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Jotin

JOTIN


Salimos en total dieciocho mil personas de nuestro pueblo de Rumania, íbamos en filas escoltados por soldados rumanos a ambos lados del camino. No se nos permitía descansar. Aquel que por cualquier motivo lo hiciera era hombre muerto de forma instantánea. Tampoco se nos permitía tomar agua ya que el castigo era idéntico. Decir que solamente los soldados eran inhumanos es injusto, de alguna manera el pueblo gozaba y se divertía con los sucesos.
Luego de todo un día de camino llegamos a un lugar donde nos permitieron descansar, y el que comandaba a los soldados nos dijo que pronto llegarían carretas con caballos para llevarnos, y que todo aquel que sintiera que no podía seguir caminando, mejor se quedara para no retrasar al grupo, y luego estos serían llevados en las carretas. Pero a aquellos inocentes que de verdad no podían dar ni un sólo paso más, y que se habían quedado sentados fueron asesinados delante de nosotros. Al comenzar a andar el grupo nos propusimos tratar de salvar a los que venían detrás de nosotros y dos de los nuestros en un descuido se escaparon y fueron a avisarles para evitar una nueva masacre. ¡Honor a esos héroes !.
Mi esposa y su familia se habían escondido en el campo con un grupo muy grande de judíos con intención de escaparse hacia Rusia, una noche cuando caminaban, una niña comenzó a llorar y llorar y no había forma ni manera de detener su llanto. El miedo reinante era tal que uno de los nuestros viendo que la niña no paraba de llorar y por temor a que fueran descubiertos, en un momento de desesperación propuso matarla. Muchos de nosotros y su propia madre nos opusimos a ni siquiera pensar en esa posibilidad, pero fue algo muy superior a nosotros quien salvó a la niña, de repente ésta, como si se le hubiera dado un fuerte sedante, calló. Y la patrulla que estaba muy cerca, no nos detectó.
Durante la travesía la gente se hacía grandes heridas en las piernas y manos con las rocas y matorrales, carecíamos de medicamentos, y hoy recuerdo que lo que usábamos para curar estas heridas y las grandes úlceras, era el humo producido al quemar cualquier tela de saco. Este remedio se lo dimos hace unos años a un conocido al cual le habían practicado varios injertos de piel sin éxito y fue para él como un milagro.
Por muchos años el papá de mi socio Moshe Cohen, tenía una tienda en Prístina, un pequeño pueblo en Yugoslavia. Vivían en una casa muy grande con un gran patio que colindaba por los tres lados con varias casas similares, entre casa y casa había una reja que las separaba. Con cada vecino tenían una puerta que los comunicaba a su terreno. Jamás en la vida le tocó abrir alguna de ellas. Siempre permanecían abiertas. El papá de Moshe tenía con los vecinos un sentido de colaboración muy especial. De su tienda siempre les traía regalos, y uno que otro dulce. Cuando los nazis empezaron a tomar fuerzas, lo único que el padre de Moshe les pidió a los vecinos era que de llegar ellos a la casa, le salvaran a su hijo menor, cada uno de ellos por separado, tenían una respuesta común. ¡Claro que lo haremos!, cuenta con nosotros, no te preocupes. Pero llegaron los nazis al pueblo, y cuando el papá de Moshe trató de hablar con alguno de sus vecinos, todas las puertas entre los patios estaban cerradas. No había con quien hablar.
...Su hermanito murió en los campos de concentración, junto con sus padres y la mayoría de sus hermanos.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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