Nota:
Me encontraba escuchando la canción “Gaia” de “Mago De Oz” (uno de los mejores grupos del mundo) y, gracias a eso, se me ocurrió esta historia...
Espero que les guste.

Para todos ustedes, que se tomaron (y se siguen tomando) la molestia de leer mis cuentos.

Alicia murió, por fin
Horacio Quiroga
El almohadón de plumas

No hubo juicio alguno, ni siquiera una pequeña investigación. No. Todo paso demasiado rápido. Y a Janeth la encerraron en aquella oscura mazmorra. La humedad de la misma hacia estragos en su – ya de por si – minada salud. Pero era en lo que menos podía pensar; una simple gripa o un poco de calentura no eran nada comparado con lo que le esperaba.

Estaba sentada en uno de los rincones de la mazmorra, meditando. Pensando en aquel sujeto que la había metido en todo esto.
El era quien en verdad debería estar encerrado, y no la pobre de Janeth, que lo único que hizo fue dejarse llevar.
Pero tal vez ya nada de eso importaba, por que las cosas habían ocurrido de “cierta forma”...
Y ya nada podía hacerse para cambiarlo.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de unos pasos que se acercaban.
Eran ellos.
La inquisición venia a por ella; solo cumplían con su deber.
Abrieron la puerta. La vieron sentada en el suelo, junto a un pedazo de excremento ya seco.
La tomaron por los brazos y la levantaron con brusquedad...
Y la llevaron a donde debían llevarla.

Janeth estaba amarrada de un grueso palo; y alrededor de ella habían colocado algo de leña.
Junto a la leña se encontraban dos hombres (al menos eso parecían ser, pues tenían las cabezas cubiertas con capuchas). Uno de ellos sostenía una especie de garrafón lleno de gasolina, mientras que el otro tenia en la mano derecha una antorcha encendida.
Frente a Janeth se encontraba un tercer hombre; este sostenía un libro de leyes. Le dirigió unas palabras a Janeth:

-Janeth Oswel, se te acusa de practicar la magia negra. Y se te acusa de haber matado a Harold Coyne – y quien sabe a cuantas personas más – y utilizar su cadáver para realizar tus ritos.
Y por lo mismo, se te a condenado a morir quemada frente a toda esta gente.

Puede sonar como locura, pero hasta ese momento Janeth reparo en la multitud presente...
La cual esperaba con ansia verla quemarse.

-¿Tienes algo que decir a tu favor?
-Si. Yo no mate a Harold Coyne. El mismo se mato.
-Ja, ja, ja. ¿Estas tratando de decir que el hombre se enterró el puñal cinco veces?
- Solo fueron cuatro veces.
- Solo cuatro. Estas tratando de burlarte de nosotros. Nadie puede auto herirse con un arma blanca en cuatro ocasiones.
- Cuando eres como Harold si.
- ¿Cómo él? ¿A que te refieres con eso?
- A que si una fuerza mayor te a negado el derecho de morir, no puedes darte el privilegio tu mismo tan fácilmente...
Por eso tuvo que ser insistente...
Por eso se auto hirió cuatro veces.
- Pero no puedes negar que se te encontró junto al cadáver de Harold, con un libro de magia negra y recitando una oración en un lenguaje extraño.
- Solo repetía el conjuro que él me enseño. El era el verdadero hechicero y no yo. Ese maldito hijo de puta es quien debería ser quemado y no yo.
Ahora yo moriré por su culpa. Y en manos de aquellos a quienes pretendía salvar.
- ¿Salvar? ¿De que?
- Del maldito Harold Coyne. Se le paso la mano con sus conjuros, y por eso se volvió inmortal. Y la oración que me escucharon decir, no era otra cosa mas que un conjuro para mantenerlo dormido...
Por que si él despierta, será el fin de todos nosotros...
Pues el acabara con todos y con todo.
- ¿ Y como sabes tu todo eso?
- Por que él mismo me lo dijo: Hice algo que no debí de haber hecho nunca – fueron sus palabras -. Aquel conjuro me a transformado. Y si no se me detiene a tiempo...
No quiero ni imaginar lo que pasara.
Y por culpa de ustedes no pude terminar el maldito hechizo.
- Todo eso que nos dices parece no ser mas que un cuento salido de tu loca
mente, bruja degenerada.
- Así que no me creen. Pues el tiempo me dará la razón.


Ya nadie quiso escuchar a Janeth, pero cuentan que en aquella ciudad donde fue quemada, no se encuentra roca alguna en pie, ni se encuentra persona viva...
Solo se ve rondar por entre los escombros a un hombre que responde al nombre de:
Harold Coyne.

FIN

P.D
Con esta historia me despido de la pagina, pues ya no seguiré escribiendo cuentos en ella.
La próxima vez que lean algo mío será – espero en Dios – el libro en el que estoy trabajando.
Hasta siempre y sigan escribiendo.