IX
Primero un pie, después el otro. Primero un pie, después el otro. Y así, cientos de miles de veces más.
Risas, entusiasmo, despreocupación.
?Soy. Seguidme. Os hablo. Me entrego.
Los percibís. Y atacáis sus centros vitales. Sin tocarlos. Sin ni siquiera mirarlos.
Seres de sexo femenino por un lado. Seres de sexo masculino por otro. Cada uno en su correspondiente fila para incrementar la energía del grupo. La mixtura de conciencias hace decrecer el esfuerzo.
Vergeles, desiertos, riscos cortantes, precipicios insondables, extensiones acuáticas extenuantes. Sin ningún apoyo artificial. Vuestros cuerpos, vuestras mentes que manejan vuestros cuerpos. Así habéis llegado hasta donde estáis.
Liberaos de vuestras cargas del pasado. Y llegad hasta el centro de la civilización. Sois multitud de individuos, sois centenares de distintos géneros biológicos, pero sois un solo pensamiento. El conglomerado de vuestras pasiones se deja fundir por el común denominador de vuestras conciencias?.
Así dijo Lam Am a sus discípulos. No exigía nunca nada. Y ellos todo lo daban.
Pero seguían siendo acosados.
Hasta ahora, habían sido relegados al olvido, a la total indiferencia. No se acostumbraban a la actual manía persecutoria.
Quizá fueran más importantes de lo que creían. Y si no era así, ¿por qué tantas molestias?
Las desconocidas avenidas enlosadas con acero dieron la bienvenida. Los familiares rostros metálicos mostraron su emboscada. Nadie orgánico deambulaba por la superficie. Los SINDRAS se hicieron dueños de la situación que estaba a punto de enfrentarles a los renegados.
Llegaron en doble fila india, con constancia de que eran observados por miles, presos de pánico, que no se atrevían a gritar su disconformidad.
El gran display digitalizado, el que saludaba a todos los allegados, estaba apagado. Cuando pasaron por debajo de la gran portada que lo dejaba colgar en el vacío, simularon no cerciorarse de la presencia, en lo alto de cada una de las torres, de robots provistos de cañones láser. Todos los SINDRAS con su dedo índice derecho pulsando, lo suficientemente leve, la digitoclave de disparo desintegrador.
Lam Am habló, y con él, paralelamente sincronizados, los líderes de las conciencias libres de los otros mundos.
-Dejadnos pasar, os suplico.
-Por qué suplicar si tan seguros estáis de adónde os dirigís- cada batallón de SINDRAS unía sus teleneuronales para hacer recaer en el modelo más moderno toda la responsabilidad de sus respuestas.
-No suplico más que por vosotros.
Los que intencionadamente motivaban la atención extrema de los cerebros positrónicos, se desplegaron y empezaron a rodear el perímetro restringido.
-Señor, tenemos órdenes terminantes. Si hay fundamentos para ello, debemos disparar contra vosotros.
-No lo haréis. Dejadnos pasar.
Un paso al unísono hizo retroceder otro tanto a los guardianes de la capital. Otro paso más hizo tener en el punto de mira la cabeza del oponente. La rigidez de los movimientos aludía a la profunda seguridad en las directrices marcadas por los circuitos positrónicos.
-Sabed la Ley que os ha sido impuesta:
?Un robot no debe dañar a un ser orgánico o, por su inacción, dejar que un ser orgánico sufra daño, y dentro de este conjunto los seres racionales tienen privilegios. Cuando un conjunto de orgánicos pudiera sufrir por culpa de aplicar la ley a un único orgánico, la preferencia de terminar con el mayor daño actuará de forma automática?.
Y por eso te pregunto: ¿Por qué habréis de acabar con nosotros?
-Vais a hacer sufrir a una gran mayoría de seres orgánicos, un conjunto mayor que el que formáis vosotros; millones contra unos miles desequilibran la balanza.
-Buena respuesta. ¿Y sabéis el complemento que aportó a la Ley el creador de la Ley?
-Por supuesto, es nuestra regla principal de actitud: ?Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser orgánico, prerrogativamente racional, excepto cuando dichas órdenes vayan en contra del cumplimiento de la Ley?.
-Exacto, ¿y de quién cumplís órdenes vosotros?
-De nuestros mandos, que son seres orgánicos racionales.
-¿Y qué dicen esas órdenes?
-Señor, no fuerce las cosas; se lo ruego.
-Y a ti te ruego que me digas, a mí, Lam Am, ¡¿qué dicen esas órdenes?!
Unos segundos de tensa pausa permitieron al SINDRA representante equilibrar las consecuencias de tener que responder a ésa, para él, fútil pregunta.
-Suspender, por todos los medios, cualquier intento de acceso al centro de gobierno de la capital, y cualquier intento de contacto de ustedes con cualquier ser orgánico racional al que pudieran contaminar con sus ideas.
-¿Y hasta dónde serían capaces de aplicar los medios asequibles de los que me hablas?
-Hasta la eliminación de la vida cerebral de ustedes.
-¿Y si te dijera que nosotros somos el alma de los seres orgánicos racionales que os crearon, y que sólo una minoría de ellos, que os manipulan a su antojo, piensan en el mal común?
-Eso no es posible.
-Yo, Lam Am, te digo que ¡venimos en nombre de Dios!
Los brazos metálicos se dejaron caer pesadamente y con ellos las armas que portaban, las cabezas perdieron su brillo y los diafragmas oculares se cerraron. El peso de las estructuras, ya inertes, de los humaniformes hizo el resto. Los cuerpos sin vida artificial constituían una suerte de alfombra? sobre la que desfilaron los mensajeros del infinito.
El concepto de Dios había sido inducido a las mentes sindráticas de tal forma que supieran que algunos individuos orgánicos racionales trabajaban por su causa, en nombre de toda la especie. Durante siglos, se fue desechando la idea de la existencia de ese ente inmaterial que sólo influía a unos cuantos seres, entre billones. Pero alguien que trabajara para Dios debía de trabajar por el bien de toda la colectividad. La Gran Ley hizo el resto.
-Venid conmigo- el puño en alto era la señal de triunfo sobre el primer escollo.
Anárquicamente, la masa de seguidores de los líderes espirituales asaltó el centro neurálgico de la ciudad.