Un día, como otro cualquiera, Javier Piruleta estaba desayunando cuando de pronto dijo a sus cocineros:

- ¡Vuestros platos son exquisitos, amigos míos, pero mañana quiero algo que no hayáis hecho en mucho tiempo.....¡quiero tarta de queso!.

Los cocineros se quedaron boquiabiertos. Sabían que la tarta de queso era su favorita, pero ¡menuda sorpresa que les había dado!.

Esa tarde, mientras Javier se ocupaba de sus labores, los cocineros prepararon la tarta con delicioso queso de oveja, hojaldre,....., y cuando terminaron, la cubrieron con pasas y la dejaron en la cocina sin meterla en la nevera pues eso no habría que hacerlo hasta la mañana siguiente.
Pero cuando ésta llego y los cocineros fueron a buscar la tarta, oh!, ¡estaba toda mordida y sus miguitas tiradas por el suelo!.

- ¡Ratones!¡Han sido ratones!-gritó furioso Javier cuando le dieron la noticia.
Inmediatamente ordenó a los cocineros que reuniesen todas las trampas para ratones que hubiera en palacio, y cuando, ya por la noche, hubieron terminado de preparar una nueva tarta, las colocaron por todo el suelo de la cocina.
Entonces se marcharon a dormir.


¡Malditos bichos!-exclamó Javier a la mañana siguiente. Una vez más su tarta estaba destrozada.

- ¿Han sido realmente ratones?¡¿O es que algún traidor se atreve a comerse mi desayuno!.

- No, Majestad, eso es imposible. Antes de irnos a la cama cerramos con llave, y nosotros no somos, faltaría más que dudaséis.

- Entonces sí, son ratones. De pronto se quedó pensativo...¡Canelo!.

Canelo era su gato, llamado así por su color marrón claro similar al de la dulce canela.

- Canelo acabará con esos ladronzuelos. ¡Como que me llamo Javier Piruleta!.

Por la noche, Javier puso a Canelo en la cocina y se fue a dormir. Olvidó cerrar con llave. El gato, hecho un ovillo, se puso a dormitar en un rincón. Allá por la madrugada, cuando ya todos dormían a pierna suelta en el castillo, un ruido despertó a Canelo. Era como un ululato, uhhhhhh. El gato abrió sus ojos amarillos y lo que vio le dio un susto de muerte.
¡Frente a él, comiéndose la tarta de queso del rey, había un fantasma de verdad!.
Muerto de miedo, salió de la cocina a toda velocidad y fue a despertar a Javier, que dormía como un tronco.

- ¡¿Qué diablos quieres Canelo?-dijo éste con los ojos medio cerrados.

El gato, que era muy listo, empezó a hacerle gestos, tratando de que adivinara lo que estaba sucediendo.
Por fin, después de varios minutos que si atino que si no, Javier logró entender lo que el gato le decía.

- ¡¿Un fantasma?!¡Eso es peor que los ratones!-exclamó muy enfadado, y sin darse tiempo a quitarse ni siquiera el gorro de dormir, salió pitando para la cocina. Allí vio al goloso fantasma.
Sin pensárselo dos veces, cogió la vajilla que había al lado de la puerta y empezó a tirársela.
¡Toma, ladrón, y esta también, para que aprendas a no comerte lo que no es tuyo!.
Cuando acabó con la vajilla, tomó la escoba y se lió a golpes con el fantasma. Éste estaba tan asustado, que antes de que la cosa empeorara, decidió huir del castillo y no volver nunca más.

Y así es cómo Javier Piruleta, el buen monarca de Caramelot, se deshizo del fantasma glotón que vivía en el castillo, y cómo por fin pudo comer lo que el intruso le había quitado tantas veces de la boca.....¡tarta de queso!.