy cansado, Lamaret. ¿Puedo terminar de afirmar lo que he venido a declarar?
-Hazlo, si así lo deseas.
Como aún no se había sentado, no tuvo que guarecerse en ningún apoyo artificioso para poder sujetarse en el impulso de energías que iba a manejar de inmediato. Miró fijamente a los azulados ojos de su sempiterno enemigo, crispó al máximo las mandíbulas, y profirió la sentencia.
-¡Lamaret, te pido perdón!
-Así se ha cumplido el ciclo, pues has llegado a tiempo para verme por última vez.
-¿Es que te vas?
-Para siempre, Seedus. No seré más tu pesadilla. Habrá otros que la continuarán.
-¿Qué debo hacer ahora?
-Seguir siendo implacable contigo mismo. No traicionándote nunca.
-Olvida ya tu sermón. ¿Puedo retirarme?
-Mayor Thomas Seedus: ¡Eres libre!
Con cierto autorreproche, invadió el campo de energía vital de Lam Am y le tocó, con la palma de la mano derecha, el centro del pecho. No sintió nada; tampoco lo había esperado. Sólo respiró profundamente, se estiró hacia abajo su chaqueta de gala, y, con paso firme, dio la espalda a su anfitrión. Instantes antes de salir por la puerta, giró la cabeza y, con los ojos entrecerrados, se despidió para siempre.
-Lam Am, gracias.
La apoteosis ya no necesitaba coartadas.
A solas, Lamaret meditó.
Meditó profundamente en el Profundo.
Meditó neutralmente en lo Real.
Y quedó por siempre convencido de su ignorancia.
Al fin era feliz.

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