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Los videos de seguridad del Casino Royal eran de muy buena calidad y excelentemente detallados. Incluso la empresa de seguridad contratada por la prestigiosa casa de juegos poseía todo el software existente para procesar imágenes a niveles realmente finos, aunque en este caso estaba todo tan claro que, además de la mera observación visual, no hacía falta ningún otro artilugio para concluir acerca de lo sucedido:
“Un hombre había ingresado al baño de caballeros y no salía. Advertido esto por las cámaras de seguridad, un grupo de agentes se acercan al lugar, ingresan al recinto y no encuentran absolutamente a nadie, ni en el baño, ni en todo el edificio, ni en los alrededores. Unos quince minutos después ingresa otro hombre y se repite lo anterior, desaparece en el aire, ni rastros de ninguno de los dos hombres.”
El primer hombre había ingresado exactamente a las diecisiete horas, nueve minutos, treinta y dos segundos. Era alto, de intensa y corta cabellera negra, bronceado e iba muy bien vestido, casi a niveles de opulencia. Se dirigió directamente a la mesa trece de ruleta y apostó veinte mil al veintidós. Ganó. Se llevó una pequeña fortuna. Luego se encaminó a las cajas y cambió las fichas por el efectivo. Acto seguido se introdujo en al baño y se esfumó en el aire. El segundo hombre ingresó al casino a las diecisiete horas, veinticinco minutos, dos segundos. Sacó de su bolsillo lo que parecía un teléfono móvil pero, al examinar con zoom la imagen, se determinó que no era lo que parecía. En realidad el aparato no se parecía a nada conocido. Caminó apresuradamente y recto hacia el mismo baño y también desapareció. El jefe de la brigada de detectives de la localidad miró el video una y otra vez tratando de captar detalles y grabarlos en su mente pero solo advertía trivialidades que no lo llevaban a ningún lado. Lo que no se podía dejar de advertir era la enorme diferencia de estilo y apariencia que había entre los dos hombres. El primero era un tipo atildado, sereno, calculador. Sus movimientos eran suaves y perfectos, de felino, y mantenía una eterna semi sonrisa en el rostro. Era una persona agraciada y se podía considerar un hombre altamente atractivo. El otro mantenía los rasgos serenos y calculadores del primero pero era de rasgos duros, toscos. El cabello cortado a cepillo, con expresión reconcentrada y actitud de mastín. Era corpulento hasta la tosquedad pero ágil y elástico. Incluso mientras uno, el primero, vestía finamente, con atuendos de evidente calidad, el otro parecía vestido para fajina, con prendas color pardo y botines cuasi militares pero sin el sesgo de uniforme, ropa de buena calidad también, pero más ordinaria en el gusto.
- No cabe duda, el primero huye del segundo. – El inspector Madi era un sujeto pequeño, de mirada firme y ojos penetrantes, calvo y de pequeños bigotes bajo una nariz ganchuda. Madi era feo y de figura insignificante pero un profesional impresionante reconocido en todo el país y en aquellos países donde le tocó actuar. Su foja era inmaculada y jamás dejó un caso sin resolver. En sus manos todo parecía fácil y fluido.
Pero este caso…
- ¿Por qué lo dice?. – Preguntó el agente que manipulaba los videos.
- Por su actitud. Nunca reposa la vista, siempre alerta, tenso, aunque sepa disimularlo muy bien, esos detalles no escapan a un ojo experto. –
En ese momento entraba a la sala de vigilancia el jefe de la custodia.
- ¿Puede adelantar algo?. – Le pregunto a Madi.
- ¿Acerca de qué?. – Repreguntó Madi mordaz. Una mueca de impaciente fastidio se pintó en su interlocutor.
- Pues…Acerca de la razón de su presencia aquí…Sabe muy bien que el Casino lo contrató en forma privada y la paga una fortuna por su intervención. –
- ¡Claro que lo se muy bien, pero no hace una hora que estoy aquí!. Después de todo el suceso tiene una semana y, por lo que se ve, a ustedes no les fue muy bien que digamos. – La cara del otro se enrojeció. Sabía que Madi era un tipo imposible de intimidar y duro de tratar pero no se hacía una idea de cuanto.
- Mire, inspector… - Madi lo cortó en seco.
- ¿Sabe, señor… - Miró la placa de identificación del otro. - ¿…Olmos?. No necesito dinero, poseo poco pero el suficiente. Si intervengo en este caso no es por otra razón que la intriga misma y mi incurable curiosidad, por lo tanto, no me presione. Haré las cosas a mi manera y cuando tenga los resultados se los expondré. Le ruego que hasta ese momento se abstenga de dirigirme la palabra y menos aún en ese tono tan maleducado y prepotente. Si no le gusta, se aguanta y solo me iré en el mismo momento que las “auténticas” autoridades del Casino, esas que me pagan, me lo soliciten. –
Decir que a Olmos no le gustó nada lo dicho era mera pequeñez, en realidad estaba tan furioso e impotente que se marchó sin decir una palabra y cerrando la puerta con estrépito ensordecedor.
- Lo hizo enojar… - Dijo el operador con sorna.
- Doble trabajo… - Remató Madi.
El inspector se fue con copias de los videos hasta su casa y se dispuso a observarlos con mayor atención. “El hombre fino y el hombre hosco: Sam y Pepe”, así los bautizó para simplificar. Observó que Sam ingresaba al Casino con paso seguro pero quería aparentar una inexistente relajación, distracción, pero a Madi no lo engañaba. Cuarenta años de servicios no eran sandeces. No obstante, Sam era un verdadero artista en el tema de ser invisible o llamar la atención, según fuera el caso. No se molestó siquiera en tomarse un minuto para elegir una mesa de ruleta y, a pesar de que la trece le quedaba bien a trasmano, fue directamente hacia esa mesa dando pequeños rodeos aquí y allá. Una vez allí se paró directamente en línea con el número que deseaba coronar, a pesar de sus poses distendidas y su repartija de sonrisas a un par de mujeres bonitas e insinuantes. El crupier lanzaba bola tras bola y Sam solamente miraba
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